Vocero: el que se calienta pierde
La figura del vocero o portavoz suele ser muy importante en la estructura de una organización, dado que es el encargado de ser el enlace que permite optimizar la comunicación entre esa institución o gobierno, los medios tradicionales y el universo social media.
La palabra “suele” no está incluida al azar dentro del párrafo anterior, sino que por el contrario deja planteado el hecho de que en muchas ocasiones se da que esa figura no es especialmente relevante o lo que es peor, nociva para el puente comunicacional con la sociedad.
Es imprescindible no perder de vista que cuando ese representante hable, en todo momento será la voz oficial de esa institución o administración, y tratándose de un vocero presidencial, este escenario se torna aún más esencial.
El portavoz de un organismo debe transmitir con claridad y precisión los mensajes de acuerdo con los objetivos planteados, de forma que lleguen con la menor interferencia a los diferentes públicos y nunca debe olvidar que no hablará como un libre pensador, sino que en cada palabra que emita estará presente la identidad, los valores y el espíritu de la entidad de la cual es vocero.
Si bien existen antecedentes, no es tan común en la tradición política argentina. la figura de un vocero formal, activo y permanente y muchas veces quien ha ejercido ese rol ha sido un funcionario de alto rango o el propio circunstancial jefe de Estado. Es así que ocuparon ese lugar ministros de Interior, secretarios de Información Pública y jefes de Gabinete que oficiaron de voceros de sus respectivas administraciones; incluso tuvimos la figura inusual de un “vocero mudo” durante el gobierno de Néstor Kirchner, Miguel Núñez, al que prácticamente ningún ciudadano escuchó su voz.
Si pensamos en ejemplos positivos, es imposible no echar mano al nombre de quien fuera vocero del expresidente Raúl Alfonsín, José Ignacio López, un verdadero ejemplo de como tiene que actuar un portavoz presidencial.
Por eso, el reciente proceder de la vocera presidencial, Gabriela Cerruti, pone en duda, a pesar de su experiencia como periodista, su idoneidad para ocupar un puesto en el que muchas veces hay que hacer un verdadero equilibrio en escenarios inestables y conservar la calma, aún en situaciones críticas.
No es sano para la convivencia entre los funcionarios gubernamentales y el periodismo, ni tampoco para los ciudadanos en general, que desde el púlpito, una vocera pretenda dar clase a profesionales de larga data, de cómo se debe trabajar una noticia antes de su publicación y de cómo debe utilizarse el off the record.
Un vocero no debe mentir, tampoco es aconsejable que omita en forma deliberada ciertos datos, pero lo que sí sale de toda lógica es que además, se enoje con la realidad, por más incómoda que esta sea.
Si el kirchnerismo ha sido históricamente lo más parecido a un simulacro, donde el relato siempre suplantó a los hechos, es muy difícil que quien deba encarar el rol de portavoz de ese gobierno no incurra en la fábula facilista, aunque esta esté floja de papeles.
Los hechos han demostrado siempre. que cuando al kirchnerismo, las verdades le estallan en la cara y algo sale mal, indefectiblemente. la culpa siempre es del otro.
Los típicos manuales para voceros sabiamente aconsejan no tomar ciertos hechos y situaciones como si se tratasen de cuestiones personales; el rostro y la voz de un vocero, son la personificación de la institución, compañía o gobierno y las eventuales críticas o preguntas, que no siempre son agradables de responder, inevitablemente irán dirigidas hacia él. En esos momentos, mantener la calma será fundamental para evitar situaciones desagradables y, al mismo tiempo, comunicar con éxito los mensajes clave del ente que represente.
Periodista, profesor y consultor de comunicación