Vivir en la sociedad del espectáculo sin fin
La dinámica del consumo proporciona entretenimientos constantes que, en las antípodas del arte, nos desconectan de la vida
En nuestro sistema global, todo aspira a la condición de un espectáculo continuo.
Como la hidra, el personaje mítico del ciclo heroico de Hércules, la sociedad del espectáculo es criatura de muchas cabezas. Puede ser el show de la pobreza ajena; la soledad de los refugiados; algún rescate extraordinario, destinado luego al olvido, como el de los mineros en Chile o el de los niños atrapados en una cueva en Tailandia; o las ciudades esquilmadas en Siria por los ataques aéreos. O el show político de la publicidad electoral para conquistar emociones y eludir los argumentos.
En la lógica de lo espectacular también caben los deportes. Hace tiempo despojados de la camaradería o del mero placer del juego, hoy son el ejemplo del serio espectáculo de la obligación de ganar.
También, la crueldad del ciberbulliying que, cuando se graba y digitaliza, se convierte en espectáculo perverso en el ciberespacio. Como lo que informa The New York Times en un artículo titulado "Anatomía de un linchamiento", que refiere el caso de un contrabandista de vacas en la India. Luego de ser descubierto, el infractor fue linchado. Su tormento, grabado y digitalizado por numerosos smartphones, ahora es un espectáculo del castigo que, en el presente continuo de la dimensión online, se repite sin cesar.
Espectáculo circular del castigo, como lo que muestra Black Mirror, ficción crítica de la cultura presente. En su capítulo "Oso blanco", una convicta es castigada una y otra vez, como parte de un programa de televisión que propone un "espectáculo divertido" interminable.
Todas estas formas de la sociedad del espectáculo son, sin embargo, actualizaciones de procesos que atraviesan la historia.
El ciberbullying goza perversamente con la escenificación pública de la violencia. Lo mismo pasaba con las ejecuciones públicas practicadas ávidamente en la Edad Media, hasta el siglo XVIII. En particular, hasta la ejecución pública, en 1757, del regicida Damiens. Su tormento es recreado famosamente por Michel Foucault en su libro Vigilar y castigar. El cuerpo del condenado tenía que ser "estirado y desmembrado por cuatro caballos", además de sufrir otras flagelaciones indecibles también presentes en la muerte de Tupac Amaru. El célebre cacique indígena, tras su rebelión anticolonial en el Virreinato del Perú en 1781, fue ejecutado en acto público en la Plaza de Armas de Cusco.
En La genealogía de la moral, Friedrich Nietzsche afirma que la crueldad era la más alegre puesta en escena de la humanidad antigua. Lo cruel de la aplicación de la pena era el pilar del espectáculo festivo.
El espectáculo de diversión para dispensar pan y circo, por su parte, fue el centro de la política romana. El emperador renovaba el apoyo popular a través de la lucha de gladiadores, el sacrificio de los mártires cristianos o la recreación, también en los coliseos, de impresionantes batallas navales mediante una ingeniería que permitía la inundación y posterior desagote de la escena.
Un aspecto de la sociedad del espectáculo moderno actúa por un "principio de degradación": lo que primero ocurre como acontecimiento trágico luego se repite como redituable y entretenida puesta en escena. Lo que dimana cierta afinidad con lo que Karl Marx, desde otro punto de vista, afirmó en El 18 brumario: "La historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda, como comedia".
Un ejemplo de este proceso, en las puertas del siglo XX, fue el ingenio y oportunismo de Buffalo Bill, el famoso soldado, explorador, cazador de bisontes y empresario, que repitió el pasado trágico en la forma de un rentable espectáculo. En 1883, creó el espectáculo ambulante Buffallo Bill's Wild West, que recorrió exitosamente Estados Unidos y Europa. La entretenida evocación del Viejo Oeste y de las batallas de otrora entre indios y blancos en las que, ahora como extra y no ya en tanto desafiante guerrero, participaba el mítico Toro Sentado. De lo trágico, al espectáculo de la parodia.
Por el contrario, el cine creado por los hermanos Lumière en 1895 introdujo legítimamente un nuevo y mágico espectáculo, en el contexto de lo que Walter Benjamin llamó la obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica.
El arte, de hecho, abriga niveles creativos positivos del espectáculo. Son espectáculos la belleza o el simbolismo de la imagen pictórica, la representación teatral, la música en la sala de conciertos, el lenguaje cinematográfico cuya narración de historias admite, a veces, la composición poética de los planos.
Pero una parte muy significativa del espectáculo contemporáneo es la pérdida de conexión con la vida misma. Una conciencia crítica de este tenor es la que asoma en el clásico ensayo La sociedad del espectáculo (1967), de Guy Debord. Una de sus tesis principales es que "todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación". Traducido a nuestra cotidianidad, esto significaría que la experiencia directa de la vida hoy es sustituida por su "representación" a través, por ejemplo, del espectáculo de los reality shows o el de las noticias que reducen la tragedia cotidiana a una narrativa entretenida. El espectáculo de la vida, antes que la experiencia real de la vida. Corrientes de imágenes que, por las parafernalias de los medios masivos televisivos y digitales, representan como espectáculo a las personas y la sociedad reales.
Pero una columna central del espectáculo contemporáneo es el show político. En Black Mirror, el capítulo "El momento de Waldo" satiriza al político empeñado en su buena performance como showman. En este proceder, importa más su personalidad seductora y demagógica en un talk show que la fundamentación racional de sus propuestas. Donald Trump sería la encarnación de esa sociedad del show político en red. Con su astucia para el impacto espectacular, en estos días Trump sorprendió a todos con su ocurrencia sin precedente de inaugurar la carrera de autos más popular de Estados Unidos, las quinientas millas de Daytona, símbolo de motores y pasión automovilística, con la famosa limusina presidencial, "La Bestia", al frente de los autos rebosantes de energía mecánica.
Pero si volvemos al pensamiento, La construcción del espectáculo político es la obra pionera de Murray Elman que escudriña la acción política mediática (asociada a lo que en su momento Giovanni Sartori categorizó como Homo videns), que luego devino en lo tecnopolítico. Tecnopolítica que se beneficia por algoritmos que descubren las preferencias potenciales del voto mediante la interpretación del gran volumen de los datos de los usuarios o Big Data; o la tecnopolítica que permitirá "campañas futuristas hologramáticas" como la del candidato francés Jean-Luc Mélenchon en las elecciones presidenciales de su país en 2017. En esa ocasión, por la multiplicación digital de su imagen mediante un holograma, Mélenchon dio un discurso simultáneamente en siete ciudades.
La transformación de la vida misma en espectáculo motivó hace años la ficción de The Truman Show, de Peter Weir. La vida de Truman Burbank, interpretado por Jim Carrey, solo es en tanto continuo reality siempre captado por las cámaras omnipresentes.
El espectáculo enriquece la experiencia cuando se funde con las artes o con las instalaciones digitales, o cuando se trata del primer gran espectáculo para nuestra especie, la contemplación de la naturaleza. Pero presenta un costado inquietante cuando se absolutiza. Es decir, cuando todo es o debe ser espectáculo como entretenimiento de mero consumo, diversión sin lugar para la duda o el cuestionamiento o como simple herramienta de la manipulación política.
La vida cultural se tonifica por los espectáculos. Pero se aleja de la realidad cuando todo, aun el fracaso, la postergación, el engaño y el sufrimiento, solo son usados como bisagras para un gran espectáculo continuo.
Filósofo, escritor, docente, su último libro es La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad (Continente)