Y al final, ¿qué cambiamos?
En estos cuatro años nuestro país vivió una experiencia nueva: en el marco de la coalición entre el PRO, la UCR y la Coalición Cívica, tuvimos un gobierno conformado en su mayoría por hombres y mujeres que no veníamos de la política tradicional, más o menos jóvenes, dispuestos a dejar de lado una manera de vivir para aportar a un cambio profundo en nuestra sociedad. Aun queda mucho por discutir acerca de cuán bien o mal lo hicimos y cada uno está en condiciones de hacer su propio balance. Pero nada opaca que, al menos por esta vez, el Estado cambió de manos, de estilo y el poder fue ejercido con una lógica completamente diferente al populismo tradicional que conformó los rasgos centrales de nuestra cultura política.
Mauricio Macri tomó una decisión radical, a contrapelo de la tradición. Junto a un grupo importante de políticos con experiencia a los ministerios, secretarías, direcciones, empresas públicas y demás llegamos los "nuevos", algo inexpertos, bastante idealistas, tal vez un poco ingenuos, decentes y bienintencionados, dispuestos a cambiarlo todo y provistos de un espíritu transformador que necesariamente estaba destinado a toparse con la muralla de impedimentos que vino paralizando nuestro benemérito Estado desde antes que muchos de nosotros hubiésemos nacido.
Junto a este fenómeno de recambio se dio otro no menos innovador: la irrupción del trabajo en equipo en el gobierno. Parece obvio, pero nada de lo obvio suele suceder en los gobiernos. Trabajar en equipo en un gobierno heterogéneo fue toda una novedad en nuestro país que aun no fue debidamente valorada. Personas con vasta experiencia política nos ayudaron a los recién llegados, ministerios trabajaron juntos en proyectos y programas cruzados, funcionarios provenientes de distintas familias partidarias podíamos reunirnos e intercambiar experiencias y apoyarnos recíprocamente tanto en las buenas como en las malas.
Este cambio radical en el modo de gobernar fue el resultado de transformaciones en los modos de relacionarnos al interior de nuestra propia sociedad. Al menos para sectores importantes ya es inaceptable el autoritarismo de los poderes verticales, de los mesiánicos, de los jefes que pretenden saberlo todo e imponer su voluntad sin escuchar a los demás. Con la administración de Cambiemos llegaron finalmente al Estado formas y modelos que ya existen desde hace tiempo en la sociedad civil, en las familias, en el mundo del trabajo, en el campo del conocimiento. Una desconfianza básica frente a aquellos que solo saben dar órdenes. Una distribución más colaborativa del trabajo y el poder.
Cambiamos algunas prácticas cotidianas en la vida de los funcionarios y los dirigentes políticos. Cuando comenzamos a hacer los famosos timbreos, muchos se reían y nos ridiculizaban como si fuéramos una suerte de secta o de vendedores de enciclopedias que pasaban un sábado por la mañana por alguna localidad del país en busca del insulto seguro. Sin embargo, en cada una de esas experiencias, que se fueron multiplicando a lo largo de estos años, cada uno de nosotros encontraba la realidad sin mediaciones. Y, sobre todo, el entusiasmo de los ciudadanos y ciudadanas por contar sus historias, cómo les estaba yendo, qué les pasaba, cuáles eran sus problemas, sus sueños y sus frustraciones. En cada uno de esos encuentros la política se volvía horizontal fuera el propio Presidente quien estuviera o el militante que acababa de acercarse. Todos aprendimos allí más que con cualquier encuesta y con cualquier focus group. Como una obligación moral, los funcionarios aprendimos que la verdad estaba en las calles. Debíamos seguir siendo ciudadanos y no convertirnos en miembros de una casta privilegiada. Nuestra sociedad no tolera más que sus dirigentes vivan en una realidad aparte.
El rechazo al dogma fue otro signo del cambio de época. A cualquier dogma. Vivimos en un tiempo en el que nuestra sociedad está en condiciones de discutirlo todo. Ese es nuestro tiempo, para bien o para mal y somos parte de él. Pudimos equivocarnos y corregir con humildad nuestros errores asumiendo todos los costos. Y esto sucedió porque gobernamos como seres humanos. Es decir, falibles, imperfectos, críticos, sabiendo a cada paso que podía haber un camino mejor para resolver cada uno de los problemas. En más de una ocasión Mauricio Macri nos alentó a hacer, siempre a hacer, aun enfrentando el riesgo del error. Acaso fuera su formación de ingeniero. Yo prefiero pensar que se trata de alguien que supo escuchar los cambios que la sociedad había estado procesando a lo largo de las últimas décadas y tuvo la capacidad de llevarlos a la Presidencia de la Nación. En esto sí que Cambiemos cambió las cosas.