2 de cada 10 personas sufren de intestino permeable ¿Qué es y cuáles son los síntomas?
También conocido como SIBO, esta condición puede ser la responsable de tus migrañas, erupciones o hinchazón. En primera persona te contamos cómo identificarlo y cuál es el tratamiento.
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Desde mis 30 años me volví más consciente del cuidado de mi salud. Uno de los primeros pasos fue modificar mi modo de comer y, desde ese momento, mi energía aumentó muchísimo, nunca más tuve pesadez, ni malestares en el estómago, ni ningún problema relacionado a la digestión. O no que yo supiera. Seguía tomando levotiroxina (T4). Mi desayuno consistía en frutas con granola casera y, durante el día, comía legumbres, arroz, alguna tarta, muchas ensaladas.
Cada vez más iba dejando las harinas de lado. Me acuerdo de un domingo que a la tarde preparé pasta frola y a la noche hicimos pizzas día siguiente me sentía con una especie de resaca: me dolía la cabeza, detrás de las rodillas y me había salido un sarpullido en el pecho y la cara. Otro día, después de festejar el cumple de mi hijo con sanguchitos y chocotorta, me dio una fuerte acidez, mucha sed y la panza se me puso como un globo. Fue ahí cuando empecé a sospechar que el gluten realmente me hacía mal. E inicié un camino para descubrir qué era lo que mi cuerpo estaba queriendo decirme.
Primer paso: descartar la celiaquía
El primer paso fue ir a consultar a mi médico clínico. Es un doctor clásico, que tengo por la cartilla de la obra social. Él me escuchó atentamente y me mandó a hacer los análisis de celiaquía. Es una extracción de sangre en la que se fijan si tenés los anticuerpos anti transglutaminasa tisular y los antiendomisio. Dio negativo, lo cual era un alivio, pero ¿y entonces? “Bueno –me dijo el médico–, podés tener sensibilidad al gluten”. Me explicó que podíamos hacer una endoscopía. Esa camarita iba a ver cómo estaban las vellosidades del intestino para determinar con exactitud si era celíaca. “Pero, si sin harinas te sentís bien, dejalas”, me dijo el doctor.
Durante los siguientes dos años reduje el trigo al mínimo. Solo me lo permitía en alguna ocasión puntual y si tenía un analgésico a mano. En el análisis clínico de este año, todo dio óptimo. ¡Hasta la tiroides! Ya no necesitaba tomar T4. Claro que yo no sabía de la relación entre gluten y tiroides, así que supuse que me había curado por mis esfuerzos de comer cacao amargo, algas y otras cosas que estimulan la glándula.
¿Qué es SIBO?
Al poco tiempo, sin embargo, volvieron las migrañas y la hinchazón del abdomen excesiva, al punto de que no me cerraban los pantalones. Fue cuando una amiga médica, que está haciendo un máster en psiconeuroinmunoendocrinología en España, me habló por primera vez de SIBO y de disbiosis. “Vos tenés algo de eso –me dijo–, en Argentina hay un médico que lo está trabajando”. Me puse a investigar y sí, en Estados Unidos y en Europa se estaba hablando de esto, pero en Argentina aún no se sabía casi nada. SIBO y disbiosis, leí, son nombres para referirse a la presencia de bacterias no deseadas en el intestino delgado y en el grueso, respectivamente.
Busqué en Instagram al doctor que me había recomendado mi amiga e hice el test que él propone. Si da por encima de 6, dice el test, es probable que tengas intestino permeable. ¡A mí me dio 13! Dolores de cabeza, dolor de articulaciones, cansancio sin explicación, cambios en el estado de ánimo, distensión abdominal, erupciones..., eran varias las cuestiones. Así que contacté al doctor –Facundo Pereyra– y me propuso hacer el plan MDB15 (Medicina Digestiva del Bienestar en 15 días), que consiste en una dieta baja en FODMAP, una sigla que significa: fermentables, oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos, azúcares y polialcoholes. Es decir, suprimir los carbohidratos de cadena corta y polioles que no se digieren totalmente en el intestino delgado, llegando hasta el colon. ¿Cuáles son? La lactosa, el gluten, la fructosa y la sacarosa, principalmente. La lista de alimentos que nos daban era bastante estricta. Prohibía todo: dulce; limitaba incluso el consumo de algunas frutas y verduras; prohibía el consumo de té, mate y café; prohibía el consumo de carnes rojas y pollo. Y aconsejaba consumir aceites vírgenes de primera prensión en frío, ya que los otros son inflamatorios para el organismo.
Autotest para chequearte
- Distensión abdominal +2
- Hinchazón, de cara o extremidades +2
- Calambres, hormigueos o adormecimientos en cara y extremidades +2
- Dolores articulares o musculares +1
- Dolores de cabeza +1
- Visión borrosa o neblina mental +1
- Inestabilidad anímica. +1
- Erupciones o picazón en la piel +1
El plan: resetear los intestinos
- La idea del plan es, por un lado, hacer un reseteo intestinal: quitar las bacterias malas, aumentar las buenas, cerrar de a poco las paredes del intestino. Por el otro, averiguar qué alimentos te hacen mal. El trabajo es casi detectivesco, porque el efecto no es como el de la alergia, inmediato, sino que puede tardar 24 horas o más en aparecer. Entonces, ante un malestar, una debe preguntarse que comió en los últimos dos o incluso tres días.
- Ingresé al grupo del plan con cierto optimismo: yo ya no comía harinas, carnes ni azúcar ¿Cuánto me podría costar seguir el plan? ¡Me encontré con un panorama un poco más complejo! Ningún endulzante, ningún lácteo de origen animal, nada de alcohol, nada de mate, nada dulce. Fue un poco arduo al principio. Descubrí, por ejemplo, que era adicta a la yerba mate. Los primeros días sufrí dolores de cabeza fuertes relacionados con la abstinencia, pero con la guía de las nutricionistas y del propio doctor lo fui sobrellevando.
- Además, te guían para incorporar hábitos que una sabe que están buenos, pero que normalmente olvidamos. Por ejemplo: masticar bien los alimentos, tomar mucha agua, respirar bien, meditar, hacer ejercicio, dormir unas cuantas horas. La explicación es simple: el estrés, al elevar el cortisol, puede afectar la permeabilidad intestinal, generar toxinas o, directamente, causar la inflamación crónica.
- Sumamos también algunos suplementos. El principal, los probióticos, como el kéfir. Esto le da al cuerpo bacterias buenas que colaboran en la salud de la microbiota. También magnesio, conocido como “el mineral del relax”, que para mí fue un hallazgo, y ahora voy por la glutamina, un aminoácido relacionado con la función de la mucosa intestinal.
ABC del intestino permeable
- El síndrome de intestino permeable es muy popular en la medicina funcional, pero aún se encuentra en proceso de investigación para ser incluido en la bibliografía médica tradicional, con todo el camino a recorrer que esto implica.
- El intestino es un órgano fundamental que tiene otras funciones además de digerir. Sobre todo, en sus paredes se encuentra la mayor parte de nuestro sistema inmunológico: hay 100 millones de células recubriendo esas paredes. Ellas nos defienden ante los ataques de los invasores externos. Además, parte del sistema nervioso –el llamado sistema nervioso entérico– está allí. Lo que pasa en el intestino impacta en el cerebro. Y viceversa. Por otro lado, la hormona de la felicidad, la serotonina, se produce en el intestino. Ella es la precursora de la melatonina, que es la hormona del sueño. Es decir que, si el intestino funciona mal, nuestro organismo entero funciona mal y nuestro estado anímico se ve afectado.
- Cuando la superficie mucosa que recubre las vellosidades del intestino delgado se inflama e irrita, las toxinas microbianas llegan al torrente sanguíneo. Esto compromete el hígado, el sistema linfático y la respuesta inmune, incluido el sistema endócrino. Esto trae como consecuencia afecciones como asma, alergias alimentarias, sinusitis crónica, urticaria, migraña, trastornos fúngicos, fibromialgia y trastornos en las articulaciones. Al conjunto de signos y síntomas derivado de este estado se lo denomina síndrome de intestino permeable.
- Las causas pueden ser: alguna crisis vital que generó un trastorno emocional (posparto, separación o pérdida de un ser querido); los malos hábitos alimentarios crónicos (comer pocas frutas y verduras o grasas saludables y, en su reemplazo, exceso de azúcar y harinas refinadas, alcohol o alimentos procesados); el uso de antibióticos y analgésicos como aspirina e ibuprofeno; los cambios hormonales como embarazo o menopausia y haber pasado por alguna cirugía (por ejemplo, de vesícula).
Aprendizajes y cambios
Además de ir viendo cómo mejoraba mi estado físico y anímico, también fue asombroso ver la transformación de las mujeres que compartían el grupo conmigo. Al principio padecían la abstinencia, se quejaban del dolor de cabeza y de lo mucho que extrañaban las carnes y los dulces. Hubo una participante que casi tira la toalla, muy desalentada, pero la atajamos entre todas. Y esas mismas mujeres, días después, no querían saber nada de volver a estar como antes. Comentaban cómo se les había ido la hinchazón, los dolores articulares, la sensación de cansancio permanente.
A continuación, hice la automaestría, donde nos recomendaron, entre otras cosas, el ayuno intermitente, esto es que la ventana de ingesta de comidas no supere las 12 horas. Yo ya lo practicaba: de 16 horas. Y sí, la verdad es que me resulta buenísimo. Fundamentalmente ayuda a la regeneración celular, retrasando su oxidación. Pero, en lo inmediato, yo noto sensación de energía permanente y menos apetito que cuando desayunaba temprano. También me sugirieron hacer desayunos de baja carga glucémica porque mejoran el rendimiento intelectual y la cantidad de energía durante el día. Así que empecé a hacerme huevos revueltos o tostada de maíz con palta.
En cuanto al gluten, entendí que una galletita, para quienes tenemos sensibilidad, puede desencadenar toda una inflamación muy dañina en el organismo. Las veces que me tenté –con una Oreo de mi hijo, por ejemplo–, la panza se me infló muchísimo, estuve con gases y dolor de cabeza. Una dice: “¿Tan malo puede ser?”. Sí. Tan malo. La mitad de la responsabilidad por un intestino permeable la tienen los alimentos que ingerimos, y dentro de esa responsabilidad, el 80% corresponde al gluten. Este daña el revestimiento del intestino delgado, lo que genera dolor estomacal, flatulencias, diarrea y sarpullidos.
Ojo, no es así para todos. El trigo no modificado genéticamente es un buen cereal y viene enriquecido con vitamina B. No es que todo el mundo debería comer sin gluten. Pero sí es cierto que a dos de cada diez personas el gluten nos destruye la vida y no nos damos cuenta. Sobre todo si lo comemos en exceso, algo que –por el alto nivel de adicción que generan las harinas– suele ser común.
La posibilidad de sanar
Mi principal triunfo está siendo dejar atrás las migrañas. Pero, además, ya no tengo la panza hinchada, y al dejar el queso, se me fueron las mucosidades. Mis niveles de energía aumentaron, mi humor mejoró y por las noches estoy durmiendo mucho mejor, lo que me permite levantarme temprano a meditar antes de que arranque el día.
Muchas personas logran sanar su intestino permeable. En mi caso, la sensibilidad al gluten continúa y es probable que no la supere. Mientras, sigo conociéndome y viendo qué es bueno para mi organismo Y la verdad es que a veces me enojo. ¿Por qué todos comen lo que quieren y yo no? Pero después me doy cuenta de que mi cuerpo es este y necesita los cuidados que necesita. A veces cuidarse así se parece demasiado a la restricción, pero, mirado bien, el que estoy haciendo es un gran negocio.
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