Willa Cather: ¿una escritora perdida?
De todas las listas posibles, hay una sobre la que me gustaría volver. La de los libros que más hemos regalado en nuestra vida. Si tengo que hacer memoria, probablemente entre mis autores figuren Borges, Castillo, Walsh, Saer, Cheever, Salinger, Faulkner, Hemingway. En los últimos años, también, recuerdo algunas novelas y libros de cuentos: La hora de los monos, de Federico Falco, Mi ángel tiene alas negras, de Elliott Chaze, El espectáculo del tiempo, de Juan José Becerra. Pero creo que hay uno que ocupa el primer puesto, y se ha mantenido allí a lo largo de los años: Una dama perdida, de Willa Cather.
La ofrenda tuvo siempre algo singular: Cather fue editada en la Argentina, aunque muy poco y hace muchos años. Los relatos de Obscuros destinos los distribuyó Plaza & Janés por aquí en 1964. Y a la magnífica nouvelle Una dama perdida la publicó el Centro Editor de América Latina en 1977. Cada vez que en alguna librería de viejos o de saldos veía la sucesión de lomos negros y finos de CEAL, atravesados por las rayas de colores en su parte baja, buscaba el número 21 de la colección, y muchas veces lo encontraba. He comprado Una dama perdida (con su edición tosca y llena de erratas pero querible) supongo que más de diez veces a lo largo de los años, a dos, cinco, quince y treinta pesos. Para tenerlo repetido en mi biblioteca, esperando la oportunidad de regalárselo a alguien especial.
La historia es conocida, y también la he contado varias veces, pero tiene el doble mérito de ser genial y de pertenecerle a Truman Capote. Cuando el autor de Música para camaleones era apenas un periodista de dieciocho años que vivía en Nueva York, planeaba un libro sobre la correspondencia de los héroes confederados. En la New York Society Library, donde llevaba a cabo la investigación para escribirlo, se cruzaba siempre con una dama de pálidos ojos azules ataviada con un extraño abrigo. Era invierno, helaba en la ciudad. Cuando Capote terminó su tarea y salió a la calle desierta a buscar un taxi, se topó con aquella misteriosa mujer. Como no venía ninguno, la invitó a tomar un té y se pusieron a hablar de libros. El se confesó escritor y la dama quiso saber a qué autores admiraba. Capote, como siempre, fue vanidoso y reticente. "Pero me gustan Henry James, Mark Twain, Melville. Y amo a Willa Cather. ¿Ha leído Mi Antonia, Una dama perdida, Mi enemigo mortal?". La mujer dio un respingo, bebió su té en silencio y, por supuesto, respondió: "Debo decirle que yo escribí esos libros". Capote se tomó a su vez, de un trago, el Martini doble que había encargado.
Willa Cather nació en Virginia en 1873 y vivió su infancia en Nebraska, en los años de la primera colonización. Estudió en la universidad con el nombre de William Cather y fue viajera, periodista, maestra. Vivió con su pareja, Edith Lewis, durante cuarenta años. Y recién a los treinta empezó a publicar. Poemas, cuentos, nouvelles y novelas. El primer suceso lo logró con Mi Antonia en 1918, y cuatro años más tarde llegaría a ganar el Premio Pulitzer con Uno de los nuestros. Admirada por autores tan disímiles como Capote o William Faulkner, murió en Nueva York en 1947.
En la década del 2000, la editorial española Alba comenzó a reeditar su obra en su colección de clásicos: Mi Antonia, Pioneros, Mi enemigo mortal, Una dama extraviada, Los libros de cuentos y los ensayos de Para mayores de cuarenta. En los últimos años, algunos de los sellos independientes ibéricos más distinguidos como Nórdica o Impedimenta, continuaron esa labor: Uno de los nuestros, Sapphira y la joven esclava. Ahora, Ediciones Cátedra acaba de completar su canonización con La casa del profesor en una bella edición crítica.
Pero por estas latitudes, nadie parece haber tenido la intención de leer, traducir, ni mucho menos editar algo de la profusa obra de Cather. Las razones siguen siendo misteriosas. Es por eso que deberemos esperar al próximo viaje, o a la prometida (y discutida, a veces por estos mismos editores distraídos) apertura de la importación de libros extranjeros, para tener la oportunidad de volver a leerla.