¿Y vos, de qué te reís? El humor argentino, un arma a prueba de crisis
Los parámetros cambian y cada generación tiene sus propias carcajadas pero (y este Mundial también lo demuestra) la capacidad de resiliencia local viene de la mano de una alegría tan filosa como eficaz
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Arranquemos con un chiste.
Un hombre va a la casa de su novia a pedirle la mano al padre:
–Vengo a pedir la mano de su hija.
–¿Ya vio a mi esposa?
–Sí, pero me gusta más su hija.
El chascarrillo es del recordado humorista uruguayo Juan Verdaguer, cuyos cuentos picarescos y subidos de tono solían girar, entre otras cosas, en torno a la vida en matrimonio (tema complejo, más si uno es el que está casado). ¿Le gustó el chiste? Quizás el que cierre la nota le guste más, aunque es difícil saberlo: entender de qué nos reímos los argentinos, o mejor dicho, unificar el humor en una sola corriente, parece una misión imposible en los tiempos que corren.
“Hubo un cambio en el humor. Y más que en los últimos 15 años fue en los últimos cinco. Hay una doble sensación: por un lado de lo que podés hacer y otra de lo que te podés reír; y no sé si hay una coincidencia absoluta entre esas dos cosas”, analiza Diego Scott, humorista y autor del libro Puto Lindo, La Vida de Fernando Peña (Aguilar), de quien fue productor, actividad que hoy lo lleva a poner en escena artistas dedicados a hacer reír. Así, ya sea por una conciencia real sobre el feminismo y las nuevas identidades o por miedo al escarnio público de las redes sociales, el humor salió en búsqueda de nuevos caminos. Alejado de la TV –lugar que lo vio crecer y expandirse durante años– hoy reside a su manera, con distintos grados de acidez y delirio, en YouTube, cuentas de Instagram y ofertas teatrales. Una especie de acuerdo tácito y nuevo que indica: “Si a usted le gusta el humor cuidado, venga por acá”; “Si le gusta el humor negro, pase por este lado”; y “Si le gusta que el comediante vuelque, avanti”.
Algo de todo esto recoge el humorista Adrián Lakerman en su podcast Comedia, donde entrevista a humoristas de todo el arco. Desde Coco Sily hasta Mex Urtizberea y desde Guille Aquino hasta Male Pichot, la consigna es avanzar sobre los porqués de su profesión y el prestigio de hacer reír. “Hoy en día cambiaron las formas de consumo del humor; la TV era el medio emblemático y eso se terminó. No tenés más No toca botón con 60 puntos de rating. Y también hubo un cambio de paradigma social, en relación al trato sobre el feminismo y las disidencias. Uno podría pensar que los chistes sobre la mujer en cuanto a género existieron desde el año cero y hasta hace muy poquito. No es extraño que haya humoristas que no puedan adaptarse a eso, es súper lógico, si desde que nacimos consumimos eso”, considera Lakerman como un primer acercamiento a qué se ve y escucha hoy en día.
También existen, para Scott, cambios en el objeto de la risa. “Cambian las cosas de las que nos reímos: hay temas del humor que ya no son graciosos. Por algo Los tres chiflados dejan de ser graciosos; o el humor de la picaresca, más allá de la corrección política, ya no pega. El humor es sorpresa, pero si es repetido…”, arriesga.
“Y si no me tienen fe”
La ardua tarea de hacer reír en la Argentina empezó, al menos en la TV, en la década del 60 (hay antecedentes de políticos que dan risa desde mucho antes). Con programas dedicados al absurdo, las caras más recordadas son las de Pepe Biondi, Carlitos Balá, el ya mencionado Verdaguer y José Marrone. También, Telecataplúm. “Ese elenco uruguayo que se instaló acá no tenía personajes ni sketchs fijos, sino que construían cada semana diferentes esquelas, todas creativas e ingeniosas, algunas hasta mudas”, apunta Esteban Farfán, un enamorado de aquellos años donde el guion era la clave para que la maquinaria de la risa girara. Autor del libro Carlitos Balá, lo mejor de mi repertorio (Editorial Galerna) y creador de El podio de la TV, De lo nuestro lo mejor y lo peor, Demoliendo teles y la serie Todos contra Juan, se erige como un historiador sin título de la pantalla chica.
Pero volvamos a las risas en la TV. En los 70 y 80, el libreto cambió y la ingenuidad le dio lugar al humor político. “Tato Bores fue el abanderado de aquellos años. Además de montarse en todos los sube y baja de la Argentina, surfeó como nadie ese estilo”, completa Farfán. La agenda de aquellos años era –créase o no, aunque seguramente usted lo crea– idéntica a la de ahora: inflación, crisis e inestabilidad política formaban el núcleo de los monólogos. ¿Alguna explicación de por qué nos seguimos riendo de la ya crónica tragedia nacional? “Dicen que el humor es algo malo bañado por el paso del tiempo. A nosotros nos pasaron tantas cosas que ya te reís sin más; leés el diario y estás superado, porque estás acostumbrado a la crisis permanente. Ya no nos queda otra”, expone Farfán sobre el gen cómico argentino.
Y en ese tole-tole que era la TV argentina apareció Alberto “El Negro” Olmedo. “Un tipo único, sobre el que todos dicen que era una persona increíble y también el Maradona de los humoristas, porque todo su talento era repentización (Diccionario: realización de un cosa que no estaba prevista o preparada). Deliraba como él quería y provocaba una carcajada sin parar”, apunta Farfán.
Hoy en día, el ojo que todo lo ve de Twitter debería ponerse anteojos de sol bien opacos para ver a Olmedo y su personaje Mano Santa en las escenas con Adriana Brodsky, a medio vestir, corriendo hacia él al grito de: “Maestro, Maestro”. “Me parece bien revisitar las películas de Olmedo y Porcel; hay cosas que quedaron viejas, pero es un contexto diferente el de aquel entonces. Si vos querés cuestionar hoy en día con la vara actual esas películas es otro cantar; es una injusticia contra la obra que los nuevos paradigmas las eliminen. Porque fuera del humor gordo odiante, machista y homofóbico, ellos eran grandes artistas”, analiza Lakerman y subraya: “Se mezcla la cosa popular con el desprecio; pensemos que somos un país que vivió miles de crisis y aparecen estos tipos que hacen reír a todos; entonces hay un valor muy grande”.
Con los 90 no solo llegó el menemismo, el 1 a 1 y Miami como segunda capital argentina. También aparecieron nuevas caras y estilos diferentes para hacer reír. Así, Alfredo Casero, junto a Fabio Alberti y Diego Capusotto deliraron al ritmo del absurdo en Cha Cha Cha. Mientras tanto, en Telefe, Marcelo Tinelli desembarcaba con su tropa de humoristas, con Pablo Granados y Pachu Peña como dupla de ataque rosarina.
“En los 90 hay dos batallas por el humor: uno es el absurdo de Casero, delirante y efectivo, con una construcción de culto hasta hoy. La otra corriente es todo lo que salió de VideoMatch. Lo que hizo Tinelli fue llevar el humor de la barra de la esquina a la pantalla. Provocó el chiste fácil, directo al hueso. Como era efectivo mató a los guionistas de TV, nunca más existió uno y nunca más hubo un programa de humor como en décadas anteriores. Sí hubo individualidades, como Peligro: Sin Codificar, pero no un equipo”, rememora Farfán. No hay que olvidar la otra cara de esa guerra televisiva: CQC, con Mario Pergolini a la cabeza, le había declarado una batalla sin cuartel al Cabezón, a quien le refregaba que él hacía “humor inteligente”.
Sin embargo, la TV empezó poco a poco a perder fuerza en el campo de la comedia. “Es caro hacer humor: necesita decorado, vestuario, guionistas, actores… y también tenés que generar un efecto, es decir, tiene que ser bueno. A eso se suma el miedo que hay en términos de cancelación y nuevos paradigmas”, enumera Lakerman sobre la falta de estos ciclos en la pantalla chica. ¿Algo más para notar? Sí, las nuevas formas de consumo. “¿Por qué voy a ir a la TV a las 23 horas si después lo puedo ver en redes sociales? La última experiencia fue Sin Codificar (Telefe); Jorge Lanata tiene un segmento de humor en PPT (eltrece) y después el programa de Flor Peña hacía lo propio en LPA (América), pero le sacaron la parte de humor de ficción”, continúa.
Scott, la cabeza detrás del segmento de humor de PPT, le resta dramatismo a la retirada de las risas de la TV. “No me parece mal que en la televisión no haya nada de humor político, porque hoy no se repaga en términos económicos. La televisión requiere que la puesta sea compleja para que se vea bien, las redes sociales no. Por lo tanto, hay otros escenarios, como YouTube, donde hay humor político bien hecho”, destaca.
“Hace 25 años trabajo en televisión y hoy por hoy es muy difícil que un canal te compre un programa de humor; los gerentes no arriesgan. Si vos hacés un tipo determinado de humor y le pifiás al target, es muy complicado encauzarlo. En los años 60 sabías quién te veía, de qué lugar, etcétera. Hoy se segmentó muchísimo, cambiaron los tiempos, los presupuestos, la plata grande de la publicidad se fue de la TV a la web, a las plataformas y al cable. Antes llamabas a un humorista bueno y lo rodeabas de gente talentosa para que lo enriqueciera; hoy lo tiran al aire y le dicen el famoso: ‘Hablá de lo que puedas’”, compara Farfán el ayer y hoy.
Eso no se dice, eso no se toca
Bueno, pero entonces los chistes subidos de tono, el humor negro, los cuentos escatológicos y los relatos que empiezan tramposamente con dulzura y terminan desbarrancando… ¿tienen los días contados bajo la mirada de la corrección política? “Fernando Peña decía que la ofensa es el sentimiento más infantil. Primero: si algo te ofende aprendé a digerirlo, porque es una verdad que te tocó. Asumila o reíte, pero enojarse es un infantilismo. Y él, a pesar de que tocaba muchos los bordes, no creo que tenga material no publicable hoy en día, porque depende de dónde te pares para decir algo, ahí te valida o no para hacerlo; es decir, si estás en un lugar de privilegio o no”, afirma Scott. Pero volviendo a la pregunta de más arriba (aguanten que ya llegamos al chiste del final): ¿el humor políticamente incorrecto va rumbo a la extinción?
“Existe un espacio para ver los chistes de Yayo, eso me parece bien (aclaración: si usted va a buscar en YouTube los chistes de Yayo hágalo lejos de los niños y con el volumen moderado). Nada debe ser censurado. No creo que haya que censurar chistes o que no se deban hacer. Habrá que bancársela luego. Vos hacé los chistes que quieras pero después fijate lo que hacés con eso, si fue solo para molestar. Insisto: el humor no debería nunca ser censurado, porque es un detector de los temas que aparecen en la sociedad”, afirma Lakerman.
“La corrección política va contra el humor, si el humor no tiene la capacidad de ofender, no nos queda nada; si no podemos decir cosas en broma, fuimos”
“También depende el ámbito”, aclara, como punto fundamental, Scott. “A mí me gusta el teatro porque tiene un grado de intimidad grande, pero ahora está amenazado con la posibilidad de que alguien esté grabando ese idioma teatral que, extrapolado, pueda resultar ofensivo o vaya en contra de la corrección política tolerable”, se anticipa como riesgo.
Sin embargo, como un chiste que sale de casualidad, la corrección política también es tema de risa: “Si ves el último especial de Ricky Gervais (sí, está en Netflix), se pone en un lugar donde tiene la inteligencia del humor y se ríe de dos cosas: de la ultracorrección política y de las posiciones extremas. La corrección política va contra el humor, si el humor no tiene la capacidad de ofender, no nos queda nada; si no podemos decir cosas en broma, fuimos”.
¿Hay otra ventana para abrir con chistes frescos? Sí, claro, los memes.
“Hay un lenguaje nuevo del humor, que es el meme, el edit de video, la imagen con el texto agregado. Además es más simple, porque pegás dos fotos y listo. Y creo que las nuevas generaciones están alimentadas por ese tipo de humor que nosotros no conocimos”, aclara Scott. Y a eso se suma Farfán: “Hoy en día lo más gracioso es Twitter, es el mejor programa cómico; tomó todas las corrientes que consumimos de los medios a nivel humorístico y es un compilado, hecho en un meme o un video”.
Más allá de la corrección política o de la sensibilidad puntual de algún seguidor de redes sociales, el público –y sus silencios en la sala– hablan. Eso mismo le pasó al Oficial Gordillo, personaje standapero nacido en Tucumán, cuyos videos en YouTube superan las 25 millones de reproducciones. Con un repertorio en torno a los hábitos y costumbres de la provincia –bien alejado de los subtes, el Obelisco y los dramas de los porteños– este comediante de 43 años busca por otro lado la explosión de la risa.
Así, habla de su mamá, de su tía y hasta de su perro, todo en “tono tucumano”. Y la reacción es inmediata: el público lo escucha durante la hora y media del show, hipnotizado. Sin embargo, con 15 años de trayectoria arriba del escenario, sabe cuándo está por morder la banquina, aunque sea sin mala intención.
“A veces digo algo y no hago reír y lo cambio enseguida. Por ejemplo, hacía un chiste donde mi vieja era ‘lloradora de velorios’, por si en el entierro había poca gente. Ese relato, en prepandemia, fue un éxito. Pero en plena pandemia, donde a todos se les murió alguien, ya sea un familiar o un amigo o pariente o conocido, dejó de tener el sentido que yo quería, entonces cambié al sketch completo de un día para el otro”, narra. Y agrega: “El humor evolucionó y eso está muy bien, porque encima los humoristas del interior nos criamos con los humoristas de los festivales, viendo Operación Jajá, VideoMatch o Café Fashion. ¿Y qué pasó? Evolucioné con las redes sociales, donde uno hacía chistes sobre pelados, gays, gangosos, tartamudos… y ahí me ligaba una llamada de atención, gente que me escribía y me decía: ‘Yo tengo una familia con esta u otra enfermedad’. Así aprendí”.
Segundo y último chiste.
Un hombre va caminando por la calle y se encuentra con una lámpara mágica. La frota y sale el genio:
–Te voy a conceder un deseo.
El hombre piensa un momento y dice:
–Me gustaría que mi abuelo vuelva a la vida.
El genio se niega:
–No puedo traer a alguien de la muerte.
El hombre piensa, piensa, piensa y pide:
–Me gustaría que baje la inflación.
–¿Cómo se llamaba tu abuelo?