Volver a empezar: la reinvención pragmática del cristinismo
En los últimos dos meses pasamos sin escalas de la saturación total del espacio mediático a un silencio de radio casi absoluto. No queda claro si el kirchnerismo ignora la moderación o si la desprecia, pero en ambos casos el resultado es más o menos el mismo: el kirchnerismo nunca es moderado. O por lo menos hasta ahora nunca lo fue. ¿Es posible que eso cambie en adelante?
La enfermedad y la derrota trajeron consigo novedades que todavía estamos procesando. Por ejemplo, ahora que la Presidenta volvió y se nos presenta en pequeñas dosis homeopáticas, una pregunta posible –y que aún no tiene respuesta– es cuánto tiempo durará semejante moderación. O, dicho de otro modo, si ya no puede recurrir a la saturación mediática por razones médicas, de qué manera Cristina Kirchner sostendrá de ahora en más la batalla por el relato, cuya simulación se vuelve más crucial que nunca si pretende legar a la historia la versión de que la suya fue una década ganada (la cruel paradoja es que en el mes largo en que no se la vio, la Presidenta mejoró sus índices de aprobación, y no necesariamente por la empatía natural que produce toda enfermedad).
Hay otras preguntas que antes no había. Por ejemplo, si más allá de esta simulación útil para alimentar el fervor de la tribuna kirchnerista hay en el Gobierno una lectura realista de la derrota y de las responsabilidades de esa derrota, que la enfermedad puede haber disimulado, pero que no borró. Es decir, si los gestos para la militancia seguirán marcando las prioridades de la agenda presidencial o si la prioridad será ahora la gestión real, capaz de generar soluciones reales y no construcciones mediáticas para aparentar esas soluciones. Los guiños a derecha e izquierda que se hicieron desde el Gobierno en los últimos días y semanas pueden resultar confusos, pero tienen su razón de ser. Y quizá encierren algunas respuestas.
El énfasis de Cristina Kirchner en lo gestual no varió. Variaron tal vez los objetivos que busca alcanzar con sus gestos. Con un perro venezolano, un pingüino de peluche y un ramo de rosas nos dijo sin palabras que volvió fiel a sí misma, y que no traicionará los enunciados centrales de su propio relato. Abrazó un día después a la juventud militante en la Casa Rosada, rodeándose y dotándose de la apariencia de un futuro justo cuando más dudas generaba la proyección futura del kirchnerismo. Y matizó el luto con toques de un blanco que remite, quizá, al blanco de su primera asunción presidencial, es decir, a la idea de un nuevo comienzo.
En su regreso, la Presidenta hace equilibrio sobre una compleja ecuación simbólica: es la misma de siempre, pero al mismo tiempo vuelve a empezar. No parece una mala estrategia: a los suyos les da, como siempre, aquello que quieren recibir, y logra un beneficio adicional.
Si lo que pretende tras la derrota y la enfermedad es dejar todo eso rápidamente en el pasado, nada como huir hacia adelante: los principios son expectativa en estado puro, sin historia ni memoria y con todo por hacer. No extraña, por lo tanto, que sus funcionarios –no ella– puedan ahora, sin pudor, contradecir en los hechos (y la enumeración suma elementos a diario) argumentos que hasta hace muy poco eran insumos básicos del relato. Así es la reinvención pragmática del cristinismo.
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