Soy de Ciudad Jardín
Yo soy de Ciudad Jardín, El Palomar, bonaerense, en fin, de la provincia de Buenos Aires.
Crecí con campitos, calles de tierra, pajaritos, perros y bichos de todo tipo: bolita, canasta, torito, etc. En la primera casa que vivimos un día unas vacas vivieron a comer la ligustrina. A los 18 años, cuando me fui a vivir en comunidad con Arco Iris, ya había sido testigo de la llegada del gas natural pero no del asfalto. Todavía la calle donde crecí era de "mejorado", esa montaña de escombros aplastados que hacía que la calzada fuera transitable en días de lluvia sin que todo se convirtiera en un pantanoso lodazal.
La ciudad para nosotros era llamada el centro. "El Sábado vamos al centro", "Eso hay que ir a comprarlo al centro", "Tío Arturo vive en el centro", decíamos.
Cuando era chico y tenía que ir al centro tomaba el ferrocarril San Martín y, de acuerdo adonde iba, me bajaba en Paradero Chacarita, Palermo o Retiro. Después, un colectivo, y luego todo de vuelta para regresar a Ciudad Jardín. Una verdadera aventura para mí en aquel momento. Alguna vez con Don Sivetti, el vecino sastre de enfrente de mi casa, nos tomamos el 53 para ir desde la estación del Palomar a la cancha de Boca. ¡Que travesía!
Siempre ir al centro implicaba algo excitante. Era todo eso que dicen de la gran ciudad. ¡Tantas avenidas! ¡Tantos autos, edificios, negocios, luces! ¡Tanta gente diferente! Eso que llamábamos el centro era (y hoy lo es aún más) muy, muy grande.
Cuando ya era adolescente e íbamos en grupo con los amigos del colegio, nuestro punto de referencia eran la calle Corrientes y el Obelisco. ¡Tremenda brújula teníamos!
Nunca supe, y hasta el día de hoy no sé bien, los nombres ni la ubicación de muchas de las calles de Buenos Aires. Sin embargo, a los 19 años me mudé a ella. Me mudé y lo que de chico fue un mirarla de lejos, se convirtió en una calentura y luego en un amor por ella que sigue y sigue creciendo con los años.
He tenido la suerte de viajar por casi todo el mundo. Lo sigo haciendo siete meses del año. Esos viajes me han llevado a casi todas las ciudades más importantes del planeta. Algunas muy bellas, otras no tanto, algunas ejemplares, otras también no tanto. Eso sí, ninguna, ninguna como Buenos Aires.
Con toda persona que tengo oportunidad de intercambiar un momento en cualquier lugar del mundo, trato de hablar de mi país, la Argentina, y de la maravillosa ciudad de Buenos Aires. Los incito a que la visiten. Que viajen, que vengan. Que no van a poder creer lo impresionante que es nuestro país y nuestra Capital Federal.
Buenos Aires, su historia, sus calles, sus monumentos, sus galerías de arte, sus museos, sus barrios tan característicos y diversos, su vida nocturna, su gastronomía, su música, su fútbol, su tango, y todo lo que hace que eso sea posible, su gente.
Cuando animo a los que conozco en el exterior para que se manden y vengan, lo hago con la seguridad que me da el saber que no voy a fallar. Que todas esas cosas van a estar allí.
Claro, esto es solo una mirada un poco superficial, como la que tenía yo cuando de chico recién la pispiaba y embelesado la admiraba. Después, cuando ya te enamorás, convivís con ella y la conocés más, te empezás a dar cuenta que al igual que las personas, no es perfecta. Que como todos nosotros tiene muchas cosas que mejorar. Mejorar es transformar algo y transformar algo, a veces, es seguir puliendo lo ya hecho, o, a veces, es lisa y llanamente cambiar.
Pulir lo no hecho, o lo muy poquito hecho es muy difícil, porque básicamente no hay material para trabajar.
Como parte del año estoy en Los Angeles o en Mendoza con mi familia o dando vueltas por algún otro lugar del mundo, las cuatro a seis veces del calendario anual que estoy en Buenos Aires, me permiten seguir viéndolas simultáneamente de lejos y de cerca. Un poco como cuando vivía en Ciudad Jardín, pero con una gran diferencia, ahora la conozco. Puedo tomar distancia, pero creo saber bastante bien como es.
Con motivo del ballottage en la Ciudad de Buenos Aires y después de los resultados de la primera vuelta, de las predicciones de las encuestadoras, de las explosiones y explotaciones mediáticas del tema, y ante el pedido de este medio de expresar algunas de mis ideas y posiciones en relación a esto, me he atrevido a escribir estas líneas. Conste que al mismo tiempo que estoy tipeando existe una veda que impedirá que este comentario se publique hasta el domingo 31, después de las 18 horas. El resultado final en todo caso, no cambia mi manera de pensar ni lo aquí expuesto.
Siempre caminé respetando a todo el mundo, pero por la vereda de enfrente de muchos. En la música, desde Arco Iris a Bajofondo; en las producciones, desde De Ushuaia a la Quiaca, con León Gieco hasta el Café de los Maestros, de Bersuit a Divididos, de Café Tacuba a Juanes, fui a contrapelo y alternativo. En el cine, igual. Secreto en la montaña , Diarios de motocicleta o Babel no son films que representan al establishment de Hollywood. Creo igual que haberme mantenido fiel a esa visión y trabajar muy duro por ella fue bueno para mí y también para mucha gente. Gente de una vereda y de la otra, que de alguna manera se vio afectada positivamente por la obra.
La gente que hace a Buenos Aires la ciudad que fue, es y será, es mucha. Los que votan a un candidato, los que votan al otro, los que no votan porque no quieren, los que votan en blanco y los que no lo pueden hacer por diversos motivos. Toda esa gente hace y hará a Buenos Aires.
A Daniel Filmus lo conozco personalmente desde que era ministro de Educación. Sé de su capacidad, su honestidad y su don de gente como persona y como funcionario. Sé lo que ha demostrado como ministro de Educación y como senador, desde abrir escuelas en siete provincias carenciadas de un sistema educativo adecuado, a ayudar a promulgar la ley de glaciares aún en contra de la posición oficial.
Lo conozco como persona y como funcionario.
A su opositor no lo conozco como persona, pero como individuo, de movida, me merece igual respeto que todos. Como funcionario lo conozco por lo poco que ha hecho y por lo mucho que no ha hecho. Por su gran logro político y por el pobre logro de su gestión.
Cuando en algunos blogs, o en algunos de los sitios más visitados de Internet salen comentarios insultantes hacia Daniel Filmus, y no me refiero a los intencionalmente creados y ya probados como falsos, sino a los que supuestamente son del hombre de la calle, me pregunto: ¿La gente que escribe esto lo conoce? ¿Sabe quién es? ¿Tiene idea de lo que piensa? ¿De su proyecto personal y político? ¿O simplemente está descalificándolo porque pertenece al gobierno nacional? ¿Es que la gente piensa que todos los que forman parte de una organización tan grande como el gobierno de un país piensan exactamente lo mismo? ¿Es que alguien de cualquier sector opositor al oficialismo se atreve a asegurarnos que si ellos estuvieran en el mando, toda la gente que ocuparía esa innumerable cantidad de cargos públicos pensaría igual y toda sería capaz y honesta? ¿Toda?
¿Estas personas que atacan o que están tan seguras de su voto llegaron a esa conclusión después de analizar profundamente el proyecto de cada candidato o reaccionan por frustración, rabia o como resultado del bombardeo mediático?
¿Los que hoy se dicen fuerzas de cambio y que sabían como iría el partido, al haber decidido no votar por ninguno de los candidatos, no han contradicho su voluntad de transformar?
Yo respeto a toda la gente y al derecho que todos tenemos de expresarnos libremente, en las urnas y en todos lados.
No soy de ningún partido político. Mi único "ista" es el de artista.
Tengo todavía residencia en la casa donde me crié en Ciudad Jardín.
Soy bonaerense, no voto en Capital. Pero si lo hubiera hecho, habría sido por Daniel Filmus.