Arder
"Es mejor arder que apagarse lentamente".
La frase es célebre en el mundo del rock. Pertenece al músico canadiense Neil Young y se escucha en la canción "Hey Hey My My", pero se hizo realmente conocida (al menos para mí) cuando Kurt Cobain la escribió en su nota de suicidio.
Me pareció que era una buena cita para explicar el fin de esta sección. Los motivos no son para nada trágicos ni mucho menos: elijo ponerle fin a esta etapa como escriba (decir escritor sería mucho y decir periodista no corresponde para esta clase de textos) porque considero que hoy, casi seis meses después de su comienzo, es un buen día para hacerlo. El rating sigue siendo bueno, pero es mejor terminar como Breaking Bad que como Lost, si se me permite la analogía. Sería injusto que algo que disfruté tanto hacer se diluya en textos de menor calidad, o en temas repetidos, o que -peor aún- en mi falta de motivación para hacerla ad eternum.
Se me ocurrió hacer esto cuando me quedé sin uno de mis trabajos. Quise combatir la frustración de no poder trabajar de lo que me gusta intentando algo nuevo, diferente para mí. Y, por supuesto, quise que mi economía no tuviera un agujero justo en el momento en el que un hijo estaba por nacer. Los trabajos volvieron, pero me quedé. Me quité los prejuicios de encima, eso de ser un "periodista de rock" escribiendo en una revista para mujeres. Pensé en que mi situación era igual a la de tantos otros, y que eso no admite categorías. Lo único que tenía eran ideas en la cabeza y palabras para escribir. Y lo hice. Fui el tipo que escribía sobre lo que le pasaba, y ustedes fueron los que leyeron, se emocionaron e incluso se enojaron con lo que les llegó a través de la pantalla. Funcionó, a veces mejor y a veces peor, pero funcionó.
Hice la sección que quise. Aún sin ser lector de revistas femeninas, me pareció que un blog sobre mi paternidad en una revista leída mayoritariamente por mujeres podía resultar bien. No sabía si existía algo así, y tampoco lo sé ahora. No busqué otras referencias con las que compararme, porque tenía bien claro en mi mente qué tipo de textos quería publicar y compartir, y no quería que nada influyera en ese plan. Quería cambiar el tono, hacer algo distinto, que pudiera ser leído por cualquier persona -con o sin hijos- y que le resultara interesante. Quería no caer en los lugares comunes de siempre, que explican una y otra vez cómo ser un buen padre o madre, cómo elegir al pediatra, o qué hacer ante tal o cual situación. Si no es información que yo hubiera buscado en Internet, ¿por qué habría de escribirla? Uno de mis mayores éxitos personales fue haber logrado que muchos hombres entraran a leer estas notas. Algunos lo confesaron en público, otros en privado. Pero no, no voy a deschavarlos justo ahora.
Gracias a "Padres Primerizos" pude darme varios gustos. No sólo relaté el parto tres días después de haberlo presenciado, sino que también me permití algunas postales urbanas relacionadas con el tema (ceder o no ceder los asientos, las fiestitas infantiles), algo de autocrítica (menos mal que no soy madre, ni la más puta idea), un poco de periodismo (células madre, licencias por nacimiento), un ranking (40 cosas que aprendí), algo de ficción (diálogos imaginarios, ya pueden dormir) y algo de emoción (lo que deseo para vos, panzas reales y virtuales, ser padres, pareja y uno mismo). De aquella lista inicial que le propuse a Patricia, mi editora, descarté algunos temas, reformulé otros y agregué varios. Y así llego al final, con todo lo que tenía ganas de decir, dicho. No es poco.
Estoy agradecido. Primero a mi familia, Naty y Ben, porque sin ellos no hubiera existido todo este experimento: gracias por dejarse retratar sin permiso, intenté cuidarlos lo más que pude. También a la familia ampliada, los amigos, los conocidos de siempre con los que nunca hablaba, pero que con estas notas se acercaron a decir sus palabras. A Karina Ocampo por el insert. A Anto Ferrari, Lucía Mazzini, Lucre Condoleo, Mariana Jasper, Luz Chiappe y Sol Delorenzi por sus amables gestiones. A Pato Gallardo, por confiar en la propuesta de un desconocido. Y, sobre todo, a los lectores, porque sin lectores sólo habría textos sin vida.
La mayoría de los comentarios que me hicieron ustedes, lectores, hablaban sobre la identificación que sentían mientras leían. Creo que otra de las virtudes de estas notas es que son atemporales: así como yo pretendo que Ben las lea algún día, ustedes también van a poder retomarlas en cualquier momento. Las emociones no son estáticas, y está bueno comprobar si lo que en algún momento nos movilizó lo conseguirá más tarde. A mí me gusta volver a leer textos viejos, porque son los mejores reflejos de mi vida en el momento en que los escribí. Mi historia junto a Ben va a seguir en la vida real (que cada tanto cuela alguna pastillita en Twitter o Instagram), pero también en esto que termina hoy.
No vale extrañar mientras se pueda volver a leer.
Fin.
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