Volver de vacaciones
¿Y si me vengo a vivir acá?, pensás acostado en la reposera, después de darte un baño de mar. La idea te entusiasma. ¿Por qué no? Sería un cambio de vida. ¿Cuántas personas conocés que lo hicieron y les fue bien? Hacés cuentas, te preguntás qué harías con tu departamento, el auto. ¿De qué vivirías? Podrías abrir un bar, un restaurante, vender algo. Después te olvidás, dormís una siesta, te despertás, volvés a meterte al mar hasta que a la tarde, camino al hotel, te das cuenta de que al lado de la farmacia hay una inmobiliaria que nunca antes habías visto. Te detenés. Mirás las fotos de las propiedades y volvés a calcular. Con el alquiler de tu casa podrías alquilar algo ahí o venderlo todo e invertir. Lo pensás mientras caminás hasta el hotel. Cuando llegás pedís una cerveza helada y le preguntás al recepcionista de dónde es, hace cuánto tiempo que vive allí, cuántas horas trabaja por día, si le gusta lo que hace. Los días siguientes hacés lo mismo con la camarera del restaurante, con el argentino que vende empanadas en la playa, con el taxista, con el dueño del local de remeras. Al escuchar sus historias de vida te das cuenta de que no es tan difícil: solo es cuestión de animarse.
Te imaginás de local viviendo en una casa cerca del mar, criando a tus hijos rodeados de toda esa naturaleza, con una rutina que nunca dependerá del tráfico o de los paros de transporte sino que, como ahora, dependerán del nivel de la marea o si hay luna llena, mucho viento o si llueve.
Por la noche, y todas las noches que seguirán, en vez de leer el diario online, te quedás dormido googleando si en el pueblo donde estás ya existe algún restaurante de sushi con delivery, si hay cervecerías artesanales, dietéticas, laverap, locutorios, vinerías.
Así pasa la semana, hasta que te vas. Cuando llegás a tu casa, sacás la ropa de la valija, separás los regalos, te juntas a comer con tus amigos. Volvés a trabajar y de a poco dejás de pensar en irte. Es demasiado complicado. ¿Y si te va mal y querés volver? Vas a tener que buscar otro trabajo, otro departamento. Mejor esperar un poco. Acá no estás tan mal, te decís, mientras subís al subte y empezás a leer el diario por el celular.