Big Data para proteger la muralla de Ávila, en España
La ciudad lidera un proyecto europeo de uso de tecnología para blindar su patrimonio y regular el turismo
Decía Azorín que Ávila era "la más siglo XVI de las ciudades españolas", y razones como iglesias y palacios no le faltaban. Para que la ciudad castellana, declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, pueda seguir viviendo en el siglo XXI de sus monumentos ha decidido convertirse en la pionera de un proyecto europeo de monitorización de cascos históricos. Detrás del palabro polisílabo se esconde la presencia de 226 sensores, el 60% ya instalados, en 29 puntos de la ciudad: la muralla, la catedral, edificios singulares y calles. Estos dispositivos generan una cantidad ingente de datos sobre humedades, temperatura, luminosidad, grietas, xilófagos o la vibración por el tráfico en las puertas de acceso a la muralla, hasta 1000 parámetros, para ayudar a la preservación de un patrimonio histórico. "Hay que aplicar las nuevas tecnologías a la conservación de los monumentos porque son muy delicados", señala la arqueóloga y responsable de Patrimonio del Ayuntamiento de Ávila, Rosa Ruiz.
Otro provecho de la iniciativa Smart Heritage City, de la Unión Europea, es turística, para que, según fuentes de Turismo del Ayuntamiento, las 400.000 personas, principalmente procedentes de Madrid, que cada año visitan esta ciudad de 58.000 habitantes donde dejó sus huellas la mística Santa Teresa puedan, mediante una aplicación, sacarle más sabor a Ávila. "También permitirá conocer cómo es el flujo de visitantes y cuáles son sus intereses; mejorar la eficiencia energética de los monumentos —dónde poner luces y a qué horas deben funcionar— y ayudar a la prevención del vandalismo", explica en uno de los cubos de la muralla Begoña García, responsable de la monitorización, perteneciente a la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico.
Entre las incógnitas suscitadas tras la instalación, por ejemplo, de 15 sensores en la catedral gótica del Salvador destaca "por qué una de sus fachadas sufre un especial deterioro en la piedra", dice García. O cómo circula el agua "ante el extraño comportamiento de las humedades" que deterioran el mortero de la muralla del siglo XI, símbolo de la ciudad, vigilada por 60 sensores. "Por eso, la muralla necesita una gestión diaria, un control continuo. Nunca dejamos que un problema vaya a más", agrega Ruiz.
Estos sensores, del tamaño de una cajetilla de tabaco, transmiten información en tiempo real a una gran base de datos y generan una alarma en el caso de que algún parámetro muestre que hay riesgo inminente de daño. "El próximo paso del casco histórico inteligente de este tipo de ciudades es que gracias a los datos acumulados durante meses podamos ser predictivos, sepamos qué va a ocurrir", según García.
Con un presupuesto de 1.194.333 euros, financiados en un 75% por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) de la UE, el objetivo es que este plan, que empezó en julio de 2016 con los estudios preliminares y finalizará su ejecución a finales de 2018, se exporte a otras ciudades españolas y países. Por eso, entre los siete socios participantes, que ponen el 25% restante del presupuesto, están la Facultad de Ciencias y Tecnología de la Universidad Nova de Lisboa y la compañía francesa Nobatek, especialista en eficiencia energética. Por España, junto a la Fundación Santa María la Real y el Ayuntamiento de Ávila, trabajan los centros tecnológicos Cartif, de Valladolid; y Tecnalia, de Vizcaya, y el Instituto Tecnológico Aidimme, de la Comunidad Valenciana.
Varios técnicos de este último centro examinan la galería superior, de madera, del palacio renacentista de los Superunda, para localizar focos de posibles humedades. En ellos se colocarán sensores que vigilen la presencia de insectos que roen la madera o avisen de la aparición de hongos. "El aparato tiene una luz que, si hay xilófagos, los atrae y así podemos detectar su movimiento", explica el investigador Miguel Ángel Abián. "Hay que actuar antes para evitar el deterioro, cuando el xilófago ataca no se ve, solo se aprecia cuando ha afectado mucho", añade Ruiz.
Como si fueran espías, se intenta que estos transmisores pasen inadvertidos, es casi un juego intentar descubrirlos, sobre todo cuando están en elementos elevados. Algo más visible es el que reposa en el maravilloso cenotafio de los santos, de piedra policromada, en la basílica románica de San Vicente. Es otro de los silenciosos vigilantes que toman las constantes vitales de la ciudad para que, parafraseando a Santa Teresa, nada le turbe, nada le espante.
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