¿Y si Alberto Fernández le hiciera caso a Cristina Kirchner?
El manifiesto de Cristina Kirchner dinamitó el lunes la ficción de una convivencia pacífica en el Frente de Todos. Expuso como nunca a Alberto Fernández en el rasgo más anómalo de su perfil como presidente, al trazar con precisión la diferencia entre quién decide y quién manda.
"En la Argentina el que decide es el Presidente. Puede gustarte o no lo que decida, pero el que decide es él", escribió, con la conciencia de quien usa la redundancia como herramienta para el énfasis. El efecto de esas palabras se combina con la mención a "los funcionarios y funcionarias que no funcionan" y a los "desaciertos" del Gobierno y con la exposición de una receta propia e irrefutable para solucionar la crisis cambiaria.
La carta en su conjunto es un desafío al Presidente porque arroja a la arena pública una refutación abierta a una gestión que atraviesa momentos de zozobra. Lo hace como si fuera una comentarista externa, pero sin dejar de recordar que es ella quien eligió a Fernández. "¿Para esto te puse?", podía leerse entre líneas.
Es sal en las heridas para un gobierno en el que falta una voz que ordene. Que decide tentar a los ruralistas con una baja en las retenciones para que liquiden la cosecha y tolera en silencio cómplice la intervención del kirchnerista Juan Grabois en la toma de un campo que es objeto de un litigio familiar. Que tolera la desobediencia de un embajador disconforme con la política oficial sobre Venezuela. Que somete su agenda de reuniones a la censura pública que tan a menudo se digita desde el Instituto Patria.
La pregunta que se repite en voz baja en infinitos diálogos políticos desde el lunes es ¿qué pasa si Alberto le hiciera caso y empezara a tomar las decisiones sin poner por delante el equilibrio de la coalición peronista? En otras palabras, ¿qué pasaría si le hace caso a Cristina?
El recuerdo de Scioli
La historia entrega ejemplos no tan lejanos de cómo reacciona un presidente peronista ante un vice que airea su descontento. Daniel Scioli lo vivió dramáticamente en agosto de 2003 cuando actuó como un librepensador en los albores de la gestión de Néstor Kirchner. El primer incidente ocurrió cuando cuestionó la "inseguridad jurídica" que podría generar la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida. Días después sugirió en una reunión de IDEA que era inminente un aumento de tarifas.
Un rayo fulminó al vicepresidente. Kirchner dejó de hablarle. Cristina empezó a destratarlo en público en las reuniones del Senado (llegó a acusarlo de desconocer el reglamento y de hacer operaciones en su contra) y todos los funcionarios que respondían a él en el Poder Ejecutivo fueron desplazados. Le sugirieron suspender toda reunión con empresarios y periodistas.
"No sé por qué dijo eso el vicepresidente, o qué información tendrá distinta al Gobierno, pero tenemos la convicción de que la Argentina se está reencauzando en otra senda", fue uno de los reproches inmediatos que salió de la Casa Rosada a las declaraciones inconvenientes de Scioli. Las verbalizó el jefe de Gabinete de entonces. Un tal Alberto Fernández. Detrás de él, había una cola de funcionarios ansiosos por castigar a Scioli. Los diarios de la época recuerdan declaraciones con nombre y apellido de tipo "es un desafío al Presidente", "se extralimitó", "parece un complot de los sectores de poder" y tantas otras.
Las encuestas le permitieron a Scioli volver al Olimpo kirchnerista, donde nunca dejó de ser un forastero poco confiable. A él lo sucedió Julio Cobos, otro vice que llevó al extremo sus disidencias el día de su histórico voto "no positivo". El destierro en su caso fue para siempre.
En la nueva encarnación del kirchnerismo la vicepresidenta tiene derechos diferenciales. Hizo un movimiento que deja en jaque a Fernández. Lo invita a forjar un acuerdo con empresarios, medios y opositores que él ensayaba en puntas de pie para no enojarla a ella. ¿Es una sincera opinión o una forma de condicionarlo para que, si avanza con un pacto, se interprete como una imposición?
Fernández cavila qué hacer. Decidió que sus palabras públicas fueran de elogio a la carta. Todo su gabinete repitió el libreto. Al resguardo de una pantalla de ingenuidad, acaso se pierda el consejo de sentido común que le regala su mentora entre tanto alarde de poder. Nadie debe mandar por encima del Presidente.