Vivir con menos agua. Otro desafío para el mundo
En 2025, dos tercios de la población del planeta puede sufrir la falta de este elemento imprescindible, sinónimo de vida, si los ríos, lagos y acuíferos siguen perdiendo nivel por el cambio climático
Es un tópico de la ciencia ficción: los extraterrestres llegan a la Tierra en busca del más preciado de los recursos que hay aquí y que, por cierto, es escaso en el universo. Como sucede en ocasiones con ese género literario, el mensaje es moralista: cuiden el agua (como el resto de sus recursos naturales) porque es una rareza universal, tanto que hasta vale la pena tomarse la molestia interestelar de llegar al tercer planeta del sistema solar desde quién sabe dónde.
Más allá de la bajada de línea ecologista, razones no les faltan a estos autores. Las diferencias entre el Marte árido y la Tierra vergel de hoy son básicamente dos: la atmósfera y el agua.
Aquí, por ahora, hay mucha agua. Pero la mayor parte de ella es salada y de momento inutilizable (la desalinización es cara, aunque sus costos han bajado mucho y sus detritos también perjudican al ambiente). Entonces, menos del 3% es potable; como el 2% está atrapada en los glaciares, queda menos del 1%.
Sin embargo, ese porcentaje mínimo de agua dulce que -como dicen los expertos- debería alcanzar incluso para un mundo superpoblado y pronto con 9000 millones de seres humanos, es maltratado y a la vez atacado por los desbalances que provoca el cambio climático y otros problemas adyacentes.
Basta un mínimo repaso global para confirmar la gravedad del asunto: reportes de complicaciones en el funcionamiento del canal de Panamá por la baja del 20% en las lluvias de 2019 y el aumento de la evaporación de las reservas de las que se nutre; el Nilo, el río más largo del mundo, que abastece a unas 250 millones de personas, sufre por la escasez de agua (y su desigual distribución), que puede empeorar por el cambio climático hacia 2040 y complicar al 35% de quienes lo utilizan (según un trabajo del Darmouth College de Estados Unidos); en Tailandia, la baja de los ríos es tan grande tras la peor sequía en cuarenta años que el agua de las canillas de Bangkok viene salada y hace peligrar el trabajo de once millones de granjeros.
La lista no es exhaustiva. De hecho, el sitio de consultoría ISciences (www.isciences.com) muestra un mapa con las anomalías respecto del agua (también los excesos), con datos de los últimos tres meses y prospectivas de los siguientes nueve. Marca por ejemplo los déficits para Brasil y Chile, el sudoeste de Estados Unidos, Quebec y Alberta (Canadá), Veracruz (México), Finlandia y los países bálticos, balcánicos e Italia, además de zonas de África, Medio Oriente y resto de Asia.
Sistemas bajo estrés
Más allá de las proyecciones sobre lo que pasará hacia mitad y finales de siglo si la actividad humana continúa como si nada, la emergencia climática y sus efectos sobre el aprovisionamiento de agua es cosa del presente. La organización ecologista World Wildlife Fund (WWF), con sede en Suiza, afirma que más de mil millones de personas carecen de acceso al agua y 2700 millones tienen problemas para hallarla al menos durante un mes al año (por una mezcla de problemas de aguas y saneamientos que llevan a diarreas que matan a dos millones de personas por año: lo climático también es social).
"Muchos de los sistemas de agua que hacen que los ecosistemas florezcan y alimenten a una creciente población humana están bajo estrés. Ríos, lagos y acuíferos se secan o están demasiado contaminados para ser usados. Más de la mitad de los humedales del mundo han desaparecido. La agricultura consume más agua que cualquier otra causa y desperdicia mucho por ineficiencias. El cambio climático altera los patrones del clima y el agua en todo el mundo, lo que causa desabastecimiento y sequía en algunas áreas e inundaciones en otras. A las actuales tasas de consumo, la situación solo podrá empeorar. Hacia 2025, dos tercios de la población del mundo puede sufrir falta de agua. Los ecosistemas sufrirán aún más", dice la WWF.
El Banco Mundial tiene un informe similar, de 2016, titulado "High and Dry" (https://www.worldbank.org/en/topic/water/publication/high-and-dry-climate-change-water-and-the-economy). "La industria y la agricultura necesitan agua, las ciudades y la energía también; cuando el agua escasea, los negocios se acaban y los trabajos desaparecen. La historia muestra que eso lleva a conflictos y a migraciones", se indica en un video de presentación, que de todos modos deja espacio para la esperanza "si se cambia la manera de actuar".
Escasez y exceso
"La escasez del agua (sequía), como el exceso de agua (inundaciones), son los componentes de los desastres hídricos; cuando es duradera, la crisis provoca pérdidas humanas y económicas perjudiciales para el balance político y social de los países víctimas. La escasez del agua es un freno para el desarrollo humano así como para el mantenimiento de la biodiversidad", explicó a este diario Loïc Fauchon, presidente del Consejo Mundial del Agua (WWC, por sus siglas en inglés). Fauchon también calcula en mil millones los habitantes del planeta que no tienen suficiente agua (menos de 100 litros por día de promedio para todo tipo de usos) y más del doble los que sufren los efectos de la diversas poluciones que afectan recursos y ríos.
El desafío -dice- es garantizar el acceso al agua y también asegurar el saneamiento para todos, en todo lugar y en cada momento, lo que significa producir más agua y al mismo tiempo consumir menos. "Por un lado se trata de apoyarse en la tecnología y utilizar la digitalización para desarrollar bombeos, transferencias, almacenamiento, desalinización o reutilización de aguas usadas. Por otro lado, se trata de saber reducir los desperdicios colectivos e individuales, y cambiar nuestros comportamientos para disminuir los consumos en nuestras cocinas, nuestros baños, nuestros jardines, así como en la agricultura y la industria". Por último, Fauchon considera que el problema del agua, tanto por exceso (inundaciones) como por carencia, puede generar tensiones. "Solo una hidrodiplomacia activa y una actuación solidaria para elevar el agua al rango de prioridad política y planetaria permitiría mirar hacia el porvenir con optimismo", dice.
No es el único que mezcla crisis ambiental con crisis social; de hecho, ya hay un sistema de alertas tempranas que relaciona la falta de agua y problemas con las siembras con potenciales levantamientos populares. "Es la primera herramienta de su tipo que considera información ambiental, como precipitaciones y sequías, junto con variables socioeconómicas, para predecir conflictos sociales por el agua", informó recientemente el diario inglés The Guardian; la misma herramienta hoy señala la posibilidad de conflictos de este tipo en Irán, Irak, Mali, Nigeria, India y Pakistán durante este año.
En la Argentina
Sobre el final de 2019, un tema ambiental se convirtió en uno de los principales de la agenda nacional: la intención del flamante gobierno de Mendoza de modificar una ley de 2007, que protegía las aguas, para fomentar la minería. La intensa movilización social en defensa del agua hizo que la nueva norma (que permitía el uso, entre otras sustancias, de cianuro, mercurio y ácido sulfúrico) durara apenas una semana.
"Existe una gran cultura del agua en la provincia", explicó a la prensa uno de los protagonistas de estas protestas. Pero no es solo eso: Mendoza vive desde hace diez años la peor sequía de su historia y las expectativas no son buenas. "Las previsiones del cambio climático para la zona central del país es más lluvias y humedad, y para el lado de la cordillera, donde estamos, todavía menos agua que ahora", dijo a la nacion Mariano Masiokas, investigador del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla/Conicet), que emitió un comunicado en medio de la crisis por la derogación de la ley de aguas en el que llamaba a ser muy cuidadosos con el recurso.
"Los mendocinos no estamos exentos de los desafíos que impone la crisis ambiental planetaria -dice el escrito-. Por la falta de nieve en la cordillera, Mendoza vive la sequía más extendida de los últimos ciento diez años. Desde el invierno del año 2010, nuestra provincia se encuentra en emergencia hídrica [?]. El espejo de agua del Embalse Potrerillos atraviesa su momento más crítico desde que comenzó a operar hace casi dos décadas. Entre el nivel del agua y el límite de cota máximo, cabe un edificio de cinco pisos. Los glaciares provinciales han perdido, en promedio, más de 8 metros de espesor de hielo (es decir, casi la altura de un edificio de tres pisos) durante el período 2009-2017, lo que impacta seriamente en las reservas hídricas estratégicas de nuestra cordillera".
Del otro lado de los Andes también el tema agua es crucial. Chile vive una megasequía en la zona central del país. Que se hayan privatizado los derechos del agua tampoco ayuda y fue uno de los reclamos más fuertes de las manifestaciones populares que jaquearon al gobierno de Sebastián Piñera (cuarta en orden de importancia entre 109 demandas y antes que la reforma de la salud, como señala el geólogo Scott Reynhout en su blog www.scottareynhout.com).
Pilar Moraga, subdirectora del Centro de Derecho Ambiental e investigadora de la Universidad de Chile, contó que un estudio atribuyó el 25% de esa sequía al cambio climático. "A la situación de sequía, que es el contexto biofísico, se suma un sistema de gestión en manos privadas, que reconoce derechos de aguas a privados -sostiene-. Hay escasez hídrica definida por la falta de precipitaciones, pero también escasez que resulta de una perspectiva social vinculada al sistema de gestión. Hay población que está limitada en su acceso al agua potable porque se ha agotado en los acuíferos cercanos. Y luego otros la venden al Estado, que la reparte a las poblaciones que no la tienen a través de camiones aljibe. Es escandaloso que haya un comercio del agua. Resulta un incentivo perverso para agricultores, porque es más rentable venderla al Estado que producir".
No es simplemente que por efecto físico del clima se calentará el agua y se evaporarán cursos de agua (como ya ocurrió con ciertos lagos y ríos): también la biología juega su partido. Lo señala David Wallace-Wells en el libro El planeta inhóspito. Allí ofrece un ejemplo: "En el lago Tai, en China, el florecimiento de bacterias adaptadas al agua más caliente puso en riesgo el agua potable de dos millones de personas". Este es el tipo de retroalimentación, muchas veces inesperada, que pone en juego como cascada la crisis climática: primero cambios físicos, luego cambios biológicos.
Cambio de hábitos
La contaminación también es un factor clave. Basta mirar lo que pasa -lo que sigue pasando- con el Riachuelo, producto sobre todo de las industrias de cuero situadas en el Gran Buenos Aires; o las consecuencias sobre los flujos de agua -acuíferos incluidos- de la agroganadería extensiva en términos de desechos de pesticidas y fertilizantes. El tema es que no será homogénea la falta de agua, como no lo son el cambio climático y sus consecuencias, desigualmente repartidas.
Hacia mediados de la década pasada, Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, tuvo una sequía extraordinaria de tres años. Ante la alarma, el municipio generó un comité de crisis en vista de que llegaría literalmente un día en que ya no saldría nada de las canillas. En tiempo récord, la comunidad redujo a la mitad su consumo promedio de agua. Las lluvias volvieron y de momento pasó lo peor, pero el comité quedó constituido para el futuro. Más cercana, la brasileña San Pablo sufrió una sequía similar y restringió el uso de agua en 2015.
Una iniciativa de este tipo parece algo lejano para los habitantes de la inconcebible ciudad de Buenos Aires, que gastan la cantidad de 550 litros por día por persona, cuando la ONU dice que con 100 debería alcanzar. El Río de la Plata parece un proveedor eterno, pero eso podría cambiar. Como sea, la crisis climática ambiental ha llegado a este punto: no se puede dar por garantizada ni siquiera el agua de la canilla.