"Yo, Agca, he matado al Papa"
Por Sebastián Dozo Moreno Para LA NACION
LA nota que se le encontró en el bolsillo a Ali Agca, después de que este nacionalista turco disparó su pistola Browning contra Juan Pablo II en medio de la Plaza de San Pedro y le asestó tres balazos al peregrino de la paz, lo decía: “Yo, Agca, he matado al Papa, para que el mundo pueda saber que hay miles de víctimas del imperialismo”. Pero la hora del Pontífice no había llegado.
La historia del atentado contra el Papa supera la ficción, pero también la realidad, ya que no faltan en ella el milagro, ni la profecía, la piedad de la víctima para con su agresor, ni la posible conversión espiritual de un asesino a sueldo. Si alguien recreara la historia en forma ficticia no debería escribir una simple novela policial, sino una novela mística y filosófica, al estilo de las novelas rusas de Fedor Dostoievski. Repasemos los hechos de este caso extraordinario.
El 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II cayó en los brazos de su fiel secretario Estanislao Dziwisz, actual arzobispo metropolitano de Cracovia. El Papa, atlético y voluntarioso, sobrevivió al atentado, pero ese día comenzó para él “un largo viaje hacia el sufrimiento”, según palabras de su médico personal. Y no fue sólo Agca quien disparó contra el Papa ese día, sino también su cómplice, Oral Celik, que huyó entre la multitud al ver que una monja se le había colgado del brazo a Agca, frustrando, en cierto modo, el atentado.
Juan Pablo II pasó más de cinco horas en el quirófano y perdió en la operación tres cuartas partes de su sangre, pero ningún órgano vital sufrió daños y pudo sobrevivir. “Una mano disparó y otra guió la bala”, explicó el Papa, convencido de que la Virgen había desviado el proyectil (el que le dio en el abdomen) para salvarle la vida. ¿Acaso el día del atentado no era el aniversario de la primera aparición de la Virgen de Fátima? Más aún: el tercer secreto de Fátima, que el Papa revelaría tiempo después, era que: “Un obispo vestido de blanco caía en tierra, entre los cadáveres de los mártires, aparentemente muerto a tiros”. Era demasiada coincidencia que el mismo día (13 de mayo) y a la misma hora (17.17) en que acaeció la primera aparición de Fátima, el obispo de Roma cayera herido de bala como un mártir. Sin vacilar, Juan Pablo II viajó no bien pudo al Santuario de Fátima, en Portugal, engarzó la bala en la corona de la Virgen y consagró su pontificado al Inmaculado Corazón de María. Esto hizo que tiempo después Ali Agca (siempre ambiguo en sus declaraciones) justificara su accionar alegando que, en efecto, él estaba destinado a atentar contra el Papa, según habían profetizado los pastorcitos de Fátima en 1917.
Agca fue juzgado en Italia y sentenciado a cadena perpetua. En sus declaraciones, el reo dijo haber actuado por su cuenta, pero después afirmó que había sido un instrumento de la KGB y de los servicios secretos búlgaros (algo que negaría en 2004 terminantemente). También hizo declaraciones mesiánicas, como ésta: “Yo soy Jesucristo y anuncio el fin del mundo. Todos serán destruidos”. Por último, se aferró a la coartada del tercer secreto y reforzó ese argumento místico con el dato histórico de que la hija de Mahoma se llamaba, precisamente, Fátima. Mientras tanto, los organismos de espionaje de Europa se movilizaron detrás de la “pista búlgara”, en vano.
El 22 de junio de 1983 sucedió un hecho extraño: Emanuela Orlandi, hija de un empleado vaticano, fue secuestrada, y sus supuestos captores exigieron la liberación de Agca y de los terroristas Omar Bagcil y Sedar Selebi, este último integrante de la organización extremista Lobos Grises, a la que también pertenecía Ali Agca.
Al principio, las llamadas fueron hechas por hombres que hablaban italiano, pero después comenzó a llamar al Vaticano y a los padres de Emanuela un hombre con acento anglosajón, y cuando los investigadores descifraron las primeras cuatro cifras del teléfono de “el americano”, como se lo llamó desde entonces, se descubrió que esos cuatro números coincidían con los de la embajada de Estados Unidos en Roma, pero nunca pudo saberse si se trató de un truco de los secuestradores.
Como fuere, esto afianzó la teoría de que agentes de la CIA habían contratado a Ali Agca simulando ser agentes búlgaros, con el fin de inculpar a los países comunistas del atentado. Por su parte, el juez italiano Trento Carlo Palermo, al hacer una investigación sobre un asunto de drogas y tráfico de armas, descubrió que los principales imputados en ese caso estaban implicados también en los casos del Banco Ambrosiano y en el atentado contra el Papa, y que la organización delictiva a la que pertenecían todos ellos había actuado en coordinación con una sociedad mafiosa llamada TGS, siglas correspondientes al apellido del ex jefe de la CIA en Roma, Theodore G. Schankley. Cabe decir que el mismo Juan Pablo II, en una visita a Bulgaria en 2002, confesó que nunca había creído en la “pista búlgara”, pero no dio su versión de los hechos.
El 17 de julio, llegó al Vaticano una grabación escalofriante en la que se oía a Emanuela, de apenas quince años de edad, decir: “Pero… ¿Por qué me hace esto?... ¡Oh! Dios, pero ¿qué es? ¡Sangre! Me siento mal, Dios mío, me hace daño”.
Y el 21 de julio llegaron al Vaticano y a la redacción del Messaggero y de ANSA (agencia nacional de información), cartas escritas en alemán, provenientes de Francfort, exigiendo al Vaticano y a las autoridades italianas la inmediata liberación de Agca y de los otros dos terroristas, porque de lo contrario: “Seguirán otras acciones punitivas como con Emanuela Orlandi”. El 27 de julio, al terminar la audiencia general, Juan Pablo II pidió a los fieles una oración en latín por la joven, y ese mismo día se reunió con los padres de Emanuela para darles consuelo. Ercole Orlandi, padre de la víctima, contó luego: “El Santo Padre me hizo llamar por medio de monseñor Monduzzi. Wojtyla nos abrazó, se puso a llorar y nos dijo que nuestra hija había sido raptada por una organización internacional de terroristas, pero no dijo nada de la KGB”.
En agosto llegó a la redacción milanesa de ANSA un mensaje firmado por una organización de nombre Frente Turkes, con el ultimátum de que Emanuela sería ejecutada el 30 de octubre si Agca no era liberado inmediatamente. Y el 4 de septiembre, la misma organización envió un mensaje implicando en el secuestro a “funcionarios vaticanos e italianos”. El mismo Agca, en 2005, dijo al diario italiano La Repubblica que el Vaticano era responsable del ataque contra el Papa: “El diablo también está en el interior de aquellos muros”, concluyó, agregando así más confusión a sus numerosas y contradictorias declaraciones sobre el caso. Por su parte, Francesco Bruno, consultor del Ministerio del Interior italiano, opinó que: “Quien secuestró a Emanuela Orlandi ha demostrado un conocimiento específico de los mecanismos internos del Vaticano, de los aspectos psicológicos de la cuestión y de los lugares y las iglesias de Roma. Estoy convencido de que en el Vaticano ha habido una quinta columna”. Pero no hay datos concretos que avalen semejante hipótesis.
El 27 de septiembre, empezaron a llegar a los medios de comunicación italianos cartas desde Phoenix, la ciudad de Estados Unidos en la que suelen reunirse los capos de la mafia italoamericana, advirtiendo sobre la inminente ejecución de Emanuela Orlandi, y el 13 de noviembre fue hallado un mensaje (también de Phoenix) en el centro de Roma, en el que se informaba a las autoridades italianas que Emanuela Orlandi, finalmente, había sido asesinada. Desde entonces, no se volvieron a recibir más mensajes, y el cuerpo de Emanuela Orlandi jamás fue hallado.
En vísperas de Navidad de ese año de 1983, Juan Pablo II se reunió con los padres de Emanuela, y el 27 de diciembre visitó a Ali Agca en la cárcel de Rebibbia. El encuentro duró 18 minutos, y el Papa declaró a los medios: “Lo que nos hemos dicho es un secreto entre él y yo”. ¿Lo interrogó a Ali Agca sobre el secuestro de Emanuela Orlandi? Es altamente probable. De hecho, el ex juez Fernando Imposimato, quien instruyó a partir de 1983 el proceso contra Agca y es partidario de la “pista búlgara”, aseguró que: “En una primera fase, Agca no sólo se había mostrado disponible a colaborar con los investigadores italianos, sino que había contado lo de los búlgaros. Después, cuando desapareció Emanuela Orlandi, Agca asumió actitudes de loco, y comenzó a hablar del tercer secreto de Fátima porque había captado un mensaje en código lanzado por sus cómplices”. Fue Imposimato el que, a raíz de la liberación de Agca hace sólo unos días, advirtió que la vida del extremista turco corría peligro, ya que éste debía tener información sobre el atentado contra el Papa y el secuestro de Emanuela Orlandi.
Luego de pasar 19 años en una cárcel de Italia, y más de cinco en una de Turquía, Ali Agca fue liberado y luego vuelto a encerrar por el escándalo que suscitó su excarcelación (en 1979 asesinó a un célebre periodista turco). Ahora, la fiscalía de su país fijó el 18 de enero de 2010 como fecha para su salida de prisión.
Entre los múltiples interrogantes que quedan abiertos en el atentado contra el Papa, llamado por algunos “el último gran secreto del siglo XX”, está el secuestro de Emanuela Orlandi, pero también, la conversión espiritual de Ali Agca. ¿Fue sincera su conversión al cristianismo, luego de que el Papa lo visitó en la cárcel para perdonarlo y regalarle un rosario de plata? ¿Fue sentido su pésame por la muerte de Juan Pablo II, al que llamó en esa ocasión su “hermano espiritual”?
Y aún cabe un interrogante final e impiadoso. Recientemente, Ali Agca hizo esta declaración: “Una vez que pague mi deuda con la justicia turca, quiero retirarme lejos del ruido que ha acompañado mi vida. Quiero ir a vivir a un pequeño poblado turco”. Ahora bien, ¿existe en el mundo un lugar tan lejano y silencioso, que hasta allí no pueda llegar el brazo de la mafia que un día manipuló la voluntad de Mehmet Ali Agca?