6000 kilómetros en 30 horas
Hola Sofi,
Como siempre, cada vez que leo tus palabras, mi mente proyecta múltiples imágenes y pensamientos. Esos son los momentos en los que quisiera tenerte enfrente y charlar sobre esas sensaciones que te despierta el suelo africano.
En tu post decís; "Es que, aunque no lo creas, después de ver 80 cebras, ñus, jabalíes, hasta jirafas, etc, como seres humanos ambiciosos que somos, ya después de un rato esos animales tan "comunes" ahí, es muy fácil que pasen a ser parte del grupo "nada" y empieces a querer más."
Nuestra hermana Tani hizo acá un comentario muy atinado al respecto. Dijo: "Cuando lo cotidiano se transforma en lo de siempre, "la nada"…… Esa manía de nuestro cerebro por neutralizar todo lo que vio más de dos veces para estar alerta a lo nuevo. ¿Ambición o supervivencia?"
Entonces me pregunto, ¿por qué abandonamos a ese niño interior?, ¿por qué naturalizamos y nos gana la indiferencia, el aburrimiento?, ¿por qué miramos por la ventana esperando que algo mejor pase y nos volvemos ciegos ante lo bello que nos acompaña?
El domingo, cuando volvía de Tierra del Fuego, lo hacía el día más corto del año, en el lugar más austral del mundo, ante colores impagables, con las nubes en llamas y una puesta de sol desde el cielo. ¿Puede eso dejar de alertarnos? ¿Transformarse en "nada"? ¿Cómo puede ser que las personas en el avión estuvieran durmiendo ante semejante espectáculo?
Con Vero, amiga del alma, no podíamos dejar de observar el cielo, negro de un lado, y como lava hirviendo del otro. Ella cada tanto cantaba por lo bajo este tema:
Sin Vero, no hubiera podido hacer lo que hice. Agradecida por siempre.
Sofi, sé que te gustaría saber cómo me fue en el sur. En este viaje que hice para buscar todas mis pertenencias que quedaron ahí después de mi separación.
De mi intimidad, de mis emociones, sensaciones y vivencias personales, hay una sola cosa que te voy a decir hoy: a la vuelta, cuando despegó el avión y vi a la isla alejarse, las lágrimas saltaron de mis ojos descontroladamente. No es que en los meses pasados no hubiera llorado. Lo hice y mucho (hay hombros que estuvieron para mí, una remera en particular que quedó muy marcada con mi rimmel).
Pero esto fue distinto. Antes lloraba porque me culpaba, por impotencia, por temer que hubiera daños irreparables en mí, por miedo a no ser capaz de volver a amar...... El domingo, cuando vi la isla alejarse, fue como si hubiera dejado todo lo malo ahí, para no retornar jamás a ese punto, a esa desventura. Y toda esa tensión explotó de golpe. Vero, mientras tanto, me alentaba. Entonces, junto a ese llanto, llegaron los insultos. Creo que el momento entero reflejaba lo épico de esta historia que concluye: el avión en plena subida acelerada, los sonidos confusos de los motores que llegaban a oídos tapados, los estómagos en la garganta, la adrenalina inevitable del decolage, los ojos empapados y las palabras - irreproducibles palabras - de despedida.
"Estoy muy cansada.", le dije a Vero, "Sólo quiero quedarme quieta, sentir paz. Ya no quiero que la historia de mi vida sea empacar y desempacar; la lucha por tratar de cerrar valijas." "Eso que sentís es muy bueno.", contestó ella.
La experiencia fue muy intensa, 6000 km en 30 horas. De esas horas, una quedará en un paréntesis.
Del resto te voy a decir que nos reímos muchísimo, los viajes en avión fueron increíbles, los pobres pasajeros tuvieron que bancar nuestras terribles carcajadas. Impresionante reírse así y llorar así, todo al mismo tiempo.
Todo lo que podría haber salido mal salió bien: había veda electoral, pero la posada era como "zona franca" y el barman nos invitó unos pisco sour. Fuimos a la cervecería Kloebber (porque Puente Viejo estaba cerrado) y el dueño, que no podía servirnos cerveza, nos vendió una para llevar. Así fuimos, por la calle congelada, con la botella envuelta en papel madera, sintiendo que éramos indigentes yankees. Carla y Valentina se habían aprovisionado de cervezas Beagle bien temprano y nos invitaron a brindar, cantar y charlar. Valen tenía un Ukelele del que Vero desprendió melodías bellísimas. Viste que Vero tiene una voz hermosa....
El domingo fuimos a caminar al mar. Hay carritos como los de la costanera porteña y nos sirvieron unos choripanes gigantes. Una patada al hígado. El frío era extremo. Un fresco que no te permite pensar: sólo hay que avanzar, seguir, procurar no convertirse en estalactita.
Desarmamos cajas de cartón, reorganizamos todo en valijas y cajas de madera y en el aeropuerto nos dijeron: "¿Y ese teclado? ¿Qué más llevan de electrónica?"
"Eh...... y…… este es mi piano electrónico usado, también llevo mi equipo de música......" "¿Sabían que Tierra del Fuego es zona aduanera y todo debe estar declarado, si no tienen la factura, deberían ir a la policía blabalabla......"
Pero como te decía, Sofi, todo lo que podría haber fallado, salió bien. La mujer nos miró con casi ternura y dijo: "Para la próxima ya saben, hoy lo dejamos pasar."
Así que en Buenos Aires, cargamos los dos autos con todo y a las 22hs llegamos a casa. Recién pude entrar a la 1 de la mañana. De todo lo que podía fallar, jamás hubiera pensado que iba a ser no poder entrar a casa porque se iba a romper la cerradura.
¿Pero qué importa, no? Ya recuperé mi música, mi abrigo moderno, el brit y el sesentoso.
Beso enorme,
Cari