Cambio de vida en una playa desierta y salvaje de la costa de Rocha
La dueña de Chez Silvia Suite Bistró abre las puertas de su paraíso en Oceanía del Polonio
Compró los lotes hace casi dos décadas, a ciegas, con sólo ver el plano, incentivada por un argentino que la interesó para invertir en Uruguay. Sin embargo, hace siete años, Silvia Esquivel decidió conocer in situ eso que le habían vendido como un paraíso emergente y salvaje, en un momento clave de su vida.
"Venía de vivir 25 años en Francia y la primera opción era volver a Buenos Aires, pero esto me cautivó tanto que aquí estoy", sostiene Silvia, sentada en el living de su casa, con un ventanal que se abre al mar.
Silvia habla de Oceanía del Polonio, poco antes de Cabo Polonio, en el kilómetro 254 de la ruta 10 en Rocha, que si bien no es un paraíso, no debe estar muy lejos del concepto que uno tiene: playas de arenas blancas, desiertas y un mar que invita a disfrutarlo. Pero de París a este pueblo, hay un paso gigantesco, del que Silvia no se arrepiente ni mucho menos.
Su marido, Horacio Acardi, la escucha. Con él se lanzó a esta aventura de montar Chez Silvia Suite Bistró, un nombre que le pusieron los hijos franceses de ella. Un lugar pequeño, con dos habitaciones, decks, mucha madera y todas las comodidades.
Y como buena arquitecta, Silvia se encargó del diseño y construcción del hogar, que en un inicio fue pensado sólo como restaurante. Así funcionó hasta hace cinco años, de la mano de un chef que lo alquilaba. Pero un día llegó la voluntad de radicarse de lleno junto al mar.
Pocos vecinos, vida en familia
"Sólo cinco familias vivimos todo el año acá. Es muy tranquilo, se podría decir, una gran familia. Pero en total hay 60 casas, que en verano se convierten en un gran crisol de nacionalidades, desde italianos, españoles e ingleses, hasta argentinos y uruguayos, claro. Y cada uno trae lo suyo", cuenta Silvia.
Desde casi cualquier punto de la casa, el mar muestra todo su esplendor. Los separan sólo 250 metros de arena, como marcan los lineamientos de la nueva franja de protección costera, que antes permitía construcciones a 150, pero como el mar avanza es mejor tomar previsiones.
Hasta aquí se llega por el boca en boca o, como prefiere decir Silvia, del boca a la oreja.
En Oceanía del Polonio el programa está claro: contemplar el mar, que cada tanto sorprende arrastrando hasta la costa maderas de curiosas formas y origen incierto; disfrutar de la naturaleza, bajar un cambio y entregarse al descanso, de cuerpo y mente. "Esto es muy extenso y en verano, como mucho, podés ver cinco sombrillas en la playa. No más", agrega Horacio.
La casa-suite-restó es parte del paisaje: está sobre palafitos para permitir una buena aireación y acompañar el movimiento de las dunas, en un trabajo para el que Silvia convocó a artesanos de la zona. Sus colores tierra y arena ayudan a esa amalgama. El mobiliario, como unos cómodos sillones, también fueron construidos con material de la zona, con su diseño y la ayuda de Julia, una virtuosa artesana local.
Silvia y Horacio eran los encargados de cocinarle a la gente que llegaba hasta aquí sólo a comer. Hasta que un día un amigo les dijo: "Estoy fantástico, feliz, pero me quiero quedar a dormir".
Fue el disparador que los lanzó a remodelar la casa y construir las suites, donde no hay horario para el desayuno. En general, se prepara un brunch, cerca del mediodía, pero el que decide, en definitiva, es el huésped, incluido el menú de cada día. Eso sí, hay sugerencias del matrimonio, que abona una gastronomía con productos de la zona, desde frutos de mar, miel y almejas hasta un cordero (pre-sale), que habita la costa uruguaya y al alimentarse con pastos de la costa, con alto contenido de yodo, sal y sodio, lo hacen muy sabroso, de carne rojiza y lomo espeso.
Aquí se pueden hacer excursiones en 4x4, cabalgatas de unas dos horas a Balizas, a orillas del mar, bajo la luz de la luna llena, avistando flora y fauna, un rubro en el que también, cada uno a su tiempo, se suman ballenas, toninas y pinguinos.
Con un sólo guiño a la tecnología, -Wi-fi-, Silvia y Horacio no quieren saber nada con tener televisiores. Es que el espectáculo está en otro lado: ahí enfrente, en el mar, donde a lo lejos, una tonina acaba de asomarse mansamente a la superficie.
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