¿Y si los argentinos probáramos mirarnos en el espejo?
El país incumple los contratos que firma, no paga sus deudas, engaña a sus inversores
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Recientemente, la Argentina registró dos noticias que poco o nada parecen tener en común. La primera es que el gobierno de Estados Unidos le reclamó a la Casa Rosada un plan económico “sólido” como condición previa a respaldarla en sus negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI). La segunda, que la administración de Alberto Fernández suspendió las pruebas “Aprender”, que miden los aprendizajes de todos los alumnos en los últimos años de los ciclos primario y secundario.
Parecen dos noticias sin conexión entre sí, pero no es así. Ambas dicen mucho sobre la Argentina y su incapacidad de mirarse en el espejo o de ponerse en el lugar del otro, dos ejercicios que pueden decirnos mucho sobre quiénes somos y el pantano en el que nos encontramos.
Imaginemos por un momento que somos funcionarios de un gobierno extranjero. No trabajamos en el área de relaciones exteriores, así que sabemos poco sobre la Argentina, más allá de lo obvio: Diego Maradona, el Papa, Lionel Messi y, acaso, Jorge Luis Borges. Así que pedimos a nuestros asesores que nos preparen un informe breve, porque tampoco tenemos tanto tiempo para dedicarle a esa nación. Después de todo, primero tenemos que atender los problemas de nuestros propios ciudadanos, que son los que nos votaron.
Cuando al fin llega ese informe que pedimos, detalla que la Argentina es la segunda entre las economías más grandes de América del Sur, después de la brasileña, que integra el G-20, y que tiene una larga lista de atractivos. Pero también, que lleva décadas arrastrando crisis recurrentes, altas tasas de inflación, recesiones y nueve defaults de su deuda soberana.
Le preguntamos entonces a nuestros asesores qué pretenden esos funcionarios que nos llaman desde la Argentina. ¿Respuesta? Quieren nuestro voto en el directorio del FMI para lograr un acuerdo “sui generis” con el Fondo.
Eso nos obliga a plantearles otra pregunta a nuestros asesores: ¿cómo ha sido hasta ahora la relación entre la Argentina y el FMI? Esta vez, la respuesta es inmediata: espantosa. Entre 1956 y 2004 firmó veintiún acuerdos, que el país incumplió o renegoció una y otra y otra vez, además de figurar con el mayor default en la historia del Fondo, del que nada quiso saber desde 2005 –al punto de cancelar toda su deuda en un solo pago–, para luego volver en 2018, con la cabeza gacha, para pedirle otro crédito, que se convirtió en el mayor en la historia del Fondo.
A esta altura, como funcionarios extranjeros que somos, y mientras se acumulan las llamadas pendientes sobre asuntos más sensibles y urgentes para nuestros ciudadanos, planteamos una consulta obvia a nuestros asesores: ¿la Argentina cuenta con un plan sólido de estabilización y recuperación económica que, si consigue ese guiño excepcional del FMI, le permita dejar atrás todos estos problemas que arrastra desde hace décadas? Respuesta de nuestros asesores: no.
Obviamente, no esperábamos esa respuesta, así que repreguntamos para verificar si escuchamos bien. Pero a esta altura, nuestro equipo ya se la veía venir y nos entrega la copia impresa de las declaraciones que el presidente Fernández ofreció en julio de 2020. Textual, le dijo al Financial Times, el diario económico más importante del mundo: “Francamente, no creo en los planes económicos”.
A esta altura, nos sentimos entrampados en un laberinto. Lidiamos con un país que incumple los contratos que firma, que no paga sus deudas, que engaña a sus inversores extranjeros, que arrastra problemas económicos y financieros desde hace décadas, que se lleva a las patadas con el FMI y que se ufana de no tener –ni querer– un plan económico, pero que nos pide que le demos una mano para conseguir un nuevo atajo. Y si ese atajo sale mal, para más datos, implicará que nosotros habremos “quemado” dinero de nuestros ciudadanos, que preferirían que lo invirtiéramos en otros asuntos.
Ese es el momento en que un vago recuerdo resuena en nuestras cabezas y acudimos a Google. Allí encontramos la frase que dijo el entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O’Neill, en agosto de 2001: “Estamos trabajando para encontrar un camino para crear una Argentina sustentable; no una Argentina que continúe consumiendo la plata de los plomeros y de los carpinteros que ganan cincuenta mil dólares por año y se preguntan qué diablos estamos haciendo con su dinero”, y nosotros, como funcionarios extranjeros que somos, nos sentimos identificados con O’Neill. Porque como funcionario, O’Neill tenía un defecto: decía en público lo que el resto sólo murmura ante los periodistas en privado.
Es aquí cuando nuestro ejercicio de ponernos en el lugar del otro va llegando a su final con dos preguntas adicionales sobre la Argentina a nuestros asesores. Sobre su presente: ¿el país sobrelleva bien la pandemia? No, nos dicen, según los parámetros de la agencia Bloomberg, que lo ubicó en el último lugar entre los 53 países analizados. Y sobre su futuro, ¿está mal pero va al menos en la dirección correcta? Ahí es cuando los asesores dudan. Resulta difícil saberlo, nos dicen, cuando uno de los parámetros para responderlo pasa por conocer el nivel educativo de las futuras generaciones de argentinos, pero el Gobierno suspendió las pruebas Aprender previstas para este año. Es decir, que los argentinos nos tienen claro dónde están parados sus alumnos en plena pandemia, tras un año de cierre de las aulas.
En ese contexto, si fuéramos funcionarios extranjeros, ¿qué deberíamos responder cuando nos llamen otra vez desde Buenos Aires? ¿Por qué deberíamos confiar en la Argentina? ¿Por qué habríamos de creer que esta vez será distinto de las decenas de veces que anteriores funcionarios argentinos pidieron clemencia en el pasado?
En suma, me parece que queda claro el propósito de este breve ejercicio mental. Los argentinos –y por extensión, por qué no, muchos otros latinoamericanos– deberíamos mirarnos al espejo, sincerarnos ante lo que vemos, analizar qué estamos haciendo mal, corregir nuestras falencias y empezar a construir un legajo más “prolijo”, para solo luego levantar el teléfono y discar algún prefijo internacional.
Por eso, como primer paso, ¿y si probamos los argentinos con miramos en el espejo?