¿Y si terminan por prohibir TikTok?
En la semana en la que su CEO se presentó en el Congreso, el debate sobre la red social llega a la salud mental adolescente y los hábitos que genera el algoritmo
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Una singular manifestación ocurrió el jueves por la mañana frente al Capitolio, en Washington. Un infrecuente desfile de influencers y creadores de contenidos para TikTok, que acumulan entre ellos varios millones de seguidores, llegaron hasta allí para dar respaldo al CEO de la empresa, que era indagado por el Congreso: la posibilidad de una prohibición sobrevolaba el ambiente.
Shou Zi Chew, de la empresa china ByteDance (propietaria de TikTok), es mucho menos popular que los referentes de redes sociales nacidas en Silicon Valley y llegó a Washington en un contexto curioso: la supervivencia de TikTok como app está en juego y tiene tantos detractores como aliados, que van de poderosos inversores (Sequoia), gobernadores, músicos o creadores de contenido que ganan millones gracias a sus producciones viralizadas (pero que se quejan de la baja rentabilidad). Al final del camino están los usuarios: la cifra alcanza a más de 150 millones por mes, casi la mitad de la población de los Estados Unidos. Muchos usuarios también la cuestionan por diversas razones. Y la decisión sobre su futuro afecta de manera directa el entretenimiento y la información cotidiana, los hábitos y el tiempo libre de buena parte de ese país y del mundo.
Las polémicas alrededor de la red social exceden, sin embargo, la disputa alrededor de la alta política.
Ocurre en el frente diplomático: cada vez más reparticiones públicas de diferentes países exigen a sus funcionarios, como cuestión de Estado, que dejen de usar TikTok. Las políticas de privacidad y gestión de datos, o la falta de seguridad alrededor de ellos, es el principal argumento.
También sucede en el campo de investigaciones de la salud mental y sus alrededores. No ya, solamente, la probada capacidad adictiva del algoritmo y su atracción a sesiones de “scroll infinito” basado en sugerencias de videos cortos, que convirtió a esta red en el arma de distracción masiva más eficiente de los últimos tiempos.
El asunto estuvo presente también en la reciente conferencia SXSW, que reunió en Austin, Texas, al ala más creativa e innovadora de la cultura digital. Más allá de la develación (¿denuncia?) de que el algoritmo prioriza algunas temáticas, como sucedió durante la Copa del Mundo, también se puso el foco en cómo esa red, basada en música y humor originalmente, había alterado no solo el modo de acceder a las noticias sino también el recorrido de los compradores de e-commerce. El alto impacto en el tiempo de uso también se reflejaba ahora en la circulación del dinero online. Las dificultades de los creadores para ganar dinero o fidelizar audiencias a través del mismo algoritmo que les ofrece popularidad inesperada también estaba entre las preocupaciones de la comunidad digital.
“Así es como las plataformas mueren: primero son buenas para los usuarios; luego abusan de esos usuarios para convertirse en útiles para sus clientes y anunciantes; finalmente, abusan de esos clientes para quedarse todo el valor para ellos mismos. Luego, mueren.” A comienzos de año, el teórico y escritor Cory Doctorow publicó un ensayo provocador que sugería que TikTok estaba ya en camino de malograrse. Lo desarrollaba con los ejemplos de Amazon y su crecimiento como negocio, y también de Facebook o Twitter como redes. Luego llegaba al caso de TikTok. La “economía de la atención”, sostiene Doctorow, no es otra cosa que una “trampa” para la captura y retención de tiempo en la app mientras se desarrolla una estrategia de negocio rentable en la que contener o asociar a aquellos que generan contenido. No hay tal negocio en la atención.
El problema se vuelve más complejo con análisis como el del psicólogo y autor Jonathan Haidt. El mes pasado, desde la Universidad de Nueva York, publicó su tesis: “La epidemia de enfermedades mentales de adolescentes comenzó en 2012″. Estudioso de temas de felicidad y autor de best-sellers ya venía trabajando en el efecto de las redes sociales en la democracia, pero este último año se enfocó en el efecto en la salud de la Generación Z: “Nunca hubo una generación tan depresiva, ansiosa y frágil como los nacidos entre 1997 y 2012; los índices son extraordinarios”. Haidt trata de ejemplificar y “demostrar” que el uso de aplicaciones como Instagram o TikTok altera su relación con los demás y consigo mismos de toda una generación. Un completo informe, firmado junto a su colega Zack Twenge, detalla índices de depresión, autoflagelación y casos más graves, especialmente en mujeres, en el que además reflexionaba sobre temas de autopercepción, vulnerabilidad y tristeza. Su visión trasciende el “doomscrolling” (el efecto de quedar expuesto a mirar y actualizar malas noticias): se trata del hábito de la red, del placer inmediato pero también de las ansiedades que genera la mirada ajena.
Entre el debate legal, el uso de datos y el negocio de la atención, se cuela un fantasma que intentan atrapar los estudiosos más prestigiosos: cuál es el efecto profundo de pasar horas atados a un entretenimiento fugaz antes de darnos cuenta que tic, toc, tic, toc el tiempo sigue pasando.