Votar educación
“La educación no es solo un derecho humano fundamental sino también un deber para todos los ciudadanos responsables de una sociedad justa y libre” (Bertrand Russell).
Comienzan las clases en la Argentina y hay cinco datos dolorosos sobre el estado de situación de la educación nacional que, especialmente en un año electoral, nos deben llamar a la acción:
1) En primaria: el 86,8% de estudiantes de sexto grado no alcanza el nivel mínimo de competencias en matemática y el 68,1% no lo hace en lectura (Prueba de la Unesco, ERCE2019).
2) En secundaria: un 50% de estudiantes no logra terminar sus estudios obligatorios en tiempo y forma; los resultados de aprendizaje muestran que un 70% de los que llegan al último año no puede realizar un ejercicio simple de matemática (MEN, 2020b) y un 50% de los adolescentes (15 años de edad) no comprende lo que lee (PISA 2000/2018).
3) Retroceso: la Argentina retrocede en los resultados de los exámenes internacionales y nacionales de educación. En primaria, los resultados 2019 fueron peores que todos los resultados previos de Unesco 2006 y 2013; en secundaria, hace casi dos décadas que nuestro desempeño está estancado en las pruebas internacionales PISA, mientras que sí progresan varios países vecinos como Chile, Brasil, Uruguay, Perú y México (“Aprendizaje bajo, desigual y estancado” Educar 2050) y los resultados nacionales de las pruebas Aprender (tanto de secundaria 2019 como primaria 2021) muestran un retroceso respecto los resultados de los años anteriores.
4) Incumplimiento: la Ley de Educación Nacional 26206 -y otras leyes educativas vigentes- tiene muchas de sus disposiciones que no se cumplen pese a haber transcurrido ya 16 años de su sanción. La anomia que citó Durkeheim, y cuyos efectos fueron bien explicados por Carlos Nino para nuestro país, se hace presente en la educación argentina y en normas importantes vinculadas con la promoción de la igualdad y calidad educativa, las que regulan la cantidad mínima de días de clase o el alcance de la jornada extendida o la garantía del salario docente o el financiamiento e inversión (no menos del 6% del PBI) son solo un texto sin garantía de obediencia.
5) Pobreza: dos de cada tres niñas y niños y adolescentes en la Argentina son pobres o están privados de derechos básicos, según el último informe de Unicef Argentina, dado a conocer este mes.
Estos cinco datos muestran una realidad que, pese a enormes esfuerzos públicos y privados, hay que reconocer y enfrentar. Por supuesto que hay experiencias de docentes y estudiantes para aplaudir y también algunas noticias importantes que debemos destacar (como es el aumento en las últimas décadas de la matrícula en el nivel inicial y en el secundario y una continuidad en las evaluaciones e información que, aun con asignaturas pendientes, van consolidando el sistema), pero el estado de situación general del aprendizaje en la Argentina es muy preocupante.
Se abren frente a este desafío muchas preguntas que debemos formularnos, pero hay dos que aparecen como prioritarias: ¿qué supone este estado de situación? y ¿qué podemos hacer para mejorar? Es claro, por un lado, que los datos indican que estamos fracasando en la formación del futuro de nuestra Nación: la mayoría de los estudiantes no alcanza los niveles mínimos de competencias, no cumple su trayectoria escolar obligatoria y no alcanza los fines definidos en la ley. ¿Qué significa esto? Que la escuela no logra habilitar a millones y millones de adolescentes y jóvenes para el ejercicio pleno de la ciudadanía, para poder realizar un trabajo ni tampoco para la continuación de sus estudios. Esto supone un fuerte impacto en la calidad de la democracia de nuestro país, de su economía y en la propia calidad de vida de los estudiantes: menos jóvenes preparados para su desarrollo personal y el de la República.
La educación por sí sola no va a desterrar los índices de pobreza, cuyos datos nos castigan desde hace 40 años, pero sin ella será imposible lograrlo. Las y los docentes, las madres y los padres, la tecnología y, por supuesto, los estudiantes son imprescindibles para lograr un cambio pero, fundamentalmente, la responsabilidad es del Estado, de los políticos y de toda la sociedad. Y en este último punto arribamos a la cuestión central para dar respuesta a qué podemos hacer para mejorar la enseñanza y el aprendizaje en la Argentina. Se trata de tomar conciencia al votar, que nuestro voto sea también un reclamo, un grito desesperado por temas centrales que hacen al futuro de nuestros niños, niñas y jóvenes. Por eso es un deber votar por la educación y, al decidir el sufragio, poner la atención en la propuesta educativa de los candidatos: que esa propuesta muestre en detalle las medidas a adoptar, la inversión necesaria, los tiempos, el seguimiento y el compromiso con la mejora. Esto implica entender que sin reclamo social que coloque el tema Educación como absoluta prioridad los políticos no lo mirarán como una cuestión atendible y solo le dedicarán frases y un barniz superficial de pintura a una cuestión estructural y de cimientos.
Votar educación debe ser un lema. Diferencia el voto del individuo con el voto del ciudadano. Hacerlo es un deber moral. No es posible que los niños, niñas y jóvenes en nuestra patria, en un sistema de 14 años de educación obligatoria, no alcancen las competencias mínimas. Basta ya. Votar educación es exigir que esta se convierta en prioridad absoluta.
Presidente www.educar2050.org.ar