¿Y si lo escuchamos a Francisco?
Las palabras del papa Francisco sobre el carácter no absoluto ni exclusivo de la propiedad privada, subordinada al destino universal de los bienes, tuvieron una repercusión inusitada.
El tema llama la atención por distintos motivos. La indignación que sintieron algunos no sólo es extemporánea (tuvieron nada más que 130 años para ofenderse desde la Rerum Novarum hasta ahora), sino que además es consecuencia de una interpretación sesgadamente localista de un mensaje universal, en el contexto de la cumbre anual de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). ¿O acaso alguien cree que el Papa utiliza el marco de una reunión con referentes internacionales vinculados al mundo laboral para hacerle un guiño al intendente de un municipio del conurbano bonaerense? A veces las preguntas adecuadas ordenan las ideas.
Más curiosa aún fue la virulencia con la que fueron rechazadas las palabras del Santo Padre. Y lo preocupante fue que en vez de rebatir la postura con argumentos –es innegable que todos tenemos derecho a disentir en las ideas y en formular otras que consideremos mejores-, hubo una utilización exacerbada de argumentos pobres pero psicológicamente persuasivos. Esto embarra la cancha: es mucho más difícil encontrar acuerdos y entender la intención y el contenido de lo que el otro dice si no sigo reglas de argumentación básicas. Algunos ejemplos.
No faltaron quienes directamente insultaron a Francisco: “pobrista”, “incoherente”, etc. o buscaron deslegitimarlo al señalar que la Iglesia administra muchas propiedades, lo que constituye falacias ad hominem ofensiva y circunstancial, respectivamente. Piensan que deslegitimando al interlocutor, derrotan sus ideas. Pero no funciona así. La verdad o falsedad de un razonamiento no está dada por quién sea quien lo afirma. Así hubiera sido Bill Gates quien lo afirmara, el argumento por el cual la propiedad privada no es absoluta depende de la creencia de que la Tierra (y la Creación, en general) es de todos los hombres. Sería intelectualmente honesto que quienes no coinciden con el Santo Padre argumentaran que consideran que la Tierra es para algunos y no para todos. Quizás eso sea política y socialmente indecible. Y por eso, ante la imposibilidad de refutar la idea quieran matar al mensajero.
No fueron pocos los que intentaron distorsionar las palabras del Papa con el fin de rebatirlas de una manera más sencilla (falacia del espantapájaros). Así, mientras algunos citaban “la tragedia de los comunes”, otros argumentaban que se atacaba la propiedad privada. Pero relativizar el derecho a la propiedad privada (esto es, hacerlo relativo a otra cosa; en este caso, al destino universal de los bienes) no implica la anulación del principio. Todo lo contrario, no hace falta ser un erudito en la Enseñanza Social de la Iglesia para saber que el magisterio eclesial promueve la propiedad privada, que debe ser fruto del trabajo. Por eso busca que todos los hombres puedan acceder a un trabajo en condiciones dignas para poder desarrollarse en plenitud. Pero la Iglesia va más allá. No sólo a través de la exaltación de la vocación empresarial que aparece en Laudato Sí, sino también porque hay un argentino por adopción que está en proceso de ser santificado. Su nombre es Enrique Shaw y su profesión, empresario. Qué extraña aquella religión que anula la propiedad privada y, simultáneamente, presenta modelos a seguir que fundan empresas. Pero será otra. Evidentemente, no es la católica.
La Iglesia pobrista es la misma que está en los asentamientos paupérrimos de todos los rincones de nuestra Patria, donde los sacerdotes construyen escuelas, espacios para la enseñanza de oficios, Hogares de Cristo (para acompañar la recuperación de adictos) y hogares, mientras discuten con funcionarios para que el Estado garantice los derechos que allí no llegan. De nuevo, qué pobrismo más extraño.
El Papa, como todo hombre, se equivoca. Peca. Hace y dice cosas con las que podemos estar o no de acuerdo. Pide que recemos por él porque se reconoce humano y, como tal, falible, vulnerable y limitado. Por ejemplo, para muchos la participación ad honorem de Juan Grabois en el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral es un escándalo. Quizás lo sea. O quizás, por más que nos cueste verlo, se trate de una “diversidad reconciliada”, por usar un concepto creado por Francisco en ocasión de su visita a Mauricio (no Macri, sino la nación insular). Seguramente haya valor en pensar distinto y en ver las cosas desde perspectivas diferentes. Pero, para eso, hay que escuchar lo que el otro realmente dice y no descontextualizarlo ni atacarlo. Qué difícil en la Argentina partida al medio del siglo XXI.
Saltemos la grieta. El desafío que propone el magisterio de la Iglesia y de Francisco, en particular, es enorme. Perder tiempo en discusiones tan estériles como provincianas nos desenfoca del trabajo de fondo, que consiste en encontrar maneras de crear riqueza promoviendo la integración y regenerando la Casa Común, que es de y para todos.
Profesor en el IEEM, Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo