Washington y la Argentina, una relación en su hora cero
La Argentina se apresta a elegir presidente y decidir su futuro, una vez más, en horas políticas y económicas dramáticas. Quien asuma la máxima responsabilidad el 10 de diciembre tendrá inmediatamente desafíos mayúsculos, con una economía trepidante y una sociedad desesperada e impaciente. En un mundo alterado, complejo y en permanente cambio, hay una certeza: la relación con Estados Unidos es y será clave.
El primer año del nuevo presidente argentino será el año final de la presidencia de Biden. La Argentina está por cerrar su ciclo electoral; el ciclo electoral norteamericano ya comenzó y en enero y febrero próximo arrancarán las primarias y caucus de ambos partidos; en julio y agosto se llevarán a cabo las convenciones nacionales demócrata y republicana; luego vendrán los debates presidenciales y el 5 de noviembre de 2024 serán las elecciones. El nuevo presidente asumirá en Washington en enero de 2025. Si Biden es reelegido, entonces los últimos tres años de mandato del presidente argentino serían también coetáneos de la segunda administración Biden. Si Trump (hoy el precandidato que va delante de las encuestas en el Grand Old Party), u otro candidato republicano ganan las elecciones, entonces los tres últimos años del presidente argentino serán correlativos con una Casa Blanca de signo ideológico distinto del actual.
A trazos gruesos, podemos considerar la relación bilateral asimétrica entre la Argentina y Estados Unidos en dos planos. El primero, institucional, y en este 2023 se está cumpliendo el bicentenario de relaciones diplomáticas oficiales. El segundo, las afinidades políticas personales entre los líderes y los vasos comunicantes de la política y la ideología. A su vez, temáticamente, dos son áreas prioritarias: La estratégica y la económica. Para Estados Unidos, el estratégico es el aspecto más importante de la relación con Argentina. Para la Argentina, el económico es, por lejos, el tema esencial.
El próximo gobierno necesitará, como desde hace décadas, por los errores económicos domésticos, de un elevado grado de apoyo de Estados Unidos: su respuesta puede ser indiferencia, veto o ayuda. La precariedad de la situación requiere generar previsibilidad, decisiones que como mínimo no agraven la realidad y contribuyan a reequilibrar variables disparadas. Pero no es solo un tema de deuda. El objetivo obvio es que transformemos virtuosamente esta relación con el FMI en una parte de la solución estructural y no de un problema recurrente, y que eventualmente un día no necesitemos de muletas para caminar o peor, para no caernos irremediablemente.
En esta geopolítica mundial crecientemente problemática no hay pólizas de seguro. Recrear un sistema de control y defensa es un proceso lento y no se puede hacer improvisadamente o en una emergencia de seguridad. De allí que la mitigación de la importante pérdida de control de la Argentina sobre sí misma esté íntimamente relacionada con los temas económicos y estratégicos globales. Así como ha “quebrado” el Banco Central de la Argentina (hemos normalizado la aberración de tener reservas negativas desde hace rato), otro pilar básico del Estado está erosionado, como es nuestra defensa fijada en nuestra Constitución nacional y el control efectivo de nuestro enorme territorio (el octavo país más grande del mundo por superficie), el vasto mar y el todo espacio aéreo. Por demasiadas décadas se ha permitido el deterioro hasta casi el desmantelamiento. Esta realidad ya no se puede compensar con el esfuerzo y profesionalismo de quienes han tenido la vocación militar, y eventos dramáticos como la pérdida de los 44 compatriotas del submarino ARA San Juan revelan los medios escasos y de desguace que quedan milagrosamente en pie. La firma para adquirir por un módico monto aviones de exploración marítima dados de baja en Noruega es un pequeño pero importante paso adelante. El modesto Fondo Nacional para la Defensa (Fondef), trabajosamente aprobado en el Congreso, fue un paso adelante. Será muy difícil mejorar capacidad de control y seguridad de lo que es nuestro hasta que no recuperemos un mínimo dominio de las variables económicas, estable y permanentemente. Debemos apuntar a desarrollar concretamente un régimen de financiamiento sostenido e intertemporal de nuestro control y defensa, basado en un presupuesto plurianual saneado y quizás en un régimen nuevo, un Fondef 2.0 atado a nuevas exportaciones que generen esas divisas indispensables.
Washington crecientemente observa con aprehensión la intensificación de las relaciones con China en las últimas dos décadas, principal pero no excluyentemente económicas, y ha decidido facilitar activamente la articulación de una oferta viable de cazas supersónicos F16 en manos danesas a la Argentina, aún con la guerra entre Rusia y Ucrania tan cercana a Dinamarca. Esto, para evitar que Argentina no tenga opciones para decidir, y sin alternativas alguna autoridad acepte la delicada oferta de los JF17 de China, ante una virtual exclusión de occidente por costos o por el simple y desproporcionado veto inglés. Pero en un escenario de mayor tensión, puede suceder que no solo ambas superpotencias traten de dar forma a la estructura de opciones que tenemos, sino que directamente elijan por nosotros. Por ejemplo, que alguien vea una oportunidad y se tiente en imponernos una opción para autorizar un nuevo swap de yuanes o un nuevo préstamo del FMI. Por ello lo que hagamos con nuestra debilidad es clave, no hay más tiempo para improvisar.
A lo Vargas Llosa nos preguntamos recurrentemente, quizá con otras palabras, cuándo se jodió la Argentina. Y hay varias respuestas plausibles a esta pregunta clave. Es que, más allá de la grave crisis actual, esta es la enésima crisis. O la misma crisis. Y el tema estructural que las une a todas es la decadencia. ¡Imagínense, por un momento, qué distinto es ser o haber sido en nuestras vidas ciudadanos de un país que está en decadencia, que cada semana nos da una tristeza y que cada año nos da un poco más de vergüenza, que ser ciudadanos de un país que va siempre para adelante, que cada semana nos da una alegría y que cada año nos genera un poco más de orgullo!
Y, como siempre, ese interrogante y esa demanda de soluciones inevitablemente han estado presentes en esta campaña política. Debemos recordar siempre que a la política argentina la sociedad exige, explícita o implícitamente, no solo satisfacer las demandas normales de cualquier país (alimento, seguridad, salud, educación, un techo), sino la tarea de terminar con esta pesadilla de que la Argentina “no esté donde tiene que estar”. Esta es la “normalidad” que todavía exige a la dirigencia una parte importante de la sociedad argentina, más allá de lo que es normal en el resto del mundo. La historia va hacia adelante y no vuelve atrás, no hay restauración posible y la tarea, el proyecto común, debería ser imaginar y crear progresivamente, en un mundo y un tiempo muy diferente, una Argentina de la que cada día todos tengamos razones objetivas para sentirnos un poco más orgullosos. El implacable presente económico parece no dar pausa para una evaluación sosegada y profunda de este último período político, de estos cuarenta años de democracia y de lo que hemos hecho o no, los argentinos. De lo logrado, de lo que se intentó y lo que fracasó y de proponer un camino inteligente y meditado sobre cómo avanzar hacia un destino que está en nuestras manos y no está escrito.
Doctor en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas, Georgetown University