Viva el cáncer, paredón y después...
Dicen -dicen sobre todo las señoras paquetas que circulaban por aquella zona, en aquellos días- que el grafiti existió. Que ellas lo vieron. Que cruzaba, como un latigazo, uno de los laterales de la quinta llamada "de los leones", por entonces residencia presidencial. Ahí donde reinó y murió Evita, y donde a una pared le brotó un hongo de doce letras. "¡Viva el cáncer!"
Dicen -dice alguien que se define como "peronista por adopción"- que no vio la inscripción, pero sí el brindis. Que vio cómo en la casa de su abuela, tras la noticia, se abrió un champagne y se brindó. Chin-chin.
Dice -dijo, y sigue diciendo María Elena Walsh en su poema "Eva"- lo que siguió a eso: "Y el amor y el dolor eran de veras, gimiendo en el cordón de la vereda".
Dijo alguien en Facebook: "Fuerza, Presidenta".
Allá, Eva y aquí, Cristina. Comparten el poder, el sexo y un diagnóstico.
Pero allá hubo silencio (la enfermedad de Evita fue secreto de Estado) y aquí palabras. Demasiadas, tal vez. En cuestión de horas, nos hicimos expertos. Punción, carcinoma, neoplasia. Y, de nuevo, la incómoda certeza de estar mirando sólo en blanco y negro. Como antes. Como siempre.
La noche en la que se aprobó la ley antiterrorista, medio país moqueaba ante Piquín y Noelia, finalistas del "Bailando 2011".
La semana en la que la salud presidencial fue tapa también pasaron cosas. Pasó Famatina. Pasó un pueblo alzado contra la minería a cielo abierto y futuro cerrado. Pasó -rapidísimo- la noticia de que Los Sauces S.A. acababa de comprar un piso de 9 millones de pesos en Puerto Madero.
Pasó y siguió pasando tanto más. Pero nada tan hipnótico como un cáncer en la Rosada. Por primera vez, no hubo "relato" ni "sensación de": fue diagnóstico explícito.
Después, el enroque de carcinoma por papiloma y lo previsible: la alegría de unos y el enojo de otros ante el tendencioso manejo de la información médica, primero, y la grosera utilización del tema, después. Pero también lo imprevisible. Lo bestial: muchos, no bien supieron que la Presidenta estaba sana, actuaron como quien pide la devolución de su entrada cuando el final de la película lo defraudó. Puede que la pasión K por revivir el núcleo duro de la mitología peronista tenga bastante que ver en todo esto. No, desde luego que Cristina no es Ella y que el "aguante" frente al Hospital Austral nada tuvo que ver con los rezos empapados del 52. Es más bien aquello de la historia y sus dos versiones: tragedia primero, comedia después.
Como sea, muchos fantasmas supuestamente enterrados siguen aquí. En cincuenta años, en el mismo lugar. La misma crispación, y "para el enemigo, ni justicia", sólo que a la inversa. Después de todo, vivar el cáncer desde un paredón no es tan distinto de protestar por su ausencia. Y es que el universo maniqueo tiene esas cosas: revive a los muertos y mata lo vivo, empezando por aquello que duda, se rebela o pregunta. En el número 43 de sus Caprichos, Goya dibuja a un dormido, soñando espantos. "El sueño de la razón engendra monstruos", anota al pie. La inocultable decepción de algunos frente al cáncer presidencial que no fue recuerda a eso. Nos dice de lo pobre que se ha vuelto todo últimamente. De lo que -tarde o temprano- produce una realidad partida al medio. De lo que engendra vivir convocando fantasmas.