Yo conspiro, tu conspiras
No todos los que vieron a Kirchner, en un programa transmitido por la televisión oficial el domingo pasado, recibieron la misma sensación. Ya que mientras a unos les habría causado una preocupación intensa, a otros les habría traído un alivio pronunciado.
Los primeros se contarían entre los que lo quieren bien, que los hay y que, por lo mismo, fueron invadidos por una honda tristeza al asistir al relato de novelescas conspiraciones contra su persona y la de su esposa, que parecían extraídas de vaya a saber qué libro de cuentos o de qué trasnochado film de Hollywood, clase B, doblado en mexicano. Es decir, pensaron, con pena, que el hombre estaba brotado y para siempre.
En cambio, para otros, la sensación fue precisamente la contraria. Para este grupo las alarmantes expresiones de Kirchner fueron tomadas casi como una bendición, como algo singularmente benigno para el país y hasta para el ser nacional. Porque dicen, quienes voluntariamente formaron parte de la audiencia del programa, a pesar de que el calor bochornoso de ese domingo invitaba más a sacar el banquito a la vereda para gozar de la fresca, que allí tuvieron oportunidad de comprobar que Dios, efectivamente, a veces es argentino.
Porque, arguyen estos y no les falta razón, ¿qué podría haber ocurrido en el país si ese brote que el Néstor sufre ahora, le hubiera dado durante su mandato? Tan solo pensarlo da escalofríos. Porque si bien los cuatro años y medio de su asistencia a la Rosada no fueron como para tirar manteca al techo, podría decirse que más allá de su confusión ideológica, de sus argucias incomprensibles y de sus promesas incumplidas, se experimentó una mejora que le abrió a su patrona el acceso al sillón presidencial.
Sin embargo, esta sensación de alivio distó de ser duradera. Porque, por un lado, es bien sabido que él sigue tallando, en la oscuridad y no tanto, y que acaso este despliegue de fantasías conspirativas no constituya sino el rebote de los esperpentos políticos y económicos que la señora lleva adelante por su consejo. Y por otro, ciertas extrañas actitudes adoptadas últimamente por su cónyuge en ejercicio del mando, dan para hacerse esta pregunta verdaderamente terrorífica: ¿no será que el mal que aqueja al ex mandatario y que lo hizo protagonizar ese escalofriante show en la televisión, es contagioso?
Quienes así lo sostienen se sienten respaldados por las rocambolescas razones dadas por la Presidenta para bajarse del viaje a China, en un todo similares a las esgrimidas por el Néstor por televisión.
Sin embargo este parecer distaría de ser unánime, ya que hay otros que sostienen que el desaire que la Cristina acaba de hacerle a esta potencia mundial tiene menos que ver con Cobos que con el hecho de que la China de Deng, para ella, no es más que una gigantesca feria como La Salada, y, por lo tanto, sólo apropiada para quienes no tienen sino para gastar en primeras marcas truchas. Que no es su caso y por lo tanto ¿para qué ir? Lo que, si bien se mira, sería hasta una bendición, porque peor sería que se hubiera sumado, en serio, a las teorías conspirativas de su marido.
"Maestro -dijo el reo de la cortada de San Ignacio- si la señora se bajó del viaje a China para que Cobos no le ocupara el sillón y le hiciera alguna trastada, ya veo cómo va a terminar esto: con la señora apoliyando en la Rosada y no saliendo de allí ni para ir al biógrafo."