Washington no debe buscar una Pax Americana
PARIS
Es posible ser optimistas, aunque cautos, respecto de las perjudiciales consecuencias que la humillante derrota del régimen taliban tendrá para el prestigio y la influencia del movimiento fundamentalista islámico en todo el mundo musulmán.
Los secuaces de Osama ben Laden lograron arrasar las Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, y atacar el Pentágono, pero en Afganistán, donde realmente cuenta, la derrota y fuga desordenada de los talibanes, sus aliados, y sus protectores, fue aclamada jubilosamente por el pueblo. Ni siquiera los grupos pashtún de los talibanes están dispuestos a luchar por ellos, o por Osama ben Laden.
Con vistas al futuro, la cuestión importante es qué significará esta victoria para los Estados Unidos que, en contraste con los fundamentalistas de cualquier ralea, tienen poder global y se creen poseedores de un destino global.
Se trata de una cuestión importante porque incluso antes del 11 de septiembre último, un significativo debate norteamericano se había planteado entre aquellos que consideran que los Estados Unidos, en la cúspide de su poder, deberían imponer lo que esperan que se convierta en una Pax Americana, y otros norteamericanos que piensan que semejante empresa sería excesiva, temeraria y peligrosa. Los segundos a menudo son criticados y calificados de liberales, remisos a utilizar el poder, pero en realidad son profundamente conservadores.
Existe una diferencia sustancial entre los norteamericanos denominados neoconservadores, en ascenso en el actual gobierno, y los conservadores según los define el diccionario, dispuestos a "preservar lo establecido; contrarios al cambio... partidarios de principios sólidos". Estos últimos por definición no creen en políticas exteriores tendientes a concebir vastos cambios en la comunidad internacional.
Los neoconservadores tienen sí un programa para lo que describen como la "Fase Dos" de la guerra contra el terrorismo. Sus candidatos nacionales para ser derrocados son los actuales gobiernos de Irán, Irak, Arabia Saudita, Somalia, Libia, y Sudán.
El gobierno de Bush, en realidad, ha sido notablemente moderado, habida cuenta de la presión que ejercen esos individuos dentro de sus propias filas, así como lo que debería llamarse el Partido Bélico tanto de la prensa como del Congreso.
En parte esto surge a partir de la falta de realismo de esas recomendaciones. Figuras secundarias del gobierno, como Douglas J. Feith, subsecretario de Defensa para Asuntos Políticos, recomendó que los Estados Unidos combatieran el terrorismo "al por mayor", "obligando" a aquellos que no satisfagan voluntariamente las demandas norteamericanas respecto de las complicidades terroristas.
Antes de que los talibanes tomaran el poder, los jefes guerreros de entonces habían sembrado en Afganistán 20 años de muerte y caos, y ahora les dicen a las Naciones Unidas, a las tropas extranjeras, a los periodistas extranjeros y a los grupos internacionales de asistencia humanitaria que se vayan de su país, que no los quieren allí. Si los jefes guerreros se salen con la suya, es muy posible que los talibanes estén pronto de regreso. La última condición de ese país podría, sin embargo, demostrar que es peor que la primera. Y lo que nos falta es que Irak, Arabia Saudita, Irán, Somalia, Libia, y Sudán se hallen en similar condición.
El éxito de los Estados Unidos en Afganistán incentiva la ambición de intensificar las acciones bélicas, alimentando la ilusión de que hay una derrota final que debe ser infligida a las fuerzas del mal, con un feliz desenlace para siempre.
En cambio, lo que se necesita es bajar la intensidad de esas acciones. Y se necesita por otro motivo realista: preservar la salud de la sociedad norteamericana.
La guerra contra el mal, desde el 11 de septiembre último, dio a los Estados Unidos la posibilidad de eliminar, en efecto, el hábeas corpus en el caso de extranjeros que residan ilegalmente en el país. Y parece a punto de darles tribunales militares de excepción, a través de los cuales los Estados Unidos unilateralmente se arrogan el derecho de detener a cualquier persona que no sea norteamericana en cualquier lugar, procesarla ante jueces militares norteamericanos y, si es condenada, ejecutarla.
La guerra contra el terrorismo ha generado además una censura oficial sin precedente, con un consentimiento igualmente sin precedente y virtualmente incondicional de parte de periodistas y empresas periodísticas habitualmente celosas de su posición avalada constitucionalmente como el Cuarto Poder de la nación.
No obstante, no habrá una Pax Americana. La razón es que el pueblo norteamericano no es imperialista, no se imagina imperialista, y no tiene la crueldad para imponer y mantener un imperio.
(Traducción de Luis H. Pressenda)
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