Votar en blanco no necesariamente favorece a un candidato en particular
Si los estudios existentes no sugieren una ventaja decisiva a favor de Sergio Massa, ¿por qué se insiste en el argumento de que el voto nulo, o ausentarse, lo beneficiaría?
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La Argentina entra en el tramo final de este eterno año electoral: en apenas 15 días tendremos el segundo balotaje en elecciones presidenciales de nuestra convulsionada historia. El único antecedente corresponde al que dirimieron Mauricio Macri y Daniel Scioli en 2015. En rigor, debió haber habido dos previos: entre Carlos Menem y Néstor Kirchner en 2003 y entre Héctor Cámpora y Ricardo Balbín 30 años antes. Menem prefirió desistir de la contienda para evitar una derrota potencialmente humillante. En el caso de la elección que abrió el inestable y violento proceso político que derivó en el golpe de Estado de 1976 ocurrió algo similar a los recientes comicios en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Balbín resignó su derecho a competir debido a que la fórmula del Frejuli había quedado apenas a medio punto de alcanzar el umbral mínimo requerido del 50%. Vale decir, el mismo que impera en todos los sistemas políticos en los que existe el balotaje (ya sea a nivel nacional, provincial o municipal) menos el consagrado por la Constitución de 1994, que curiosamente lo fija en 45%.
Desde la noche del 22 de octubre viene ganando espacio una corriente de opinión que considera que votar en blanco, impugnar el sufragio o ausentarse implica favorecer a Sergio Massa. El razonamiento parte de un supuesto por lo menos cuestionable, si no falso, y es que los votos que no acompañaron al candidato de UP en las elecciones pasadas tampoco lo harían en la próxima. Si eso fuera cierto, cualquier voto no afirmativo, en la medida en que no se computa en el cálculo final, perjudicaría a Milei, beneficiando directamente a Massa. Sin embargo, la hipótesis es muy endeble: existe un consenso en el sentido de que solo una fracción de los que optaron por otros candidatos se inclinaría por la fórmula de LLA. El resto podría votar por UP o bien optar por algunas de las alternativas antes descriptas que, en la práctica, no tienen impacto en el resultado final. Si ocurre lo primero debido a la sanción social por mantenerse neutral, se daría una gran paradoja: toda la presión existente para beneficiar a Milei tendría el efecto opuesto.
Otro aspecto interesante y controversial de esta polémica es la presunción de que, como Massa obtuvo 6 puntos de diferencia en la primera vuelta, esa ventaja se mantiene inalterable y que, en consecuencia, no votar por Milei implica apoyar al candidato oficialista. ¿Quién puede a ciencia cierta asegurar que eso es así? ¿Acaso Massa tiene un liderazgo comprobable y certero en la carrera por el balotaje? A esta altura, está demostrado que los sondeos de opinión pública pueden ser muy útiles y hasta imprescindibles para comprender los más diversos aspectos de la realidad política, económica, social y cultural de un país, provincia, municipio, barrio, organización, etcétera, e incluso pueden contribuir a tomar algunas decisiones con fundamentos más certeros. Sin embargo, resultan un instrumento muy poco eficaz, si no inútil, si se pretende predecir el resultado de una elección. Esto no solo ocurre en la Argentina: se trata de un problema generalizado. Es probable que con el tiempo se desarrollen metodologías superadoras que nos vuelvan a permitir una comprensión más completa de las preferencias ciudadanas, su evolución a lo largo de una campaña, los eventuales cambios que puedan sucederse y su impacto en la decisión de voto. Debemos ser por lo tanto cautelosos con los sondeos realizados para definir cuál es el candidato más competitivo de cara al próximo 19 de noviembre.
Dicho esto, se conocieron varios estudios cuyos resultados sugieren una situación de paridad considerando el margen de error de las muestras: si es de +/- 3%, lo cual es bastante habitual, es imposible determinar con precisión quién encabeza la carrera presidencial si la diferencia entre los contrincantes no es de por lo menos 6%. Existen instrumentos para refinar este cálculo, pero queda una cuota no menor de incertidumbre que no siempre es bien interpretada debido a la ansiedad y el frenesí que caracterizan estas competencias. Más: muchos comentaristas hacen largas disquisiciones analíticas a partir de brechas muy acotadas, de 1 a 3 puntos, que serían determinantes si se tratara del resultado de una elección, pero resultan irrelevantes cuando surgen de un sondeo aun cuando contemple un error muestral inusualmente exiguo (2%). Si los estudios existentes no sugieren una ventaja decisiva a favor de Massa, ¿por qué se insiste en el argumento de que votar en blanco, impugnar el voto o ausentarse lo favorecería? Si la elección estuviera empatada y el ciudadano que decidiera no votar o impugnar es un “indeciso puro” (50% de chances de optar por cualquiera de los contendientes), el resultado sería neutro. Pero si Milei liderase y ese ciudadano tuviese una muy leve inclinación a votar por Massa (digamos, 51 a 49%), al líder libertario le convendría que, por las dudas, no concurriera o que su voto no fuera afirmativo.
Existe una percepción extendida, pero no por eso verdadera, de que Massa atraviesa su momentum luego del sorpresivo resultado de la primera vuelta. Se lo nota confiado, concentrado en su tarea, evitando errores no forzados y tratando de resolver problemas complicados, como la escasez de combustibles, minimizando los costos electorales y poniendo el énfasis en su atributo de gestor eficaz que no les saca el pecho a las balas. Del otro lado, Milei perdió presencia mediática, retomando la táctica que tanto rédito le había dado antes de las PASO. Debe reorganizar su campaña controlando las resistencias internas que genera su pacto con Macri y calibrando una narrativa que le permita ganar audiencias sin comprometer el apoyo del sólido piso del 30% que lo votó en dos oportunidades. También debe velar para que sus voceros eviten los desatinos que tanto perjudicaron antes del 22 de octubre. Estos climas son confusos y limitados a determinados sectores de la sociedad, y de ningún modo implican que Massa haya sacado una ventaja sustancial. De hecho, las conclusiones preliminares de un estudio reciente de D’Alessio/IROL-Berensztein alimentan la hipótesis de que dicha percepción no se convalida en los hechos: mientras que una leve mayoría querría que gane Milei, el resultado se invierte con contundencia cuando la pregunta es quién cree que va a ganar la elección.
El constitucionalista Félix Lonigro acaba de publicar una persuasiva columna argumentando que los votos en blanco o impugnados no son válidos legalmente (https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-voto-en-blanco-no-es-un-voto-valido-nid31102023/). Pero podrían tener un fuerte impacto político si el porcentaje total fuera muy significativo, al menos restándole legitimidad de origen a quien resulte ganador. Recordemos el caso del denominado “voto bronca” de 2001, ya sobre el final de la administración de la Alianza. En Uruguay, si más del 50% del padrón vota en blanco se anula la elección. En la Argentina, esto solo sirve para que la sociedad exprese su rechazo a la oferta electoral.
Para nosotros, votar es un derecho y una obligación. Desde lo formal, quienes no lo hagan deberán afrontar una sanción (leve, pero sanción al fin). Desde el punto de vista del juego democrático, el voto en blanco o anulado es otra de las alternativas que tienen los ciudadanos para expresar sus opiniones y deben tener libertad para comportarse de la manera que consideren oportuna en términos de reflejar sus valores, ideas y preferencias.