Canning, la gran aldea al sur de la Ciudad de Buenos Aires
Alrededor de un centro comercial ambientado como un pueblo de la Toscana, una localidad bonaerense con varias sorpresas y hasta algún atractivo histórico
Cuenta César Guiggioloni, alias el “Tano”, que sus proveedores lo cargan cuando llegan a Canning. “Vine a cobrarle a mi amigo que vive en Cariló”, le dicen con un poco de sana envidia por el lugar que eligió. A 32 kilómetros de Capital Federal, sobre la ruta N. 58, esta localidad con un gran número de barrios cerrados y mucho por hacer es una de las más elegidas por familias que llegan en busca de tranquilidad y seguridad en dirección sur.
No es Cariló, pero con un poco de imaginación algunos rincones se le parecen. Como el centro Plaza Canning, creado por Guiggioloni –uno de los emprendedores que más tuvo que ver con el crecimiento de este distrito– y su mujer, la arquitecta Liliana Olivieri, como “una aldea medieval de la Toscana”, suerte de paseo de compras al aire libre con calles adoquinadas, balcones floridos, fuentes y arcadas de piedra, adonde conviven restaurantes, cafés, casas de ropa, bancos, consultorios, oficinas, un hotel y hasta un teatro con una cartelera digna de mención.
Canning abarca también el corredor verde desde Ezeiza y Esteban Echeverría hasta Presidente Perón y San Vicente, uno de los pueblos más antiguos de la provincia de Buenos Aires. Que conserva reliquias para los buscadores de historias escondidas: la quinta de San Vicente, donde vivió Juan Domingo Perón, que hoy funciona como museo, y una serie de casa antiguas sin manutención ni cartel alguno pero que al verlas la piel se eriza de emoción. Como el sitio donde residió un tal “Norberto Freyre”, seudónimo que eligió Rodolfo Walsh para vivir en la que fuera su última casa antes de ser asesinado. A la vista no dice nada, con piso y paredes de ladrillo, en ese entonces sin luz eléctrica; sin embargo, fue desde allí que entre enero y marzo de 1977 escribió la “Carta Abierta a la Junta Militar” y el cuento perdido “Juan se iba por el río”. De hecho, la historia de ese cuento y su pérdida tuvo su muestra en marzo de 2017 en el Museo Sitio de Memoria Esma, reconstruido en parte por las únicas dos personas que lo leyeron: su mujer de entonces, Lilia Ferreyra (fallecida en 2015), y Martín Gras, detenido desaparecido, que lo leyó en cautiverio. Ambos memorizaron el genial comienzo de su último cuento y armaron el resto con retazos de su recuerdo: dice así; “Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido. Su mejor amigo, Ansina y su mujer, Teresa”.
La casa, hoy tomada como el cuento de Julio Cortázar, fue declarada “Patrimonio cultural, histórico y arquitectónico de San Vicente”. Sería justo que así como existe la Casa Borges en Adrogué aquí naciera la Casa Walsh, para recordar y celebrar su obra, sin olvidar los horrores del pasado.
En cuanto al Museo Histórico Provincial 17 de octubre-Quinta San Vicente, fue construida por Juan Domingo Perón en 1947 como un típico chalet con techo a dos aguas, frente de piedras y largas galerías, para descansar junto con Evita. Entre los árboles centenarios, aún parecen escucharse los susurros de la pareja que pasaba aquí sus pocos fines de semana de descanso.
A la estructura original se sumó un moderno edificio inaugurado en 2002: se exponen objetos, documentos, gigantografías, fotografías, objetos personales, el tren presidencial de trocha angosta que usaron para viajar por el norte argentino con el último vagón con balcón construido especialmente para Eva. A lo largo de su historia, el tren transportó a los presidentes Roque Sáenz Peña, José Uriburu, Agustín P. Justo, Ramón Castillo, Pedro P. Ramírez, Edelmiro Farell y Arturo Ilía. El último mandatario que lo usó fue Raúl Alfonsín. La visita guiada incluye explicaciones del movimiento peronista y los ejes centrales de su doctrina original. En 2006 se construyó el mausoleo, donde descansan los restos del General Perón.
Con acento italiano
Con 66 intensos años, el “Tano” no piensa en dejar de trabajar; de hecho, planea una nueva aldea-shopping con universidad incluida. Llegó a su tierra prometida en enero de 2000 y desde entonces quiso devolver todo lo que el país le dio a su familia en forma de trabajo: “Mi sueño es que siempre haya más y más fuentes laborales en Canning”, dice. Decidió mudarse luego de algunos episodios de inseguridad sufridos en Capital Federal con la aspiración de vivir cerca de la naturaleza en un lugar más amplio por el mismo precio. Se mudó, en realidad, a un sitio sin nombre, porque la localidad de Canning es un genérico que designa el territorio a ambos lados de la ruta 58, que en su tramo urbano se llama Mariano Castex. Hasta 1994 pertenecía a Esteban Echeverría, pero entonces se dividió; la ruta es el límite con el partido de Ezeiza. Cuando llegó, no había tanta urbanización como hoy.
Resulta un lugar ideal para una escapada corta, con restaurantes por doquier para todos los gustos y bolsillos. Especialmente recomendables son 151 Sushi (de sushi y comida peruana, ambientado en estilo rockero, con cerveza tirada artesanal), 151 Carnes, y Pasta Rossa, todo en Plaza Canning, por si no se quiere mover del hotel, incluido el desayuno en el Café del Dodge. Taba 52 y la Marisquería Mol también son lugares para conocer.
Un chef francés posee su lugar para pocos comensales con un conveniente mediodía, Thierry Bistró, propuesta genuina de mucha calidad. Dentro del club de golf de la comunidad coreana también hay otra opción original: Montaña Sushi Club: no parece estar en Canning, tal es la ilusión del lugar y la ambientación, suerte de casa china en medio del jardín que da a los links, especialmente bella por la noche.
Entre los adolescentes y los amantes de la comida americana está de moda Dolas, especializado en hamburguesas, y Muu (la lechería) como un lugar de milkshakes, sándwiches, wafles y hamburguesas. Recientemente abrió Recoveco, un lugar de reciclado de muebles que incorporó mesas y hamburguesas gourmet los fines de semana, sobre la ruta.
Dice César que los lugareños toman café en Agnese. Vaya a saber por qué se da ese extraño fenómeno en los pueblos de tomar el café siempre en un mismo lugar. Cosa de pueblo, de eso que se busca al huir del ruido de Buenos Aires. “Cuando empecé en Canning no había casi nada. Entonces soñé con construir un pueblo donde en la plaza central esté el médico, el hotel, el teatro, el panadero, la veterinaria, adonde la gente pasee y disfrute”, recuerda el “Tano”. Logró su sueño, con creces.
Datos útiles
Cómo llegar
En auto, por autopista Riccheri hasta la bajada del km 26. Seguir por la autopista Jorge Newbery camino a Cañuelas y tomar la bajada del km 32. La autopista muere en la rotonda del supermercado Coto. Tomar a la izquierda por la ruta 58 hasta el acceso a Canning.
Dónde dormir
Hotel Plaza Canning, de cuatro estrellas, con 51 habitaciones, spa en construcción. Su gran atractivo es la cercanía al Aeropuesto de Ezeiza y la tranquilidad de la zona. Habitación en base doble, por noche, desde $ 2600.
Qué visitar
Museo Histórico 17 de Octubre-Quinta San Vicente, Lavalle y Eva Perón, San Vicente, Tel. 02225 482260. Abre sábados y domingos de 10 a 16; visitas guiadas a las 12 y 15.30 aproximadamente. Si llueve permanece cerrado. Entrada gratuita.
La última casa de Rodolfo Walsh queda en la calle homónima al 900, e Ituzaingó. Por ahora solamente se puede ver desde afuera. Existe la idea de convertirla en museo.
Casa de Emilie Schindler: queda en Av. San Martín 333, San Vicente. Allí vivió la esposa del empresario Oskar Schindler, que colaboró para salvar la vida de 1200 judíos. Emigró a la Argentina durante la Alemania Nazi. Luego sobrevivió como pudo, especialmente gracias a donaciones de instituciones judías y, se dice, muy poco de los derechos de la película premiadísima de Steven Spielberg La lista de Schlinder.
Dónde comer
En Plaza Canning: 151 Sushi y 151 Carnes, Thierry Bistro, Taba 52, Pan y Cebolla (primer restaurante de la zona) y Pasta Rossa, entre otros.
En San Vicente se destaca el restaurante La Estelita. El mediodía presenta menús más atractivos en cuanto a precios, se puede trazar un promedio de 1 paso $ 200, Dos pasos, $ 250 y tres, $ 300, siempre de día. Por la noche, los precios se incrementan un 50 por ciento.
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