Yo maté a este hombre
Hunde el tenedor en un sustancioso risotto, junto a la ventana del Dandy, de Libertador y Bulnes. Y lo hunde con ganas. A pesar de sus saludables 86 años y, fundamentalmente, a pesar de que yo -sí, yo mismo, lo confieso- lo maté el sábado 14 de agosto de 2010.
Muchos conocen la historia y muchos otros, no. Y, por fortuna, muchos también se la olvidaron. Hasta este momento en que la refloto -o exhumo, para ponernos a tono con el episodio- sólo para comprobar, con alegría, que José Narosky sigue en pie, vivito y coleando, más de seis años después, para desmentir la lúgubre noticia que esparcí sobre él aquella fatídica noche.
Mi amiga Lana Montalban me había comentado que su padre había fallecido. Y siempre di por hecho que era hija de José. Cada tanto lo confirmaba: "¿Tu viejo sigue escribiendo?" Y ella asentía. Lo que yo desconocía era que tres de los cuatro hermanos Narosky, además de José, el célebre escritor de aforismos, también lo hacían el ornitólogo Tito y el conservacionista y humorista Adelino. Cuando comprendí que el muerto era Adelino, tío José ya llevaba muerto cuarenta minutos en Twitter, gracias a mi "primicia". Desde ese momento el teléfono de su casa no paró de sonar y muchos se alegraron cuando él mismo los atendió y ofreció su voz como suficiente prueba de que todavía se encontraba entre nosotros.
Por más que eliminé ese maldito tuit y puse los motores en reversa aclarando cuál de los Narosky había muerto de verdad, la noticia ya se había viralizado y yo me dirigía derechito, como el Titanic, hacia mi propio iceberg. Si el teléfono de él no paró de sonar, el mío, tampoco. Eran los albores de la grieta: Cristina Kirchner transitaba el penúltimo año de su primer gobierno y a su marido le quedaban menos de dos meses y medio de vida. Lo peor no fue que los incipientes militantes virtuales se burlaran de mi tremenda chingada en las redes sociales, sino que los programas más importantes de radio y TV pugnasen por sacarme al aire para reírse en mi cara. Preferí, en cambio, autoflagelarme durante 24 horas en soledad. Igual, durante un tiempo, me tuve que bancar que cada vez que moría algún personaje notorio, no faltaran los chistosos que cínicamente salían a preguntar: "¿Pero Sirvén ya lo confirmó?" Después me relajé y hasta Radio del Plata logró cruzarnos al homicida y al asesinado virtuales. Fue una charla simpática con promesa de conocernos personalmente, pero eso sucedió recién anteayer.
Una vez más quedó comprobada la sabiduría del dicho "Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud" y que las notas necrológicas que se preparan en este y en cualquier otro diario del mundo lo único que hacen, por lo general, es extenderles las vidas incluso a celebridades de salud muy comprometida. Tanto es así que también en éste, como en otros periódicos de cualquier latitud, han muerto primero algunos autores de necros que los personajes de los perfiles que dejaron listos.
Ahora, José Narosky pone proa con gran vivacidad hacia sus 87 años, que cumplirá el próximo 20 de abril, y lejos de esperar el nuevo aniversario desde una hamaca de abuelo jubilado, lo hace con cierta expectativa: pronto Editorial Planeta publicará Surcos, su libro N° 13, con más aforismos y el plus de sumar aportes de Claudio María Domínguez, en cuyos programas radiales, Narosky desliza sus historias y frases breves, candorosas y musicales.
José fue un escribano exitoso, pero su profesión lo aburría. Ya estaba al borde de los 45 años cuando, a las 3 de la madrugada del 4 de marzo de 1975, en pleno velatorio -real y no virtual- del escritor y guionista Pablo Palant, tuvo una epifanía: le vinieron de pronto a la cabeza los aforismos y se fue de la casa mortuoria con unos quince escritos en un papel. El fallecido, sin duda, lo había iluminado.En vida le había dicho: "Vos hablás con aforismos", pero el todavía escribano Narosky no se dio por aludido. El espíritu del finado, evidentemente, fue más convincente o, al menos, inspirador.
Y es verdad: Narosky habla corto y en aforismos. Le salen naturalmente. Contemporáneo del telegrama y precursor de Twitter, por la brevedad de sus conceptos, y anticipador de la corriente de los libros de autoayuda, por los consejos espirituales que contienen sus aforismos, no le fastidian los comentarios insidiosos. Su primer libro (Si todos los hombres...) tuvo 32 ediciones del que calcula vendió más de un millón de ejemplares.
Ahora hunde su cucharita en un helado de chocolate y frutilla. Es un hombre sencillo y sin vanidades a la vista. Me confiesa que lo beneficié al matarlo por Twitter, porque desde entonces se reavivó el interés por él, y que nunca más paró; tanto es así que hasta de Chile lo llamaron para grabar una serie de avisos comerciales para la televisión.
En cambio, mi cosecha fue más magra: si en vez de un tuit apresurado hubiese sido un billete de lotería, al menos habría ganado por aproximación.