Artistas extremos: cuando el lugar más recóndito y exótico es inspirador
Aunque las residencias son, a esta altura, hitos de rigor en las carreras de los creadores contemporáneos, desarrollar una obra nueva en un paraje de Finlandia, un pantano en Taiwán o un campo de refugiados en Argelia escapa de toda convención
En pleno verano, Verónica Gómez prepara una valija con mucho abrigo, un Kindle cargado de libros, un mapa, la libreta de notas y materiales para dibujar y pintar. Durante febrero será la única habitante de una casa destinada a albergar artistas en un paraje rural de Finlandia, rodeada de bosques y lagos. Ella hizo lo que tantos colegas eligen hoy: completó unos formularios para participar en residencias de artistas, que invitan a cambiar de escenario para inspirarse y producir nueva obra. Y más allá de destinos frecuentes como Madrid o Berlín, en los últimos meses hubo artistas argentinos empeñados en perseguir auroras boreales, habitar un pantano, dormir dentro de una obra al otro lado del globo o poblar una isla desierta.
"Quise volver a Finlandia, donde estuve en 2015, pero esta vez en invierno y a un lugar más aislado, para continuar la exploración atmosférica y anímica en mi pintura. Es una especie de retiro", analiza. No le preocupan las condiciones extremas: "Temperaturas de -20°C, días muy cortos con una luz muy diferente, un tipo de silencio que produce la nieve acumulada y la posibilidad de una aurora boreal actúan como caja de resonancia".
Las residencias son hoy hitos de rigor en las carreras de los artistas contemporáneos. "Sé que hay una especie de moda de andar haciendo residencias por el mundo, como si se coleccionaran estampillas de distintos países o créditos para el CV. A mí no me interesa. Considero demasiado poderosa la sensación de extrañeza e intento respetar los tiempos de asimilación. Lleva tiempo volver de esos lugares. Es un resabio que hay que esmerarse en conservar", sigue Gómez.
Las residencias pueden ser espacios y tiempos para poner la mente en blanco o lugares a los que se llega con un proyecto específico a cumplir. Claudia Aranovich no es una joven aventurera, sino una escultora de trayectoria, y no dudó en instalarse un mes entero con el pantalón arremangado adentro de un pantano en Taiwán para llenarlo de flores gigantes de cañas de bambú. Fue una de las cinco artistas elegidas entre 500 postulantes en un programa de arte ambiental el año pasado. "Estuve en un pueblo de pescadores. Los pobladores y algunos artistas se acercaban a ayudar. Desde las 9 de hasta las 17 hacía 38°C. El día de la implantación, una máquina infernal succionaba agua para plantar mis flores, con operarios que hablaban sólo chino, ayudantes nerviosos que traducían a los gritos, corridas... Si tuviera nuevas oportunidades iría sin dudarlo", retruca. Ésta fue su séptima experiencia desde 1999: "Las residencias me dieron la oportunidad de hacer obra en otros países y dejarla emplazada".
Queda poco lugar para sellos en el pasaporte de Florencia Levy, una mujer que huye del lugar común: cursó residencias en La Habana, Corea del Sur, Kuala Lumpur, Texas, Taipei, Japón y Varsovia. En 2016 viajó por China y en la región de Mongolia fue detenida cuando filmaba un dique con residuos radiactivos porque pensaban que era una espía. "Tras siete horas de interrogatorio y la captura de mi pasaporte, borraron todo el material que había filmado y fotografiado. Milagrosamente quedó una sola imagen que pude recuperar, y parte del momento en el que me detienen grabado con mi teléfono celular." La foto sobreviviente fue seleccionada en el premio de la galería ArtexArte que se expondrá a partir de marzo. Acaba de volver de su última experiencia en Jerusalén, una beca del Art Cube Artists' Studios. Siguió con su proyecto de intervenciones en el espacio público a partir de entrevistas en video. "Siempre el foco de mi práctica son investigaciones sobre comunidades y formas de subjetividad en relación a la historia, la arquitectura y el conflicto", explica.
También fue bastante extrema la experiencia de Marina Curci en un campamento de refugiados en Argelia, en noviembre pasado. Visitó Wilaya de Bojador, donde vive el pueblo saharauis. Pero no estuvo sola: más de cien artistas saharauis, argelinos y de todas partes del mundo participaron en Artifariti, encuentro de arte y derechos humanos en el Sahara Occidental. "Pinté frente al paisaje. Bordé con la gente. Antes de viajar junté 100 kilómetros de hilos donados", cuenta Curci. Todo comenzó hace diez años, tras una expedición a la Antártida: "Al regresar de aquel viaje, me pregunté cuál sería el paso siguiente: África". Volvió transformada: "Sentí el afecto, la solidaridad, el silencio, los límites, lo esencial. Este viaje reafirmó mi esencia de pintora: cuando voy al paisaje me meto en el mundo que me rodea".
De Chaco a Letonia, con escalas
De Resistencia a Kuldiga, Letonia, la distancia se cuenta en mucho más que kilómetros. Ignacio Fanti la recorrió, con una escala de casi ocho años en Buenos Aires para formarse como artista. "Una convocatoria me llamó la atención: me gustaba el nombre de un país que no sabía traducir: Latvia. Y quedó seleccionado para ir a fotografiar un pueblo en el que sólo hay un castillo -donde residió-, un supermercado y pocas viviendas: el resto es bosque y campo. Cambió la naturaleza de su trabajo a la de flâneur, cuando el profesor dio la consigna de caminar y se perdió en el bosque por cinco horas. "Ahora puedo ver las cosas desde otro lugar, utilizar todo lo que puedo absorber en el exterior para aplicarlo dentro de mi trabajo más interior", cuenta. Este año, su trabajo se podrá ver en la galería The White Lodge de Córdoba.
Valeria Conte no pudo decir que no cuando le llegó una invitación para permanecer tres meses trabajando su obra en el Museo Nacional de Arte Moderno y Contemporáneo de Corea del Sur. "Nunca había estado en Oriente." Le costó dejar a su familia en su casa de barro a orillas del lago Lolog, en Neuquén. Su obra fue una frazada para arroparse y dormir tranquila. De la manta salían a la altura de su corazón hilos que la dejaban suspendida a 20 centímetros de su cuerpo. Durmió tres meses allí. "Como había 12 horas de diferencia con la Argentina, sentía que al dormir de día me juntaba con el sueño de mis seres queridos."
Por invitación de la Universidad de Shanghai, Federico Bacher estuvo quince días en un pequeño pueblo chino, Moganshan, construyendo una estructura en bambú que funciona como punto de encuentro. Lo ayudaron estudiantes, con quienes desayunaba fideos de arroz salteado y cenaba platos rarísimos. "Cuando llegué todo estaba mal: las cañas gigantes recién cortadas, los tornillos cortos, los tubos de la medida equivocada... Integré artesanos al equipo y fue muy enriquecedor. Aprendí a tolerar y ceder, y a dar lugar a tiempos más largos. El arte es el lenguaje universal: en un punto, todos hablamos lo mismo", comenta.
Las residencias tienen versiones solitarias, en comunidades o en contingentes políglotas. De otro tipo fue la primera vez del fotógrafo Santiago Carrera: compartió con otros artistas 100 metros cuadrados rodeados del mar Caribe, en la región Guna Yala. Las cosas no fueron fáciles: "Los días comenzaban con los primeros rayos del sol y terminaban un poquito después de que se pusiera. Dormíamos en carpas y no había ninguna conexión con el exterior. La comida era justa y el agua se traía de un río a 8 kilómetros". El aislamiento sumió a Carrera en reflexiones y hallazgos que mostrará en 2017 en la galería Honeycom Arts. "Me permitió una gran conexión conmigo y mi trabajo, y entrar en un ritmo más acorde con la naturaleza." El saldo, casi siempre, es positivo.
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