Zapatistas: la guerrilla que descubrió la globalización
Diez años después de su irrupción pública el 1° de enero de 1994, los zapatistas son menos un ejército guerrillero que un movimiento social antiglobalización. Refugiados en la selva, su negativa a dialogar con el gobierno de Vicente Fox tras frustrarse la iniciativa de derechos indígenas está tan institucionalizada que raramente ocupan un lugar en las noticias
POLHO, Chiapas.- Un niño con un paliacate que le cubre el rostro hace guardia en la entrada a esta aldea, una de las "comunidades zapatistas autónomas en rebelión". "No puede tomar fotografías a menos que reciba autorización --advierte un hombre de edad avanzada--. Ya no somos indios sumisos".
Más allá del portón, simpatizantes de los zapatistas celebran el 472 aniversario de la Virgen de Guadalupe con fuegos artificiales. Diez años después de haber surgido de la selva como ejército guerrillero, los indios del movimiento zapatista siguen siendo leales a su Virgen y siguen igualmente convencidos de que tienen razón en su lucha para impedir políticas económicas que consideran una amenaza para su supervivencia.
Los zapatistas asombraron a México y al mundo cuando llevaron a cabo su revuelta en el sureño estado de Chiapas el primer día de 1994. La rebelión puso al descubierto una profunda corriente de descontento entre los más pobres de América latina, cuando la región se convertía a los mercados libres. El mismo día en que, liderado por el subcomandante Marcos, se produjo el alzamiento, entraba en vigor en México el Nafta, el tratado de comercio bilateral con los Estados Unidos y Canadá.
Habiendo tomado su nombre del revolucionario Emiliano Zapata, equipados con un arsenal de armas antiguas o improvisadas y vestidos con uniformes y pasamontañas, los zapatistas lanzaron audaces ataques contra la policía y las tropas militares en Chiapas. La lucha armada costó la vida de cuando menos 150 personas antes de que se pactara una tregua. Desde entonces, sin embargo, veintenas más han muerto en diversas escaramuzas y ataques, entre ellos una matanza de 45 individuos, en su mayoría mujeres y niños, en la aldea prozapatista de Acteal, en 1997.
Derechos y autonomía
Diez años después, los zapatistas son menos un ejército guerrillero que un movimiento social. Descendientes de los antiguos mayas, los rebeldes exigieron mayores derechos en sus tierras ancestrales, además de ayuda técnica para cultivar y vender maíz y café. También exigen una amplia autonomía, no sólo para ellos, sino para todos los indígenas mexicanos, que forman cuando menos el 12 por ciento de la población de México.
Aún descontentos, pero viviendo en relativa paz, los zapatistas han optado hoy en día por aislarse voluntariamente en las montañas y selvas de Chiapas. Oficialmente, rechazan todo intento de diálogo o negociación con el gobierno. Su posición de aislamiento está tan institucionalizada que, en estos días, rara vez son considerados noticia. Sin embargo, los zapatistas dejaron una huella en América latina, donde grandes mayorías de indios y otras personas también han expresado insatisfacción o rechazo hacia la liberalización económica --que incluye recortes en el gasto público-- y la privatización de empresas estatales.
En Brasil, por ejemplo, los votantes eligieron como presidente a Lula, un líder crítico de muchas reformas de libremercado. En Bolivia, los indígenas amotinados contribuyeron este año a derribar a un presidente como consecuencia de la creciente insatisfacción frente a las reformas de libremercado. Y las negociaciones para crear un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que reduciría las barreras a lo largo y ancho del continente, avanzan con enorme lentitud.
La experiencia de México con el Nafta, como temían los zapatistas, demostró que abrir las fronteras con demasiada rapidez puede ser peligroso si no hay una planificación adecuada. Sucesivos gobiernos mexicanos han fracasado en sus esfuerzos por ayudar a millones de habitantes a lograr la transición de una existencia agraria a una vida industrial. Los agricultores que aún permanecen en el campo se quejan de que están siendo destruidos y son víctimas de la sobreproducción de las compañías norteamericanas que ahora están exportando un torrente de granos y carne a México.
México ya no está gobernado por el régimen autoritario responsable por los errores económicos del pasado. Vicente Fox, elegido presidente en julio de 2000, es el primer mandatario en 71 años que no pertenece al ex gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Fox prometió diálogo con los zapatistas y envió al Congreso varios acuerdos de paz y una iniciativa de derechos indígenas. Cuando finalmente se aprobó una versión debilitada de su propuesta y Fox la aceptó, los zapatistas, sintiéndose traicionados, airadamente anunciaron que proclamarían su autonomía.
Retrocedieron para regresar a sus reductos en Chiapas, donde la persistente pobreza y el aislamiento son crudos recordatorios de que México debe trabajar mucho más para distribuir el desarrollo económico a sus ciudadanos más pobres. El ingreso mensual promedio para la población india es de menos de 25 dólares. Chiapas es un estado rico en sitios de legado cultural, posee exuberantes bosques y caudalosos ríos que generan electricidad para el resto de México. No obstante, pese al turismo y las riquezas naturales, pocas de esas utilidades llegan a los indios. En un reconocimiento importante, el informe del Banco Mundial exhortó recientemente a México a resolver el conflicto social y las prácticas discriminatorias en Chiapas, Oaxaca y Guerrero, tres estados del sur donde vive el veinticinco por ciento de la población más pobre de México. Treinta y ocho por ciento de los habitantes en esos estados son indios. Y demasiados de ellos, dice el informe, son todavía víctimas de detenciones policiales arbitrarias, torturas y discriminación en los procesos judiciales. Las recomendaciones del Banco Mundial acerca de cómo revertir estas condiciones no están muy lejos de lo que los zapatistas dicen desear. El Banco recomienda una reducción del gasto gubernamental ineficiente y recomienda que se ayude a los residentes a mejorar su acceso a los mercados para que puedan vender sus productos. La mitad de las cosechas de los campesinos pobres no llega a los mercados como consecuencia de los malos caminos y la falta de comunicación.
Desconfianza indígena
Pero, ¿cómo puede México actuar según estas sugerencias cuando tantos de los indígenas se muestran profundamente suspicaces de los motivos del gobierno? Los zapatistas han jurado no cooperar con el gobierno de Fox hasta que la iniciativa de ley de derechos y los acuerdos de paz sean aprobados en su forma original.
En sus regiones de influencia, los simpatizantes de los zapatistas aplican como política oficial el rechazo de toda ayuda. Tampoco aceptan los subsidios que el gobierno da a los pequeños cultivadores de café, cuyo objetivo es mantenerlos con vida ahora que los precios mundiales del cultivo han tocado el piso. Hasta dos docenas de estas comunidades autónomas también se rehúsan a participar en cualquier elección oficial. Dicen que han formado sus propios gobiernos.
"Nosotros no estamos interesados en lo que lo que los partidos políticos tengan que decirnos. Autonomía significa que estamos separados de ese gobierno", dice Agustín Pérez Parcero, el equivalente del alcalde en la aldea autónoma de Polho, de 8000 habitantes.
Esto no significa, en modo alguno, que los zapatistas se estén alimentando y vistiendo con sus propios recursos. Cultivan, como siempre lo han hecho, viven pobremente y dependen del dinero que les envían organizaciones de ayuda de mexicanos que los apoyan y de redes de simpatizantes de Europa, Estados Unidos y otros países. Los rebeldes dicen que, para ganar efectivo, esperan aumentar la exportación de volúmenes modestos del café orgánico que cultivan.
"Los ricos y los poderosos del mundo ahora están globalizados. ¿Por qué nosotros, los trabajadores, no nos globalizamos también? Tenemos un enemigo común, que son los grandes proyectos económicos", dice un zapatista llamado Manuel, identificado como el líder de la aldea autónoma de Oventic.
Algunos pueblos autónomos han dependido de envíos regulares de alimentos provenientes de la Cruz Roja Internacional, que este mes decidió suspender buena parte de su ayuda porque el conflicto en Chiapas ha dejado de ser una emergencia. "Nos dijeron que ahora tienen que ir a Irak", dice Pérez.
El propio destino
Fox quizá se sienta decepcionado, pero muchos indios no, asegura Emilio Zebadúa, congresista federal que hasta hace poco formaba parte del gobierno estatal de Chiapas. "El Plan Puebla a Panamá (que propulsó Fox para crear caminos e impulsar la industria y que no rindió frutos) era para los indios una completa intrusión por parte del gobierno, de las fuerzas globalizadoras, de los inversionistas extranjeros que querían explotarlos y despojarlos de sus recursos, su agua, su madera", dice Zebadúa.
"Una de las demandas de los zapatistas -- agregó-- era: ?Escuchen nuestra voz. Déjennos determinar nuestro propio destino, aun cuando no es el que ustedes piensan que es progreso´"
Alfonso López Méndez, un activista católico indígena, dice que el gobierno actual de México tendrá que hacer mucho para crear confianza entre los indios. "Hemos aceptado migajas del gobierno en el pasado, han pronunciado discursos diciendo que los indios tenían todo, como agua y electricidad. Pero lo que realmente hacían era empezar a construir un proyecto de agua potable para dejarlo a medias", dice López en una aldea llamada Nuevo Yibeljoj.
Los aldeanos en Nuevo Yibeljoj dicen que son neutrales, pero también rechazan toda ayuda gubernamental, con excepción de los maestros.
En la comunidad zapatista de Oventic, la resistencia es aún más vigorosa, y los residentes viven regidos por reglas muy estrictas. Debido al gran abuso de alcohol en Chiapas, no se permite el ingreso de bebidas alcohólicas en la aldea. La gente que llega de afuera es recibida por una "comisión de recepción" antes de que puedan hablar con cualquiera de los habitantes.
El movimiento zapatista "nos ha humanizado --dice Manuel, un enmascarado miembro de la comisión--. Antes, no éramos responsables; éramos desordenados. No comprendíamos la pobreza ni por qué había tal desigualdad".
Rebeldes que son adiestrados para diagnosticar las enfermedades básicas atienden una clínica en Oventic que un médico francés mantiene abastecida con lo necesario. La clínica tiene incluso un laboratorio para hacer pruebas que permitan detectar la tuberculosis, el embarazo y la diabetes.
Los zapatistas también manejan su propia escuela secundaria en Oventic. Una biblioteca para estudiantes y residentes se jacta de tener más 2000 libros donados, más que muchas bibliotecas públicas en barrios de la Ciudad de México.
El gobierno mexicano no reconoce a las escuelas zapatistas, pero eso, aquí, es considerado un honor.
Alejandro Ruiz, un instructor de 19 años, explica que los estudiantes reciben clases en castellano y en su propio idioma. Las matemáticas se enseñan recurriendo a experiencias de la vida real, como calcular cuánto maíz será cosechado. "En las escuelas oficiales --comenta-- uno aprende a leer, escribir y contar. Pero no dicen nada de las comunidades indias. Se aprende la historia de otros". En Oventic, en cambio, "aprenden cuánto daño nos causa el gobierno".
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