Alentejo, donde nadie acelera
Un recorrido pausado entre paisajes rurales, ciudadelas inalteradas y playas indómitas, con la deliciosa compañía de los vinos y la cocina local
Hay lugares que combinan con su nombre, Alentejo, por ejemplo. Tiene el ritmo aletargado que insinúa su nombre. Y una lejanía abstracta porque aunque Évora, una de las principales ciudades de la región, está a una hora y media de Lisboa, la sensación es de cientos de años de distancia.
Alentejo es una vasta región portuguesa que limita con España, al Este, y con un océano Atlántico azulísimo y salvaje, al Oeste. Arriba, en el mapa, está la antigua pero renovada Lisboa y debajo, Algarve y sus playas repletas de resorts. Alentejo, que etimológicamente significa más allá del río Tajo, se mantiene casi intacta por haber preservado hasta hoy sus características rurales. Por un lado, es la región portuguesa que más emigración de jóvenes ha tenido en los últimos años. Escasea el trabajo. Y por otro, su desarrollo turístico creció lento pero firme y, sobre todo, fiel a su estilo auténtico.
Sobre esta tierra trata la primera gran novela de José Saramago, Levantado del suelo, de 1980. Y a los pies del Castelo Montemor o Novo, en el distrito de Évora, la escritora portuguesa Alexandra Lucas Coelho escribió su libro más fogoso: O meu amante de domingo. Si se coloca este castillo en el Earth View se confirma la frase más conocida del libro de Saramago: "Lo que más hay en la tierra es paisaje. Por mucho que falte del resto, paisaje ha sobrado siempre".
Portugal es el mayor productor de corcho del mundo y gran parte de los alcornoques están en ese paisaje que nombra Saramago. El verano europeo es, justamente, la época en que se arranca la corteza de los árboles y se pinta en los troncos desnudos el número de años que deben dejar pasar antes de repetir la extracción (nueve, como mínimo). En Montsobro, una tienda de objetos de materia viva, en la rua 5 de Outubro -una de las calles empedradas y empinadas de Évora-, el corcho toma forma de carteras, posavasos, pulseras, sombreros y hasta vestidos.
La buena mesa
Comer en Évora es lo primero que se ve al entrar al Café Alentejo. Un libro cuadrado, gordo y de tapas duras que muestra una selección de restaurantes locales a través de fotografías -por el premiado Jerónimo Heitor Coelho- de espacios, recetas y retratos de sus creadores, tantas veces anónimos. Los espárragos verdes salteados (6,80 euros) y el cerdo negro alentejano asado al horno con papas (13,50 euros) que llegan a la mesa de esta fonda, salen en el libro. El libro es gordo porque son muchos los lugares donde se come bien en esta pequeña ciudad de más de dos milenios, rodeada por murallas romano-godo-árabes, donde las casas son blancas, los techos rojos y el sol de la siesta aplasta.
El restaurante Mr. Pickwick, así llamado por la novela de Charles Dickens Los papeles del Club Pickwick (sátira sobre las altas esferas de la sociedad), reafirma la idiosincrasia local. Mientras que en otras partes de Portugal preferían darles los restos de comida a los animales, o hasta enterrarlos, antes que a los criados; en Alentejo hubo más integración. El plato más típico de la casa es el cerdo a la alentejana: con almejas. El cerdo es de Alentejo y las almejas de Algarve, la región que está al Sur. Tenían tantas almejas que comenzaron a intercambiarlas por cerdos. De ese trueque viene el plato.
En otra mesa, la del desayuno del Hotel Vitoria Stone, además de pasteles de nata, panes caseros, frutos secos y frescos, y aguas de hierbas, hay cartelitos con dichos populares: "Barriga vacía no conoce alegría", "Vientre en ayuno no oye a ninguno".
En Alentejo la comida es el viaje. Y los vinos también. El centro de visitantes de La Ruta del Vino de Alentejo está en un antiguo convento de Évora. Comenzaron a fines de 1980 con 17 productores y hoy son 70 bodegas certificadas. Las degustaciones son gratuitas, de lunes a sábados, y se pueden probar vinos como O canto D'Orada, producido en cuatro hectáreas de tierra por un señor cuya actividad también combina con su nombre: Jose Luis V. Botelho.
Con la boca repleta de notas de Arinto, Roupeiro, Antão Vaz o Trincadeira, uvas propias de Alentejo, hay que ir a ver los azulejos de la Universidad de Évora; las ruinas del templo romano, del siglo I, y la Capilla de los Huesos, construida en el siglo XVI por un monje franciscano que quería dejar constancia de lo efímera y transitoria que es la vida. En la entrada, un cartelito pertinente: "Nosotros, los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos".
Con esa idea en mente, es bueno volver al Vitória Stone para darse un chapuzón en la piscina de la terraza y tomar algo en el bar Avista, otro lugar que combina con su nombre.
El campo, las playas, la cocina
"2450 años" se lee en el certificado tallado en piedra que está delante de la olivera. Es la más antigua que tienen en Horta da Moura, un hotel rural a los pies de Monsaraz, villa medieval que fue ocupada por romanos, visigodos y musulmanes antes de ser conquistada por los caballeros templarios en 1232, y puede visitarse en carruaje. Las otras oliveras son más jóvenes, tienen 705, 400 años, y de ellas extraen el aceite de oliva, las aceitunas y el paté de aceituna que sirven en la cena. En esta finca que está a orillas del Alqueva, el lago artificial más grande de Europa, la cocina local es tan protagonista que hasta se dan clases a los visitantes. El chef enseña a hacer huevos revueltos con farinheira, grasa de cerdo, harina y pimentón, y la encharcada, un postre tradicional que lleva apenas nueve yemas, azúcar y agua. Alentejo no es nada light.
Un fado del alentejano António Zambujo suena en la camioneta que maneja Elsa Dias, junto a su hija Margarida. Fueron a buscarme a la estación del comboio, como se le dice al tren en Portugal, para llevarme a la Herdade das Barradas da Serra, la finca de la familia. Luís Dias, marido y padre, es el experto en las tareas rurales: crían ovejas, extraen la corteza del alcornoque, labran la tierra. Y todos juntos llevan adelante estas 600 hectáreas con diez habitaciones bellísimas y una piscina, que forman parte de la red Rusticae, de hoteles con encanto. Queda muy cerca del Atlántico, se puede ir a pasar el día a la playa da Galé, con sus farallones rojizos, y sobra tiempo para pasear por la ciudad de Grándola y comer un arroz con mariscos formidable en el restaurante Litoral (25 euros). Grándola se hizo famosa por la canción "Grândola, Vila Morena" de José Afonso, que se tornó himno de la revolución del 25 de abril de 1974, la revolución de los claveles.
Monte do Zambujeiro
Atardece en Barradas da Serra y el campo se tiñe de dorado. En la mesa de la galería hay quesos de cabra y oveja, pan casero, aceitunas y copas enormes y finísimas llenas de vino verde fresco. El campo propone su propia música y el tiempo, que ya es lento, aquí uno querría que fuera eterno.
La última parada es en Monte do Zambujeiro, una casa de campo donde el río hace una curva, en lo alto del monte, cerca de la ciudad costera Vila Nova de Milfontes. Hace más de 300 años que estas 70 hectáreas son de la familia de Mónica McGill. Allí pasaba sus veranos, de chica, "sin agua ni electricidad, pero con la mayor felicidad", cuenta Mónica durante la cena, entre bocados de bacalao y sorbos de vino Carlota Joaquina.
En 2005 empezó a recuperar la casa, tres años después decidió abrirla como alojamiento y en 2012 construyó las casas nuevas, a todo lujo. Su hotel participa de la red de turismo creativo Casas Brancas, que ella misma preside, y de las Rutas Vicentinas: recorridos a pie por caminos históricos de pescadores y pastores que bordean el mar.
Ya fue advertido: la gastronomía alentejana es el viaje; y el viaje por Alentejo conviene hacerlo en auto. Luego de un desayuno de campo, casero y abundante, el destino son las playas: Odeceixe, llena de surfistas; Zambujeira do Mar, con sus calas y sus viudas vestidas de negro en las puertas de las casas blancas; y la playa de Vila Nova de Milfontes, repleta de rocas gigantes y gaviotas, rodeada por una villa de casas pintadas a la cal, veredas angostas y tascas como la de Celsio, donde sirven unas habas con chorizo inolvidables.
Datos útiles
Cómo llegar
Évora está a 135 km de Lisboa. Se puede llegar en tren o en ómnibus. Los precios de los pasajes son similares: 12 euros.
Dónde dormir
Vitória Stone hotel. Rua Diana de Lis, 5. Évora. (351 266 707 174). vitoriastonehotel.com. Desde 102 euros la habitación doble con desayuno.
Horta da Moura hotel. Monsaraz. (351 266 550 100). hortadamoura.pt. A partir de 64 euros la doble con desayuno.
Herdade das Barradas da Serra. Grândola. (351 961 776 610). barradasdaserra.pt. Desde 80 euros la doble con desayuno en temporada baja, y 140 euros en alta.
Monte do Zambujeiro. Herdade do Zambujeiro, Vila Nova de Mil Fontes. (351 963 781). montedozambujeiro.com. Desde 100 euros la habitación doble con desayuno.
Comer y beber
Café Alentejo. Rua do Raimundo 5. Évora. (351 266 706 296). cafealentejo.com.
Mr. Pickwick. Alcárcova de Cima 3. Évora. (351 266 706 999). evora.net/mrpickwick-mrsnob.
Restaurante Litoral. Rua Afonso Henriques 3. Grándola. (351 269 441 286).
Tasca do Celso. Rua dos Aviadores s/n. Vila Nova de Milfontes. (351 283 996 753). tascadocelso.com
Rota dos Vinhos do Alentejo. Praça Joaquim António de Aguiar 20. Évora. (351 266 746 498). vinhosdoalentejo.pt.