Cacao: el poder de una planta sagrada con efectos súper poderosos
Sabemos que el chocolate nos levanta el ánimo; ah… pero cuando probamos el verdadero cacao el impacto es ¡superior!; te cuento mi experiencia que, imagino, te llevará a un lugar de placer
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Estoy en un almacén natural en San Javier, Traslasierra, parada frente a una heladera viendo si es mejor el quesillo orgánico de cabra o el sbrinz estacionado. Es febrero de este año. Una voz femenina dice: “¡Vos sos Ceci Alemano! ¡Del Instagram!” La miro. Es una mujer de mi edad, con aspecto muy local: rulos, vincha, ropa cómoda, cara lavada. En pocos minutos sé que se llama Naty, que vive hace ya varios años en San Javier con su compañero y sus nenas, que tuvo una vida como guionista, pero después se dedicó a la terapia corporal y a la puericultura. Y también -dice- ofrece la “ceremonia del cacao”. Mis antenitas se paran. Jamás oí hablar de algo así. Enumera algunas propiedades del cacao, me explica que ella misma lo elabora, que es poderosísimo. Sobre todo, dice, “te abre el corazón”. Tengo que volver a Buenos Aires, pero le digo que algún día quiero hacer esa experiencia.
El día llega pronto. Abril de 2022. Naty está en Buenos Aires. Me cita a las 10 de la mañana. El único requisito es llevar ropa cómoda. El sol brilla sobre Avenida Corrientes. Doblo por Lambaré, le toco timbre. Naty me abre la puerta, sonriente, me llama la atención su piel hermosa, la mirada despejada. Se queja un poco del ruido de la ciudad. Le digo: “Y esto no es nada”.
Sobre la pequeña mesa en el estudio hay dispuestos cuencos. Tardo en descubrir que es cacao en sus distintas formas: semillas, cascarilla, nibs, pasta de cacao, manteca de cacao. Huele de maravilla. Cuesta creer que esto que se ve tan delicioso sea… una planta. Hay, también, pétalos de rosa que, me dice Naty, simboliza el corazón. Cuando este se ilumina es como una rosa de pétalos abiertos.
Naty me cuenta cómo llegó al chocolate. Parece fácil: todos llegamos al chocolate, pero en su caso es distinto. Fue lo que la acompañó toda la vida. En una infancia para nada simple, en su adolescencia y después, ya madre puérpera, en las noches de teta y más teta. Claro que ella buscaba en el chocolate comercial que -sabemos- de chocolate tiene poco. Fue entonces que se puso a investigar y supo que esa cosa tan rica que la hacía sentir bien proviene de un árbol llamado Theobroma Cacao, que significa “alimento de los dioses”.
Durante siglos, los antiguos americanos le daban más de cien usos medicinales al cacao. Los mayas celebraban festividades al dios del cacao, protector y aliado para las buenas cosechas. Cuando alguien moría lavaban su cuerpo con un trapo húmedo, luego se escurría esa agua y se hacía un cacao que bebían los familiares. La creencia es que así los difuntos transmitían su conocimiento y distribuían sus pecados). También a hombres y mujeres se los enterraba con semillas de cacao.
Naty me cuenta que, cuando tomamos cacao en el estado de pasta de cacao, estamos mucho más cerca de la planta. Es un alimento vivo - esas semillas fueron fermentadas- que nos entrega todos sus tesoros:
-Fibra
- Vitaminas (sobre todo del grupo B)
- Minerales (como magnesio, manganeso y cobre)
-Polifenoles (antioxidantes, antiinflamatorios)
-Vasodilatadores
- Grasas saludables (que las mujeres, sobre todo, necesitamos)
- Sustancias como serotonina, anandamida (un neurotransmisor de la felicidad), feniletilamina y dopamina, que nos hacen sentir más optimistas y tranquilas
- ¡Fua!
-Sí – dice Naty - la primera vez que tomé cacao sentí el consuelo y el abrazo que necesitaba. El cacao es un abrazo suave que también me habilita a dejar circular el amor.
Estoy a punto de hacer la experiencia y ver si algo de eso me pasa a mí también. Naty desenrolla un paño de tarot, despliega el mazo de Thoth y me pide que saque una carta. Sé con certeza cuál tomar. Y lo que me dice corresponde exactamente a este momento. La precisión me abruma. Me quedo con la frase central: “Confío en mi propia fuerza”. Después ella se va a la cocina a preparar el cacao. La espero.
Trae una taza de un cacao espumoso. No está tan caliente. “Lo ideal es a 60 grados”, dice ella. Lo tomo entre mis manos. Ella tiene uno también.
-Estoy des-ayunando – digo.
-Perfecto. Es una bebida ideal para romper el ayuno.
Lo bebo. Es delicioso. Me dice Naty que le puso un poquito de aceite de coco y lo endulzó apenas con un preparado de stevia. Ella lo toma bien amargo. Ah, es tan rico. Me siento una nena con su taza de chocolate. Me llega el recuerdo de los domingos por la tarde en casa, cuando preparábamos el cacao que traíamos de Bariloche. Lo revolvíamos sobre el fuego largo rato. Siento que se me aflojan los hombros, como si descendieran de golpe. Después siento un cosquilleo en la espalda, por sobre la línea del corpiño, la zona que más se me suele contracturar. La sensación es muy agradable. Se lo cuento a Naty. Ella me sigue hablando. Me cuenta que toma cacao todos los días. Veinte gramos es lo ideal para empezar, pero también pueden ser cuarenta. Me cuenta que lo prepara con la pasta de cacao y manteca de cacao. Que se le puede poner azúcar de coco o stevia natural, cúrcuma, jengibre, pimienta. “¡Una chica allá en San Javier le pone zanahoria!”, comenta. Largo una carcajada. Todo -sus palabras, su gesto- me parecen muy graciosos. No estoy drogada: me siento bien y la risa me sale fácil. “La alegría del cacao”, dice ella. Dice que en grupo esto es todavía más poderoso.
Queda un fondito en la taza, algo espeso, me lo quiero tomar. Naty se ríe: “Te traigo una cucharita”, me dice. Noto cómo ahora mis pies, que durante todo el primer rato no llegaban del todo al suelo, se retorcían, se cruzaban ahora están perfectamente apoyados. ¿Me expandí por tomar cacao? Se ve que algo de eso hay. Con la cucharita que ella me acerca termino el fondo de la taza. Sí, soy una nena con su golosina preferida. Tengo otro recuerdo: la barrita de chocolate Águila que papá me ponía en la mochila cuando me iba de campamento con la escuela o con los boy scouts. La indicación era comerlo antes de dormir “para estar calentita a la noche”.
Me encuentro contando todo esto muy suelta. Las palabras salen sin esfuerzo. Apertura es la palabra. Sí, me siento abierta. Y, de pronto, siento la necesidad de ya no sostenerme a mí misma así, erguida. Necesito apoyar esa zona de la espalda, que se ocupe el suelo de sostenerla. Se lo digo a Naty. Ella estira un mat, me invita a acostarme. Me pide que cierre los ojos. Me ayuda a visualizar, con palabras, un tambor, una maraca. Mientras veo una especie de río negriazul entre mis homóplatos, una energía oscura y densa, noto cómo empiezo a bostezar. Son bostezos profundos, con lágrimas incluso. Después Naty me pide que visualice un color y se lo diga: rosa tirando a rojo, le digo. Trabajamos con eso. Lo noto como una lluvia de pétalos sobre mi pecho: el chakra cardíaco, nuestra zona vulnerable. La sensación es hermosa. Todo lo que me había dicho Naty sobre el cacao era verdad. Y más.
Cuando me pide que me incorpore (la cabeza en último lugar) siento como si regresara de un lugar lejano con una nueva claridad. Naty me hace moverme un poco, casi bailar. Y dice que entiende perfectamente por qué salió esa carta de Tarot, todo lo que venía a simbolizar.
Cuando ya estoy por volver a casa me da chocolates que hizo ella. Uno tiene almendras activadas.
-Para que te acompañe -me dice.
- ¿Y cuando se me acabe?
-Me pedís más.
Nos despedimos con un abrazo inmenso. Me siento blanda, me siento alegre, me siento completamente bien para seguir el día. Hoy desayuné cacao al 80 por ciento. ¿Qué podría salir mal?
Experta consultada
Natalia Sterlin. Terapeuta corporal, puericultora, facilitadora de ceremonias de cacao y movimiento @cacaoenmovimiento_ns.
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