Ya hubo antes un papa argentino
Jorge Bergoglio no fue el primer papa argentino.
Cuando en 1963 murió Ángelo Roncalli, aquel amado Juan XXIII, el Cónclave eligió a un papa argentino, un jesuita que ejercía su ministerio en el porteñísimo barrio de San Telmo, un teólogo excepcional, cuyo nombre era Ducadelia. Pío Ducadelia, al ser elegido papa, tomó el nombre de Juan XXIV.
No. No estoy loco. Eso sucedió en un libro publicado en 1964. El escritor que profetizó un papa argentino era Leonardo Castellani y el libro, publicado por Ediciones Theoría, se titula Juan XXIII, Juan XXIV.Una fantasía.
El cura Pío Ducadelia, personaje de Castellani que aparece en otros libros del autor, es un sacerdote que ha tenido problemas con la jerarquía de la Compañía de Jesús por opiniones y actitudes juzgadas irreverentes. ¿Cómo llega Ducadelia al papado sin siquiera ser cardenal? En su fantasía anticipatoria, Castellani imagina una situación mundial caótica. Francia ha ganado una guerra contra la Unión Soviética, que desaparece, y los Estados Unidos han invadido América del Sur. Ducadelia se encuentra en Montevideo, pero el arzobispo de Buenos Aires lo va a buscar y le pide que lo acompañe a Roma, como asesor en el Concilio que ha de elegir al sucesor de Roncalli. Ducadelia es un gran teólogo. Y el Cónclave, debido a la situación excepcional del mundo y de la Iglesia, lo elige Papa. En otro libro del jesuita Castellani, ese Ducadelia, durante su suspensión en la función sacerdotal y llevado por su afición por las novelas policiales -afición que compartía con su creador-, había abierto una agencia de detectives, en sociedad con un indio mataco y un abogado recién salido de la cárcel donde había estado preso y no como defensor. Castellani es uno de los grandes autores del policial argentino, género en el que Rodolfo Walsh lo consideraba "un maestro".
Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía explica a lo largo de sus 342 páginas cómo la burocracia vaticana (Castellani dixit ) le hace la vida imposible al Papa y sabotea sus reformas. El libro narra las vicisitudes de ese papa para sobrevivir en Roma -conseguir mate, hacer comprensibles sus argentinismos, adaptar la picardía y algunos tics porteños que los romanos no entienden-. Al margen de estas tribulaciones cotidianas, el gran tema del libro de Leonardo Castellani es la modernización y humanización de la Iglesia. Porque Ducadelia quiere reformar la institución partiendo de la acepción original de la palabra Iglesia, que significa asamblea, es decir, reunión de los fieles. Quiere vender los tesoros del Vaticano, quiere que los pastores sean austeros, quiere eliminar la pompa, los privilegios, las rigideces dogmáticas, quiere revalorizar la tarea de los laicos, clama contra el pecado eclesial ("es una vergüenza que el cristianismo sea usado para legitimar malos gobiernos"), sale de noche a caminar por Roma y a compartir la vida de los pobres. Por todo ello le ponen palos en la rueda.
Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía no es uno de los mejores libros de Castellani, pero muestra su inventiva profética y tiene fragmentos que revelan la belleza, el vigor y la curiosidad insaciable del mejor Castellani, un escritor cuya reivindicación está aún pendiente. El escritor Castellani pagó alto precio por su independencia: ajeno a todos los grupos y banderías, fue negado a derecha e izquierda. Durante el primer peronismo no pudo usarlo, porque durante su gobierno Castellani estuvo fuera del país, dedicado a aclarar sus desajustes con la Compañía. Castellani en sus libros y artículos usó un recurso, la ironía, que irremediablemente le granjeó antipatías. Nunca le faltaron lectores, pero como escritor terminó solo, o quizás peor aún, prisionero de grupos que lo monopolizan para justificar pensamientos reaccionarios. Castellani fue un reaccionario, sin duda (consideraba la democracia una farsa), pero también fue un gran escritor que se escapa por todos los costados de cualquier corsé y, por lo tanto, merece lecturas desprejuiciadas. Sin olvidar el acto con el que se despidió de los argentinos: el almuerzo de cuatro escritores con el dictador Videla, el 19 de mayo de 1976. En ese ágape, al que fueron invitados Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato y el representante de la SADE Horacio Ratti, Castellani, que entonces tenía 77 años y moriría cuatro después, fue el único que cuestionó al dictador, al exigirle noticias de Haroldo Conti, escritor entonces detenido en algún lugar y que no sobrevivió.
A todo esto, cincuenta años después de la aventura literaria de Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía , en Roma hay un papa argentino, jesuita como Castellani, hijo de italianos como Castellani, porteño viejo como Castellani (quien, aunque era del norte santafecino, terminó sus días en su austero departamento de Caseros y Defensa). Bergoglio es el hombre del año. Su ascenso al papado alteró la situación en el mundo y también el clima político en la Argentina. Marcó, por ejemplo, el ocaso de aquellos que no soportaron nunca a Bergoglio porque, al margen de lo religioso-ideológico, no admitían la mirada ética del arzobispo de Buenos Aires, por eso Francisco fue calumniado como delator...
El Papa está luchando a brazo partido para que los católicos, pero también los hombres y las mujeres todos, nos reencontremos con un valor que mucho escasea, la dignidad. Francisco, dice el diario Corriere della Sera, ha lanzado a la Iglesia a una aventura, la de abrir la Iglesia al mundo. Es un papa, dicen, que viene de lejos y mira lejos. Para nosotros, Francisco no viene de lejos. Leyendo al Ducadelia de Castellani, he pensado en el Adán Buenosayres , de Marechal, en el Remo Erdosain de Arlt, en el Horacio Oliveira de Cortázar. Seres de la imaginación que, sin embargo, alientan en esta ciudad de los Buenos Aires que nutrió a sus autores y les dio vida. Para nosotros Francisco (o su álter ego literario, Ducadelia) no viene de lejos, partió de nosotros, por eso lo sentimos cerca.
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