3 días en Puerto Rico: mucho más que playa en el corazón del Caribe
Se puede hacer mucho más que encerrarse en un hotel 5 estrellas. De paseos por kayak a la luz de la luna a comida callejera y construcciones centenarias
San Juan de Puerto Rico es el hogar de casi dos millones de boricuas, ciudadanos caribeños con pasaporte norteamericano desde 1917, año en que esa isla paradisíaca –uno de los puntos del misterioso triángulo de las Bermudas- se convirtió en un Estado Libre Asociado (ELA) de Estados Unidos.
La identidad de ese pueblo está dividida en dos. El 50% de la población de la "isla verde", como se la conoce en el Caribe, quiere ser independiente, y el otro 50% restante prefiere que Puerto Rico siga siendo un apéndice estadounidense por los beneficios político-económicos que recibe del país del Norte.
Al volante de un Jeep Wrangler de color verde manzana, con techo y puertas desmontables, Will, el guía de una comitiva de seis visitantes argentinos, conduce hacia el Viejo San Juan, el barrio más antiguo de la ciudad capital situada a 1560 kilómetros de Miami. El castillo de San Cristóbal, junto al fuerte de San Felipe del Morro, es la construcción más antigua del lugar. Desde la cima de ese monumento de piedra construido en el siglo XVI, a unos diez metros sobre el nivel del mar, se ve el horizonte y parte de la costa este de la ciudad. Vale la pena admirar el paisaje marítimo desde el quinto nivel del fuerte. La entrada municipal cuesta cinco dólares e incluye una visita al museo.
A la derecha de esa zona se encuentra La Perla, el barrio de casas bajas de diversos colores que fueron edificadas y pobladas por los esclavos de la isla dos siglos atrás. Es una de las áreas más pobres de San Juan que se extiende en 600 metros a lo largo de la costa del Atlántico, hasta el cementerio de Santa María Magdalena de Pazzis. Para conocerlo basta con una caminata de media hora por sus veredas angostas y calles empedradas.
Platos y precios amigables
La venta de comida ambulante en el Viejo San Juan es moneda corriente, una tradición boricua muy arraigada en el casco histórico de la ciudad. Los puestos callejeros son higiénicos y económicos, ideal para saborear platos autóctonos. Los pinchos de pollo o de cerdo (US$ 2) y el plátano frito (US$ 1) son parte del menú local. Los chicos comen piraguas, un vaso de hielo picado rociado con jarabe natural de frutas tropicales de diferentes sabores (US$ 2). También es recomendable degustar el pan dulce al horno, relleno con tres tipos de carne (US$ 5) y las tripletas o empanadas fritas de cerdo (US$ 3). Allí es habitual ver como los locales beben ron o cerveza "vestida de novia" (helada) en la calle como si fuese agua. El consumo de alcohol está permitido en la vía pública, siempre y cuando sea en la entrada o en el frente de un bar.
Melani Daniels, una joven puertorriqueña que se gana la vida como traductora y guía cultural, ofrece un paseo gastronómico por restaurantes ubicados en el corazón del Viejo San Juan por unos US$ 10 por persona. "Aquí se puede comer de todo, pero aconsejo a los turistas probar platos típicos. Son muchos, muy variados y sabrosos", dice la guía de piel morena, pelo enrulado y cuerpo exuberante.
Sobre la calle del Sol hay una docena de restaurantes boricuas, la mayoría tienen frente de estilo colonial y paredes de colores pastel. Boronia es uno de los preferidos por los nativos de clase media porque tiene un menú extenso. El mofongo es una de las especialidades. Ese plato a base de plátano frito en aceite de oliva, aderezado con ajo y tocino, que se usa para acompañar carnes asadas de pollo, cerdo o vaca es el preferido de Melani.
Will, el conductor del vehículo, coincide, pero dice que él prefiere el arroz mamposteao (con frijoles negros o rojos), el sancocho (sopa de carnes, tubérculos y vegetales) o la yuca de queso (croqueta de mandioca con quedo cheddar). La gastronomía portoriqueña es internacionalmente conocida como "la cocina de la isla del encanto". Es tan variada como extensa. Está conformada por más de 150 recetas criollas.
De playas y hoteles de lujo
Dos horas de almuerzo en tres cantinas típicas de San Juan dan lugar a una visita obligada por la Costa. Un paseo por las playas de la zona más moderna de la ciudad, que comienza en el área de Condado, es lo que cualquier extranjero desea hacer para digerir el almuerzo. Allí se emplazan los hoteles más lujosos, con vista al mar, y también las tiendas de marcas lujos, las más reconocidas.
Condado es el barrio más caro, moderno y sofisticado de San Juan. Sobre Ashford Avenue, la arteria principal de esa zona, se levanta el único hotel cinco estrellas de la ciudad. El imponente Condado Vanderbilt, de once pisos y más de 305 habitaciones. Abrió sus puertas en 2012, auqnue se inauguró oficialmente en 2013. Hospedarse allí cuesta US$ 400 promedio por noche en base doble. Pero para los viajeros que no tienen ese presupuesto y tienen ganas de conocer el lugar, el conserje les ofrecerá una visita sin costo alguno. Lo ideal es gastar US$ 15 en el bar: sentarse a beber una cerveza en la terraza que da al océano es una parada casi obligada. La propiedad tiene historia: fue la casa de veraneo que Cornelius Vanderbilt junior. El magnate multimillonario neoyorquino, propietario de innumerables empresas, construyó en 1919 esa mansión de 50 habitaciones para pasar los cálidos veranos junto a su familia y amigos en la playa.
Al sur del hotel, caminando por Ashford Avenue, comienzan a asomarse los comercios y restaurantes de moda. Ese paseo costero desemboca en la plaza Ocean Park, un área parecida a Miami Beach. La influencia estadounidense está concentrada en esa zona residencial de alto poder adquisitivo. A unos 20 minutos en auto se accede a Isla Verde, la playa más grande y abierta de San Juan. Allí las actividades abundan, se puede practicar surf, kite, paddel y windsurf. Pero quienes prefieran broncearse al sol, sólo tienen que alquilar una sombrilla y dos reposeras por US$ 10 al día y dedicarse a descansar.
A dos kilómetros de allí está Aviones, el balneario preferido por los surfistas profesionales. En esa playa hay menos gente, más viento y, por supuesto, muchas olas.
Arte en el desayuno, compras por la tarde
Una foto publicada por Museo de Arte Contemporáneo PR (@museomacpr) el
El recorrido que comenzó a las ocho de la mañana ya lleva casi siete horas de paseo. Pero antes de regresar al hotel, los guías proponen una última visita cultural. Una alternativa antes de la cena. El barrio de Santurce, al oeste de las playas, es el área bohemia por excelencia de San Juan. Es el corazón del arte callejero. Las paredes, en las calles, están pintadas con grafittis y hay varios museos de arte colonial, muestras contemporáneas y galerías. Los más visitados son el Museo de Arte Contemporáneo y el de Arte de Puerto Rico. Es el distrito más poblado de la ciudad y ahí residen poetas, escritores, músicos y los artistas más reconocidos de la isla.
El segundo día, y después de un completo desayuno "americano", en el que no faltan los huevos, los bagels con queso crema, las frutas y, por supuesto, el café; los guías anticipan una visita al paraíso. "Vamos a volar a la isla de la fantasía, a media hora de San Juan", proponen. Del pequeño aeródromo militar de la ciudad salen tres vuelos diarios a Culebra, un trozo de tierra que desde el aire se distingue entre más de cien cayos que conforman ese archipiélago. Es "la isla de la isla", la segunda más grande de Puerto Rico si se tiene en cuenta que el Estado es también un territorio rodeado de agua. Una avioneta ("mosquito") traslada por día a seis personas en tres turnos, cada pasaje cuesta US$ 300.
La travesía vale la pena, en Culebra están "Flamenco" y "Luna de miel", dos de las diez mejores playas del mundo por su baja contaminación y su belleza natural. Se las puede recorrer en lancha, por US$ 15 por persona, o simplemente a pie. En Tamarindo, el balneario de esa pequeña isla de sólo 100 habitantes en el que vive una gran comunidad de tortugas galápagos, se practica snorkeling y buceo. También se puede nadar y andar en kayak.
"Culebrita" es el cayo mayor, a dos kilómetros de Culebra, y se la puede visitar tomando un taxi acuático que cuesta US$ 5 dólares la travesía, ida y vuelta. La fauna marina en extraordinaria. Para los más exigentes y amantes de la soledad, es posible pisar tierra en el islote privado que Disney le alquiló al hotel El Conquistador, el resort de lujo de la empresa estadounidense Waldorf´s Astoria, para filmar la última versión de "Piratas del Caribe". Se llama "Palominito". Allí el mar es más claro y cálido que en las playas de San Juan. Es el corazón del Caribe.
En Culebra se puede degustar cocina de autor en Club Seabourne, una posada rústica de ocho bungalows, que tiene atención personalizada y una cava con vinos de todos los rincones del planeta. Los pescados y mariscos son frescos en ese restaurante boutique. El menú se completa con los infaltables platos criollos.
Por la tarde, ya de regreso en San Juan, el conductor del Jeep que traslada a la comitiva de turistas argentinos conduce por la ruta 22 con dirección al centro del Estado. En la zona de Barceloneta, el área industrial de Puerto Rico a 40 minutos en auto desde Condado, hay al menos una docena de outlets con cientos de locales de marcas internacionales de indumentaria, accesorios, cosmética y productos electrónicos. "Esto es parecido a los malls de Miami", aclara el guía experimentado. Los turistas extranjeros suelen pedirle que los lleve de compras a esos comercios gigantes de precios rebajados. Los shoppings de Puerto Rico son similares a los de la Florida, en Estados Unidos.
El tercer día es para descansar, al menos mientras el sol caliente la arena. La suferencia de los nativos es conocer una playa nueva, al sur de la ciudad: Ocean Park Beach. Abierta, ventosa y de mar revuelto, pero ideal para practicar deportes acuáticos, jugar al freezbee y relajarse. Hay restaurantes sobre la costa y puestos gastronómicos más económicos que atienden sobre las calles aledañas. En la panadería Kasalta, a pocos metros de la playa, se consiguen sándwiches de todo tipo por sólo US$ 5. Y son tan generosos que hasta se pueden compartir.
Como en un cuento de hadas
Unas de las atracciones más demandadas por turistas internacionales en Puerto Rico son las visitas a alguna de las tres bahías bioluminiscentes que tiene la isla. Las agencias de turismo locales cobran US$ 90 por persona por una excursión nocturna: que incluye el traslado y el paseo en kayak hasta alguna de estas lagunas en las que habitan microorganismos (dinoflagelados) que resplandecen bajo el agua. Ese fenómeno ocurre en otras partes del mundo, pero no es muy común, por lo que el paseo y la experiencia se convierten en algo especial.
Son las ocho de la noche y el Jeep llega a Bahía Mosquito, en la localidad de Vieques. Son seis los guías que preparan a 30 visitantes que remarán, en parejas, durante 90 minutos (ida y vuelta), hasta el corazón de la bahía para intentar observar ese fenómeno natural bajo la luz de la luna. El recorrido comienza por uno de los brazos de la bahía, en penumbras se ve una espesa vegetación que conduce hacia un claro, parece la geografía del río asiático Mekong. Los kayaks navegan en fila india y tras media hora de recorrido sin descanso se llega a una laguna inmensa, la más brillante del mundo, en la que en un primer momento solo se ve el reflejo de la luna sobre el agua dulce hasta que uno de los guías sumerge un pie o una mano.
La experiencia es mágica, digna de una película de hadas: el agua translúcida se vuelve fluorescente, de color verde brilloso. Por seguridad, está prohibido bañarse. Los guías explican cómo y por qué existe el fenómeno natural. Tras media hora de charla, organizan el regreso. A las 10:40 de la noche, ya de regreso en el puerto de salida, se sirve un refrigerio y las agencias entregan certificados y fotos a los viajeros.
Cada comitiva se sube a su camioneta y emprende el regreso al hotel. Los que todavía tienen energía y prefieren ir a cenar, se refugian en los restaurantes étnicos de Condado. Allí se sirve excelente comida asiática y coctails de muy buen nivel. Budatai, el restó de moda, es uno de los más visitados. Una tabla de sushi de autor y varios platos tailandeses coronan la jornada más interesante en tierra boricua.
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