Australia: la vida buena de Byron Bay
Aquel pequeño pueblo de playa, hippies y surfistas, en el punto más oriental de la costa australiana, se puso de moda, pero no pierde el estilo
En Byron Bay no es necesario usar zapatos. Por las calles del pueblo, que son de cemento y están flanqueadas por tiendas de diseño, ropa deportiva y locales de comida saludable, mucha gente camina descalza, aunque ni siquiera estén cerca del mar o lleven una tabla de surf bajo el brazo. Hombres y mujeres esbeltas y bronceadas, parejas jóvenes con niños y bebes en coche, adolescentes de pelo rubio aún más rubio por el sol que quema en la playa, pasean descalzos mañana, tarde y noche por Byron, haciéndole honor al estilo relajado que, por años, ha definido a este lugar al norte de Sydney, en el punto más oriental en la costa australiana.
“Amo vivir en Byron”, dice Jeremy Burn, un neozelandés experto en vinos que hace tres años llegó a este lugar y hoy es uno de los dueños de 100 Mile Table, uno de los café-restaurantes emblemáticos de Byron por su estilo –el lugar es una especie de galpón industrial, pero con cuidado diseño– y por su filosofía –sólo trabajan con productos locales, traídos de sectores aledaños.
Es una mañana de abril y Jeremy hoy está trabajando: anda con zapatos. “Vine con mi esposa. Teníamos dos niños y ahora tres. Están las playas, la vida relajada; para una familia es perfecto. Nosotros vivimos en Bangalow, un pueblo a 15 minutos de Byron. Es lo bueno de este lugar: todavía hay sitios donde puedes ir y esconderte. No encuentras a nadie”.
A su lado, su socia, Sarah Swan, que llegó desde Sydney hace seis años, cree lo mismo. “Siempre quise vivir en Byron Bay”, confiesa. “Es un lugar hermoso: tienes las playas y el campo hacia el interior. Mucha gente viene en busca de un mejor estilo de vida y realmente lo puedes lograr. Pero para eso debes trabajar más fuerte, porque estar en la cima se ha vuelto mucho más competitivo”.
Combis y dreads
Sarah Swan visitó por primera vez Byron Bay hace 16 años y ha visto cómo ha cambiado el pueblo desde entonces. Antes, dice, sólo había una calle principal y todo se trataba de surf. Era mucho más hippie. Hoy, los surfistas y los hippies siguen aquí –los chicos y chicas atléticos con tablas de surf que recorren la costa australiana en sus combis, los tipos con dreadlocks vendiendo collares y los músicos tocando didgeridoo en las esquinas aún son parte esencial del paisaje–, pero la fama y vibración (aquí les gusta usar esa palabra) del lugar ha ido modificando bastante el panorama.
Hoy, en Byron Bay viven unas nueve mil personas, pero cada año están llegando 1,5 millones de visitantes; no sólo mochileros en busca de olas para surfear, sino también celebridades. El actor australiano Chris Hemsworth y su esposa Elsa Pataky, por ejemplo, tienen casa en Broken Heads, un pueblo aledaño. Su hermano Liam fue visto hace poco en Byron junto con su novia Miley Cyrus, igual que la modelo Elle Macpherson, que hace un tiempo estuvo surfeando en Watego Beach, una de las playas ícono para los devotos de las tablas y las olas. Lo mismo hizo Simon Baker, otro conocido actor australiano que creció en el pueblo cercano de Lennox Heads y que el año pasado compró una granja en Nashua, 20 minutos hacia el interior desde Byron; o el músico hawaiano Jack Johnson, u Olivia Newton-John, que también tienen propiedades aquí y a veces aparecen en sus playas. O en algún café. O en algún festival de música, gastronomía o moda, que es otro de los sellos de Byron Bay: cada año llegan miles de personas hasta aquí sólo por estos eventos.
La historia reciente de Byron Bay como destino turístico, de hecho, tiene que ver con un festival de música. Pero la historia original se remonta a 1770, cuando el navegante británico James Cook llegó a este lugar y lo nombró en honor a uno de los marineros de su expedición, John Byron, abuelo del poeta Lord Byron.
Por entonces, aquí vivían tranquilos y felices los indios arakwal, que fueron arrasados por los colonizadores y hoy apenas sobreviven (aunque en 2001 lograron que se creara aquí –justo debajo del histórico faro de Byron Bay– un parque nacional, que es coadministrado por ellos).
El pueblo vivió en un principio de la tala de cedros, pero hacia 1870 la fiebre del oro trajo a miles de contagiados que buscaron este mineral en sus playas. Más tarde, Byron se desarrolló como puerto, al mismo tiempo que proliferaba la caza de ballenas en la costa este australiana: hubo plantas procesadoras hasta los años sesenta.
Fue por esa época también que los surfistas descubrieron estas playas, aunque el boom turístico como tal comenzó recién a partir de 1973. Y fue precisamente por un festival de música llamado The Aquarius –conocido como el Woodstock australiano–, que ese año se hizo en la localidad de Nimbin, ubicada 70 kilómetros al oeste de Byron. Un evento histórico que llenó de música, hippies y marihuana a Nimbin (algo que continúa hasta hoy, por cierto), y cuyo impacto se extendió a pueblos cercanos como Byron Bay, que desde entonces comenzó a atraer a muchos de esos militantes de la contracultura y la llamada generación New Age. Sobre todo después de que se construyera la carretera desde Brisbane, la ciudad grande más cercana, a dos horas en auto hacia el norte.
Pero mientras muchos de esos primeros hippies se quedaron en Nimbin, los neohippies –es decir, los que tuvieron más plata– prefirieron venirse a Byron Bay, construir sus lindas casas cerca del mar y llevar una vida cómoda, saludable y en contacto con la naturaleza. Haciendo una comparación, Byron es como una mezcla entre Zapallar y Pucón, en Chile, pero con clima tropical, paisaje selvático, meditación y yoga... Lo que hace recordar también a Bali, en Indonesia, o a playas brasileñas como Trancoso, en Bahía. Además, la comunidad local se precia de tener un “espíritu verde”: se opone a las construcciones de altura –no hay ninguna– e incluso a la presencia de restaurantes de comida rápida –que tampoco hay, salvo por un Subway-.
Frente a la playa principal de Byron Bay hay un pequeño montículo con pasto muy bien cuidado donde todo el mundo se sienta y gasta horas y horas admirando la innegable belleza de este lugar. Hacia el fondo se ve el faro de Byron Bay, que data de 1901 y es uno de los mayores hitos turísticos de este pueblo: hay un sendero que lleva hasta allí por la costa y que regala las mejores vistas a playas como Watego o Tallow, esta última una larga y ventosa franja de arena blanca flanqueada por un exuberante bosque subtropical, que se mantiene casi tan salvaje como la debe haber visto James Cook en el siglo XVIII.
Productos locales
Mientras en Main Beach los surfistas entran y salen del mar con sus tablas de colores, algunas canoas navegan hacia los islotes Julian Rock, que están al frente, los niños juegan por la orilla, y los salvavidas, con sus poleras amarillas y rojas, vigilan atentos. En la arena, un par de chicas se broncea despreocupadamente en topless, un grupo de amigos con barba y dreadlocks toca unos bongós, y un papá le saca la arena a su hijo en la ducha de la playa. Una cuadra hacia el pueblo, un animado bar con terraza retumba con una banda en vivo y, por el frente, pasan varios ciclistas y más personas caminando descalzas por el cemento. Ya lo saben: es el estilo Byron.
Un poco más tarde, en las afueras del pueblo, un lugar llamado Three Blue Ducks está que arde: es uno de los restaurantes de moda. Funciona dentro de un granja que abastece su menú: hay chanchos, vacas, gallinas y verduras que se cultivan siguiendo los preceptos de la sustentabilidad. Por ejemplo, sin uso de químicos o dándoles más espacio a los animales “para que no se estresen”, como explica el joven granjero que hace el tour para los visitantes. Se los comen igual, pero la carne –aseguran– sabe mejor.
“Esto es ciento por ciento Byron Bay”, dice Adam Drage, el joven y sonriente administrador de Three Blue Ducks, explicando el notorio énfasis que este restaurante –y la comunidad en general– pone en los productos locales. “Cualquier cosa que podamos cultivar, la usaremos acá”, asegura Drage, que también se vino desde Sydney en busca de un cambio de vida. “Byron ahora es cada vez más como una ciudad: la temporada de vacaciones dura todo el año. Toma tiempo ajustarse a la frecuencia que hay aquí, pero en mi caso ahora tengo una vida mucho más ocupada que cuando estaba en Sydney. Aunque también más disfrutable”.
Three Blue Ducks se ha convertido en un panorama imbatible en la zona para familias con niños, que por lo general pertenecen a “magníficas esposas en faldas largas y tipos barbudos con el pelo blanqueado por el sol que parecen demasiado saludables”, como escribió con humor el crítico gastronómico local John Letlean en el periódico The Australian. Es decir, al más puro estilo Byron Bay. Claro que esta vez es con zapatos.
Datos útiles
Cómo llegar
Byron Bay está 772 kilómetros al norte de Sydney, así que lo más rápido es ir en un vuelo doméstico al aeropuerto de Ballina y seguir en auto una hora más hasta el pueblo.
Dónde dormir
Si prefiere exclusividad, en las afueras del pueblo está Byron at Byron, resort inmerso en un bosque subtropical, con piscina, spa, clases de yoga y acceso directo a la salvaje Tallow Beach. 77-97 Broken Head Road; TheByronatByron.com.au
Dónde comer
The Roadhouse: en la entrada sur de Byron, es un bar pequeño y con onda, perfecto para el desayuno o almuerzo (6142 Bangalow Road; RoadhouseByronBay.com).
Beach Byron Bay: otra opción para desayuno (el clásico brekkie australiano), con platos saludables y vista al mar (Clarkes Beach, Lawson St; BeachByronBay.com.au).
Three Blue Ducks: para el almuerzo, en las afueras de Byron, se destaca por el uso de productos locales, que cultivan en su propia granja (11 Ewingsdale Road; ThreeBlueDucks.com).
100 Mile Table: también con énfasis en lo local, es otro buen dato. Está en el llamado barrio industrial de Byron (Unit 4/8 Banksia Drive; 100MileTable.com).
Balcony Bar and Oyster Co: en el mismo pueblo, para la tarde-noche. ¿Qué comer allí? Afirmativo, ostras (Esq. de Lawson y Jonson St; Balcony.com.au).
Más información
Matices en el paraíso
“Claro que nos gustaría que Byron se mantuviera como antes, pero las cosas van cambiando y hay que adaptarse”, dice Chrissy Caplice, que vive hace 16 años en el pueblo y hace diez trabaja como gerente del exclusivo resort Byron at Byron, uno de los dos que hay en la zona (el otro, Elements, abrió recién hace un año frente a la playa de Belongil). “Pero la comunidad local tiene un espíritu verde fuerte y eso ha hecho que Byron no crezca de manera descontrolada”.
El paraíso también tiene matices. Algunos medios locales han publicado artículos sobre los problemas que hoy afectan a Byron Bay, que van desde cosas simples como lo difícil que está resultando estacionar en el pueblo, hasta situaciones mucho más complejas como el aumento de personas sin casa que han llegado hasta aquí y duermen en las calles o en las playas aledañas. “Hace 30 años que Craig McGregor (un reconocido escritor local) destacó a Byron Bay por tener lo que otros pequeños pueblos australianos no tenían: arte, cultura y comida”, dice una guía local, Rusty’s Byron Guide, que circula gratis en las tiendas. “Desafortunadamente, así como el pueblo ha crecido, hemos tenido que relacionarnos con las cosas no placenteras de una ciudad. Nuestra infraestructura está sintiendo el peso de su uso”.
Sarah Millet, una inglesa que también se vino de Sydney y hace un año está a cargo de Beach Byron Bay, un taquillero restaurante con vista al mar, sabe que hoy el pueblo enfrenta un desafío. “La gente local nota que ha habido un cambio. Byron se ha puesto de moda, está apareciendo en las revistas más mainstream y eso es un desafío”, dice. “En mi caso, yo venía desde Sydney y me costó acostumbrarme a otro ritmo de vida, pero estoy feliz. Tengo un niño que está creciendo cerca del mar. Creo que vivir aquí es mejor para el alma”.
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