Virtud, amistad y república en Cicerón
La obra de Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43 a.C.) se desarrolló en la Roma dividida por las guerras civiles que traerían la caída de la república, de la que fue su más excelso defensor y teórico, y por la que perdió su vida. Creador del vocabulario filosófico en latín, su perenne legado fue contribuir a la asimilación de la cultura griega clásica y, por esta vía, ejerció decisiva influencia en el humanismo renacentista.
Para Cicerón, la república es lo que pertenece al pueblo, pero pueblo no es un conjunto de hombres reunidos de cualquier modo, sino un conjunto de personas asociadas por un mismo derecho, que sirve a todos por igual, y por una misma concepción del interés común. Aunque analiza las formas de gobierno de Aristóteles –monarquía, aristocracia y democracia–, privilegia la conducta de los políticos y del pueblo por sobre cuál sea el mejor régimen: introduce así la virtud como clave de la política. Cicerón afirma que la república romana se funda en la virtud de sus hombres. Su visión se completa al sostener que la acción tiene la primacía sobre la teoría: “No ha de poseerse la virtud a la manera de un arte cualquiera, sin practicarla. El arte que no se practica puede poseerse como ciencia, pero la virtud consiste en la práctica”. Y agrega que la práctica principal de la virtud es el gobierno de la cosa pública y su completo perfeccionamiento en la realización, no con palabras, sino con obras.
La virtud cívica se vincula con el ideal de la amistad. Cicerón dedica su tratado De la amistad a rechazar un concepto utilitario de la amistad, signado por la conveniencia. Por lo contrario, la define como una espontánea inclinación del alma, pues si aparece el interés se pierde la amistad. Para Cicerón, la amistad nace también de la virtud y solo puede existir entre hombres de bien, que se consideran iguales, son fieles al amigo, se tratan con respeto mutuo y están prestos para aconsejar sin adular: de allí, dirá, que sea difícil encontrar la amistad en el terreno político.
Al compartir la virtud como fundamento, la república y la amistad se complementan. La amistad no se limita a relaciones interpersonales sino que juega un rol fundamental en la república al permitir que se creen redes de lealtad y solidaridad política. En una época signada por traiciones y la lucha despiadada por el poder, Cicerón destaca la virtud de una recta conducta moral en los asuntos públicos como único medio eficaz para superar la decadencia. La amistad entre los hombres establece un ámbito de verdad y confianza que se traslada a la política. Una sociedad hipócrita, de falsas amistades y adulaciones, resulta dañina para la moral pública y se refleja en la pérdida de los valores republicanos.
Según Cicerón, debemos cultivar la virtud para forjar una sociedad que “es el tesoro de todas las cosas que los hombres tienen por dignas de ser deseadas, como la honestidad, la gloria, la tranquilidad del ánimo y la felicidad: de suerte que cuando se poseen estas cosas es dichosa la vida, y sin ellas no lo puede ser”.
Por abandonar la virtud republicana, en Roma se perdió la concordia como forma de vida y el pueblo quedó sometido al arbitrio de emperadores que se creerán semidivinos y, a la postre, la llevarán a la ruina. Entre nosotros, si no somos capaces de recuperar la virtud de la amistad, que incita al diálogo franco, y la virtud de la concordia política, que teje acuerdos de convivencia, en los que el derecho y la justicia se aplican por igual a todos los argentinos, y no nos comprometemos con un ideal común, Cicerón nos enseña que seremos una democracia fallida, abierta a las peores tentaciones políticas.