Amor de verano
Hace unos meses, cuando en Buenos Aires estábamos emponchados, me fui a Barcelona con un grupo de amigas. Decidí el viaje a último momento, mi cuerpo de pronto pedía mar. No sé si les pasa, pero yo tengo un delirio de sirena: aunque sea en una palangana, yo pongo los pies en el agua. Tuve una sensación de que era el viaje correcto, no importaba si el pasaje –con tan poca anticipación– costaba ¡el doble! o si tenía que hacer malabares previo al OHLALÁ! Fest, había algo que me llamaba. Fue ese mismo viaje en el que hice el Camino de Santiago, pero este relato no se trata de eso, sino de mi amor de verano.
Una de esas noches veraniegas me encontré con un hombre que me miró como desde hacía mucho tiempo no me miraba alguien. Me acuerdo de que no podía mantenerle la mirada. Y mi cuerpo quedaba en una vibración agitada. Eran las fiestas de Gracia y todo el barrio estaba decorado con instalaciones estrambóticas, colores, selvas artificiales, esculturas de El Principito o bailadoras de flamenco y flores. Nos envolvía una atmósfera surrealista en una noche tan tibia, llena de risas que dispersaban cualquier tensión, y la humedad, que nos volvía desprolijos y vulnerables. Supe que ese encuentro no era casual. Pero todas las alarmas me decían: “¡Huí de ahí!”. Él vive en Barcelona, ya en la intimidad de la charla mostraba sus sombras, sabía que era un camino sinuoso. Mientras, otra parte mía decía: “¡¿Qué estás esperando?!”. Las mismas voces de siempre: el miedo vs. el arrojo; la sensatez vs. los sentimientos; el control vs. el riesgo. Entonces, cuando la mirada ya me calaba los huesos y a mí me hacía sentir desnuda antes de tiempo, me pedí un taxi. Volví con el corazón galopando y, cuando llegué al depto, me metí en la cama y me arropé en insomnio.
Al día siguiente lo llamé, le dije que fuéramos juntos a la playa. Y ahí nos subimos al tren rumbo al agua. Ya cuando me puso protector solar, me dije: “Acá no se salva nadie”. Nos metimos al mar como un bautismo previo (perdón la incorrección de la metáfora) a lo que tendría que pasar. Y ya refugiados en la lona, nuestro metro cuadrado en el mundo, viví la tarde-noche más romántica de mi vida. Ya sé, chicas, que nos gustan los detalles, pero se imaginarán que no es este el lugar. Fue como si todas las células recibieran una descarga de electricidad, como cuando en la sala de emergencias se escucha: “¡Despejen!”, y aplican los desfibriladores, y el cuerpo se contrae y finalmente vuelve a la vida. Así, todos mis fantasmas desaparecieron. Y la fluidez se abrió paso llevándose puestas las dudas, la vergüenza, las rigideces. Soñamos con una semana solos en Ibiza, pensamos de cuántas vidas atrás nos conoceríamos, nos miramos con la certeza: “Por fin estás acá”, y nos debatímos en el asombro de la contundencia.
Ahora voy a apretar un botón imaginario de fast foward.
Una semana después, me acordé de una frase de Euge Castagnino, editora de OHLALÁ!: “Ojo con los que te rompen la cabeza, porque también pueden romperte el corazón”. Y así fue. Sin embargo, eso no es lo importante de esta historia de amor fugaz, sino mi convicción de que si es verano, tirate a la pileta. Tenemos tanto miedo a que nos lastimen, a que nuestra entrega no sea recibida, a que no estén a la altura, que nos quedamos quietas, como los conejitos de ruta frente al resplandor. Yo te digo: mi “comieron perdices” fue darme cuenta de la potencia de mi sensualidad, de mi capacidad de amar, de qué quería yo de un compañero, de mi valentía, de mi soltura. Me acuerdo de que se lo dije en el ocaso de nuestras charlas apasionadas: “¿Sabés qué?, yo te estoy muy agradecida, porque esta potencia es mía, vos fuiste el que la gatilló, pero es mi propia intensidad de amar”. Es cierto, implicaba ponerle un poco de La Gotita a mi corazón, pero cuando un corazón ya tuvo destrucción total, una pequeña grieta no es nada comparado con mi despertar.
Este febrero, hablamos de “Volver al otro” si ya estás en el maravilloso desafío de estar en pareja; pero si estás soltera, te deseo que salgas a jugar, que no te quedes de testigo, andá a crear tus propias aventuras. Y seguí siendo tu versión más sincera, así, tarde o temprano (si es eso lo que deseás), va a llegar un hombre que te ame con todas las letras.
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