Cambiaron la ciudad por la naturaleza: se fueron a vivir en comunidad a una villa ecológica
Constanza y Lisandro viven con su hija Gaia en una ecovilla junto a otras 8 familias; fabricaron su casa de barro; generan su electricidad y comen lo que cultivan; cómo es la vida a 120 kilómetros de Capital
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Ella era una cardióloga de la fundación Favaloro, él manejaba un tambo en un pueblito del partido de Lobos llevando todos los días la mercadería al conurbano. Ella nació en el barrio de Belgrano hace 40 años, él hace 43 en Lanús, del otro lado de la vía. Jamás se habían visto hasta que ella tenía 32 años, pero un amigo en común los presentó. Si bien están convencidos de que se enamoraron ese mismo día, jamás imaginaron que 8 años más tarde estarían viviendo en una casa de barro construida por él mismo y que su hija podría correr por un bosque de una villa ecológica.
Generan su electricidad, cultivan sus verduras y comen los huevos de sus gallinas. Constanza y Lisandro nos cuentan cómo cambiaron sus vidas desde la ciudad más grande del país al rincón más escondido de la naturaleza.
“Lo más lindo de vivir acá es la magia de hacerlo en una casa de tierra, es como que la naturaleza se mete en la casa y estás en constante contacto con las plantas, los animales, la tierra”, relata Constanza Ravazzola, Coni para toda su comunidad. “Y esa energía de los seres vivos se transmite a la casa. No hay palabras, se siente en el pecho algo de bienestar muy agradable”.
“Gaia se cría con mucha seguridad acá, tiene 20 hectáreas a su disposición y nos conocemos todos con todos, por lo que puede pedirle ayuda a cualquiera”, agrega Lisando Lojoya, pareja de Coni y ambos padres de Gaia, 4 años y rulos rubios como gajos de Sol.
“Se nos ocurrió el nombre de Gaia, que es la diosa de la Tierra en la mitología griega, cuando Coni estaba haciendo el curso de ayurveda”, recuerda Lisando. “Y después descubrimos el lugar…”.
El lugar donde viven también se llama Gaia. Es una ecovilla creada en la década del ‘90 a 10 kilómetros de la localidad de Navarro, a 120 kilómetros al oeste de Buenos Aires. “Acá viven por ahora 8 familias, unas 20 personas. Pero se está construyendo un montón: hay unas 10 obras en simultáneo”, detalla Lisando. El complejo está formado por 20 hectáreas dentro de las cuales ellos tienen un terreno. En Gaia las construcciones son muy amigables con el medio ambiente: hay huertas orgánicas, crían animales, procuran el menor impacto ambiental y la mejor calidad de vida dentro de la naturaleza.
“Lo más lindo de vivir acá es el entorno natural, los ruidos, los olores, los perfumes. Y también trabajar acá es lo que más disfruto”, cuenta Lisandro, que construyó primero su propia casa y luego tres más para otros vecinos: La casa de Lisando y su familia es una bioconstrucción de 80 metros cuadrados hecha con barro, madera, arcilla, paja y arena. Tiene dos techos, uno de paja y otro vivo: cubierto con tierra y plantas. “Hicimos un sistema de ventilación pasiva (un caño bajo la tierra), que se regula con la temperatura del planeta: enfría el aire en verano y lo calienta en invierno”, precisa. También se pueden ver dos habitaciones, un baño seco, un entrepiso y una sala de ingreso. El piso es de tierra, que también regula la temperatura, de día refresca y de noche calienta.
“Lo que más les llamaba la atención a las familias es que no podían creer que el barro soportara los techos”, cuenta Lisando. Y Coni, a su lado, agrega: “Sí, y también los sorprende cómo administramos el agua, la comida. Que no cortemos tanto las plantas o el pasto, en parte dejamos que la naturaleza decida cómo ir creciendo”.
“Yo sabía que quería cambiar mi forma de relacionarme con la producción de alimentos, el agua, el sol. Empezamos a hacer cursos acá y empecé a imaginar vivir en este lugar”, continúa Coni: “El cambio más difícil fue pasar de tener una casa completa para nosotros dos en la ciudad, a alquilar una habitación sola acá, hasta que Lisandro construyó nuestra casa. No tenía un lugar propio para cocinarme o ir al baño, todo era compartido”.
“Para mí el cambio más difícil fue el suministro de energía”, agrega Lisando. “Si bien no estamos conectados a la red y no tenemos que pagar facturas… pero también dependés del clima y a veces no tenés luz y por ende tampoco tenés agua. Al principio parece muy básico, pero si te organizás se puede resolver”.
Ellos llegaron y tuvieron que adaptarse, pero su hija nació en ese rincón donde la naturaleza es protagonista. “Es hermoso ver crecer a Gaia acá”, se entusiasma Coni: “Agradezco que tenga amigos en este lugar y cómo se relacionan con la naturaleza. Ayer su amiguita de dos años reconocía y cortaba las plantas que iban a usar para la comida. Gaia de cada planta agarra una hojita, o una flor y hace regalos con eso, se conecta de una forma que me encanta. Y principalmente la veo contenta. Cuando vamos a otros lugares mi hija nos pregunta por qué las casas son distintas. Quizás el día de mañana decide volver a una ciudad, no lo sé”.
¿Lisando y Coni regresarían a la ciudad? “No creo, salvo que fuera por algo muy especial. Uno nunca sabe las vueltas de la vida, tampoco me imaginé vivir en un lugar como Gaia”, reflexiona Lisando. Coni lo mira, ve detrás a Gaia jugando, suspira y afirma: “Yo ni loca volvería a vivir en una ciudad. El cemento, los autos, tanta luz artificial son cosas que ya no quiero. Acá el equilibro de mi cuerpo, tanto físico, mental o espiritual es otro, cuando voy a la ciudad no sabría exacto como describírtelo… pero no me siento bien”.
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