¿Y si paramos el mundo?
Noto un cansancio que nuestras caras no pueden ocultar
¡Paren el mundo, que me quiero bajar!- decía Quino en la voz de Mafalda.
Hay días en que uno toma más conciencia del estado de alerta permanente en que se vive.
Chicos que van armados al colegio, padres que golpean a los educadores, hombres que golpean a las mujeres y a sus hijos, madres que maltratan y hasta matan a sus criaturas, accidentes con muertos y heridos todos los días, asaltos y robos casi permanentes (que van desde los carteristas, las mecheras hasta los ladrones de "guantes blancos"), crímenes atroces que no se llegan a dilucidar, la aparición de nuevas drogas, más peligrosas aun que el paco, un estado de marginalidad y de indigencia en sectores cada vez más grandes de la sociedad, en la Capital y en el interior del país.
Uno toma más conciencia del estado de alerta permanente en que se vive
Hay como un estallido de locura y de perversión que es verdaderamente alarmante. En medio de eso, pasa nuestra vida, con sus avatares personales, que de por sí nos enfocan -tantas veces- en el pesar y la preocupación.
Basta con mirar los rostros de la gente por la calle, para descubrir la angustia, el miedo, la desconfianza, el estado de indefensión que todos delatamos con nuestra mirada y nuestros gestos.
También noto un cansancio que nuestras caras no pueden ocultar.
Por otra parte, si salimos de nuestra "aldea" para mirar el mundo, nuestra inquietud va en aumento. Armas químicas, nucleares, guerras, muertos, hambre, un planeta que es "un polvorín" y países "en llamas".
Claro que no todo es negro y siempre habrá un sol que nos calentará los huesos, una naturaleza que nos calmará los nervios (siempre y cuando no terminemos por destruirla), una mano que se tiende, alguien que nos escucha, una sonrisa, un corazón abierto y solidario, y después la música, la meditación, el baile, el arte, aquello que nos conecta con lo más sublime del ser humano y que nos eleva el espíritu.
Claro que no todo es negro y siempre habrá un sol que nos calentará los huesos
De todos modos, la realidad es dura y hay que hacer algo internamente, para afrontarla.
Recuerdo mi infancia. Un día, puse un banco de cocina en el jardín de nuestra casa para subirme y poder tocar el cielo con mis manos.
Pero el cielo estaba mucho más lejos…y, muy decepcionada, me bajé.
Hoy me acuerdo de Mafalda, del banquito en el jardín de mi niñez, y me digo a mí misma: no desesperar. Si uno no puede con su propio "ego", hay otros recursos: por ejemplo, se puede comprar un lote en la Luna. Casi 2000 argentinos ya lo hicieron. Y si prefiere otro astro, el hombre que lleva en su apellido la esperanza, Dennis Hope, autoproclamado dueño de los sitios extraterrestres, le puede vender una parcela en Marte o en Venus. (En el dinero, no piense. Parece que es bastante barato.)