Yoko Ono, una gran historia con pequeños gestos
Claves para entender las obras que la artista exhibirá desde el jueves en el Malba
Días antes de la retrospectiva de la artista japonesa en el Malba , recuerdo su presencia en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, en 1998. Realizó una instalación gigantesca en el maravilloso espacio rústico que tenía el museo: lo llenó de filas de pequeños ataúdes de niños, de los cuales surgían retoños de árboles. De esa manera, transmitía la esperanza que caracteriza toda su creación.
El arte de Yoko Ono no es autobiográfico. Su existencia ha estado impregnada de terribles tragedias que no han afectado su optimismo nato. Ni su primer matrimonio frustrado en la luna de miel, ni su posterior internación psiquiátrica o el rapto y la desaparición de su hija, ni el asesinato de John Lennon han podido opacar su positiva visión del mundo.
MUSA DE LA VANGUARDIA
A veces se asocia a Yoko Ono con María Kodama, ambas identificadas como villanas de sus historias, capaces de despertar amores incondicionales u odios fanáticos. En lo que respecta a Yoko, estos preconceptos se basan en su mayoría en prejuicios nacidos del poco conocimiento sobre su trayectoria.
Se repite que es una figura reconocida sólo por haber sido la esposa de un famoso. Se la ha acusado de bruja oriental, responsable de la separación de Lennon de los Beatles. Viuda eterna, abuelita con aspecto juvenil, a los 83 años demuestra una desmesurada pasión por los sombreros que contrasta con su look del período hippie contestatario y hace olvidar su desprolija melena negra.
Cuando Lennon la conoció, ella no sólo era una rica y aristocrática heredera de banqueros, una intelectual formada en importantes universidades. También era una reconocida artista de vanguardia, una destacada musa del grupo Fluxus que se expresaba a través de performances y cortos cinematográficos. Este grupo de la neovanguardia de los años 60 fue una apuesta menos radical que el Dadá de 1920; estaba en contra del arte tradicional para reemplazarlo por nuevos parámetros.
Yoko Ono es una pionera de Neo-Dadá, la vanguardia de los años 60, junto con Georges Maciunas, Nam June Paik o John Cage. Proviene de una profunda formación musical y se adelantó a Maciunas, redactor del Fluxus Manifesto, haciendo reuniones en su departamento con la crème de la crème experimental neoyorkina de ese momento, incluso antes de la consolidación del grupo.
PENSAMIENTO, POESÍA Y AZAR
Su obra se caracteriza por la contundencia conceptual y una propuesta de arte desmaterializado, basado sobre todo en la conciencia del cuerpo y la cualidad de lo evanescente. Cine y performances con una ausencia total de lo objetual.
Todo gira alrededor de un eje, de pequeños gestos que exaltan la existencia. Una cualidad vital como el parpadeo o el beso son imágenes-ideas simples y universales que no buscan en lo fílmico un nuevo lenguaje sino que son vehículo de pensamiento y poesía. Yoko Ono nunca usó video, a pesar de haber frecuentado mucho a Nam June Paik.
Desde la década de 1950 su consigna creativa fueron las instrucciones. Lanza al mundo el pedido de la ejecución de acciones y la obra se completará en el otro, ya sea en forma individual o colectiva. Esas acciones sirven para la vida y ella no las puede manejar; el azar se convierte en una especie de complemento. Es una botella lanzada al mar de la existencia que ella no controla, pero que, seguramente, tendrá un "efecto mariposa" en el universo o una especial toma de conciencia para quien la realiza. En 1964, estas acciones se compilan en su publicación Pomelo.
No se puede dejar de relacionar este procedimiento con las instrucciones que Julio Cortázar publica en 1962 en Historias de Cronopios y de Famas. Sin embargo, el motor de la obra de Yoko es el absurdo. El corto One muestra la acción de encender un fósforo y observar cómo se consume. Ese gesto aparentemente inútil se convierte en una reflexión sobre lo efímero, la fugacidad de la vida y lo inexorable de la muerte.
PROVOCACIÓN
Las operaciones artísticas de Yoko Ono se animan a la provocación, a través de performances que no dejan indiferente al espectador. Lo íntimo e incluso lo escatológico se convierten en hecho artístico. Entre sus piezas Fluxus Films (1966), realizadas en 16 mm en blanco y negro, hay una que tiene varias versiones. Bottom registra un trasero como una forma abstracta en actitud de marcha, y va revelando poco a poco lo que representa. En Bed In (1969), John y Yoko quiebran desde la cama los límites de lo público y lo privado.
En Cut Piece (1964), Yoko Ono invita al público a que corte su ropa con tijeras. Vista en tiempo real, la tensión se agudiza. Siempre habrá un riesgo ante ese desconocido con una herramienta que podría convertirse en un arma mortal. Con esa obra da una vuelta de tuerca a las propuestas del Accionismo Vienés, movimiento contemporáneo a Fluxus, cuyos artistas llegaban a extremos como flagelarse o mutilarse hasta la autodestrucción. En Cut Piece otorga carta blanca a un espectador activo. Existe cierto voto de confianza a pesar de que, irónicamente, la historia le demostrará lo contrario.
INTEGRACIÓN
La muestra del Malba retoma el tema de las instrucciones, esta vez incorporadas a la ciudad y a los medios. Así, se posiciona como un fenómeno masivo, mucho más políticamente correcto que sus trabajos de los años 60. El perfil de Yoko Ono como artista consagrada se ha ampliado a los límites insospechados de una rockstar.
Su práctica artística no se reduce al underground, no es el reducto de la experimentación, de la vanguardia, la crítica al sistema, la bajada de línea frente al cambio político y social. Aspira a la integración, algo que parece ideal para los tiempos que corren en el mundo.