Vivir para haber votado
"Juan Pablo II" es el nombre del colegio que está situado en Patricia y Tongoy, barrio Las Condes, Santiago de Chile. Allí votó el domingo 25, a las 18:10 horas, el sociólogo Claudio Avendaño. Supe de él y su peripecia vital hace unos meses.
El colegio, rodeado de plátanos, bellotos y acacias, es un edificio racional construido a un par de centenares de metros de donde comienza la precordillera. El cielo de las cuatro de la tarde del domingo 25 brilla como si un codo portentoso lo hubiese estado puliendo escrupulosamente para la ocasión. Chile vota la posibilidad de dejar atrás la constitución nacional que legó Augusto Pinochet.
La norma fundamental vigente sufrió diversos cambios, por la vía de leyes constitucionales. El primero en 1989 (54 cambios). Luego, el de 1991 –esencialmente se ocupó de los municipios–; el de 1994 –que redujo la duración del mandato presidencial de 8 a 6 años–; el de 1999 –incorporación de la segunda vuelta presidencial–; el de 2000 –procedimiento de la reforma constitucional–; el de 2001 –terminó con la censura cinematográfica previa–; el de 2013 –gratuidad y obligatoriedad de la educación media–. En el 2005, otra reforma importante –54 cambios, estableciendo un presidencialismo más controlado, fijando parámetros para los Tribunales de Justicia, y disponiendo un mayor control al legislador–. Hubo otras posteriores.
A pesar de los cambios, pesa sobre la constitución de Pinochet el reproche de la falta de legitimidad de origen, la política chilena debe salir "del salón donde se toman las decisiones", que es lo que reclamó el pueblo en sus movimientos, y tienen que modificarse las reglas del juego sobre la distribución del poder y los bienes públicos valiosos para la existencia de toda la sociedad. Esto es, no solo los derechos civiles, las libertades, sino también los sociales, como agua, vivienda, educación. Esos son los reclamos.
La política chilena debe salir "del salón donde se toman las decisiones", que es lo que reclamó el pueblo en sus movimientos, y tienen que modificarse las reglas del juego sobre la distribución del poder y los bienes públicos valiosos para la existencia de toda la sociedad
En mayo de 2018, a los 63 años, el profesor Avendaño tropezó en una calle con empedrado grueso. Luego, al tiempo, comenzó a dolerle la espalda. Después se le hizo difícil levantar las piernas y el tronco del suelo con el vigor habitual. Hasta que un día llegó un dolor punzante en la zona lumbar, junto con cierta dificultad para caminar. A los tres meses del primer tropiezo, una fatiga brutal lo deshizo. Entonces fue a un neurólogo de Viña del Mar que lo diagnosticó: esclerosis lateral amiotrófica, ELA. La enfermedad de Mao, de Charles Mingus, de Fontanarrosa, de Ricardo Piglia, de Stephen Hawking. El médico le dijo que se trataba de una dolencia que auguraba una sobrevida de tres a cinco años.
Las protestas sociales de Chile, que comenzaron en su última fase el 18 de octubre de 2019, las vivió en su cuarto, sobre una cama reclinable y dos almohadas diferentes de las previas, regalando todos los libros de su biblioteca porque ya no puede sostenerlos entre sus manos, y comunicándose a través de un sistema llamado "Tobii", que es un ensamble de aplicaciones de interacción, dispositivos de generación de voz y seguidores oculares para personas con necesidades especiales. Esto es, habla y escribe con los ojos. Dado que la esclerosis lateral amiotrófica va apagando uno a uno los músculos, menos los de los ojos, con ellos y a través de ellos vive. Para los enfermos con ELA, algo vital es que "… necesitamos de la complicidad de otros permanentemente y que nos muevan el cuerpo cada dos horas". Afecto, por sobre todas las cosas.
Lo tiene, porque mientras reflexionaba sobre las causas expresadas por sus compatriotas del estallido chileno –la falta de un horizonte de sentido para grandes mayorías, la necesidad de expandir el Estado, las diferentes clases de violencia que se exteriorizaron en malestar–, el profesor Claudio Avendaño contrajo Covid. Y digo que debe de tener afecto a su alrededor, porque conectado a un ventilador (sus pulmones no trabajan por sí solos), y con una cánula en la tráquea, pudo vencer al virus a puros golpes de amor y de ráfagas oscuras disparadas desde sus ojos negros, heredados del padre. Pero luego, volvió el ELA, y le arrebató la deglución y el habla.
Hoy (por el domingo) fue a votar, al colegio "Juan Pablo II", vivió para votar y vive por haber votado. Ignoro cuál es la razón, pero muchos escritores chilenos describen a Santiago como una ciudad "gris". Seguramente son cuitas como hilos de baba de araña, esas complicidades entre la historia, los habitantes y el aliento fétido de lo que se ha perdido para siempre. A mí, un extranjero, me parece bella, arbolada, plácida (a veces), cauta, pudorosa. Volvía de Las Condes, y miraba las enormes pantallas led que publicitan productos para muy pocos, las personas que iban a votar o volvían de hacerlo, vestidas con ropas sencillas para demasiados, las refriegas entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes, las autopistas urbanas y los callejones, y pensaba en el profesor Avendaño, en el milagro de votar. No siempre lo tenemos presente.