Violencia y antisemitismo: la literatura como llamado de atención
“Probablemente a aquellas personas que han vivido y prosperado en un sistema social dado les es imposible imaginar el punto de vista de quienes, al no haber esperado nunca nada de ese sistema, contemplan su destrucción sin especial temor”, señala en su fantástica novela Sumisión el polémico escritor francés Michel Houellebecq. El libro, publicado en 2015, es una ficción sobre un escenario político y social que cambia Francia y parte de Europa de la mano de la irrupción masiva del islam, provocado por la creciente ola inmigratoria como de la adopción de sus valores religiosos y morales por parte de nativos europeos.
En Sumisión se presenta un escenario ficticio que sucede en 2020, en vísperas de las elecciones presidenciales de Francia, donde la candidata del Frente Nacional Marine Le Pen parece ser la única opción posible para alcanzar el gobierno. Sin embargo, de cara a las elecciones surge un candidato inesperado: Mohammed Ben Abbes, líder de la hermandad musulmana. Ben Abbes no es ni muy radical, ni muy liberal, pero sí muy carismático y, a pesar de quedar en segundo lugar, Abbes se une al Partido Socialista, el que parece más dispuesto a demostrar que es antirracista que a preocuparse por el laicismo del país (una característica notable de los sectores progresistas del presente) La alianza derrota a Marine Le Pen, y así Francia se convierte en un país musulmán. El patriarcado toma fuerza, las mujeres comienzan a usar velo, se instala la poligamia y la educación, tanto escolar como universitaria, se rige por las doctrinas y valores del Corán. La guerra civil amenaza a Europa y la victoria del islam por sobre todas las otras religiones parece inminente.
Para tener en cuenta, Marine Le Pen, que aparece en la novela, es y fue una candidata real en las elecciones presidenciales francesas y es una política representante de la extrema derecha creciente en países del viejo continente, pero Ben Abbes y su hermandad musulmana no. Es un personaje creado para evidenciar el sentido que propone la novela Sumisión, que de algún modo terminó siendo premonitoria de algunos escenarios políticos que fueron creciendo y se intensificaron en los últimos meses en todo Occidente, incluso adoptaron un protagonismo sorpresivo en las universidades de los Estados Unidos.
Hay un hecho que describe esta casualidad con trazo visionario de Houellebecq. Estaba acordado que presentaría su novela un 7 de enero de 2015, justamente en París, cuando ese día se llevó a cabo el atentado contra Charlie Hebdo, semanario satírico francés. Ese día dos hombres armados con fusiles de asalto y otras armas entraron en las oficinas de la revista disparando y asesinando a doce personas e hiriendo a otros once al grito de “Al·lahu-àkbar” (‘Alá es el más grande’) como venganza por una caricatura que jugaba con la figura de Mahoma. Entre los muertos estaba un amigo íntimo de Michel Houellebecq, que suspendió la presentación y la gira posterior. Acusado de islamofóbico, tuvo que esconderse un tiempo, con la recomendación de las autoridades de seguridad de su país, que temían que su vida se convirtiera en un martirio, como el sufrido por su colega Salman Rushdie, que a partir de la publicación de su libro Los versos satánicos fue considerado blasfemo por los musulmanes, en 1989, y sentenciado a muerte: “Pido a todos los musulmanes que lo ejecuten allí donde lo encuentren”, anunció el ayatolá Ruhollah Jomeini, exlíder supremo de Irán, el 14 de febrero de 1989. Rushdie tuvo que vivir recluido durante 13 años. Por decisión propia abandonó esa condición. La fatwa -en este caso con sentencia de muerte- provocó miles de heridos en todo el mundo y 40 muertos, entre ellos, editores y traductores de Los versos satánicos. En un atentado, ocurrido el 12 de agosto de 2022 en Nueva York, justo antes de que Rushdie diera una conferencia, el autor fue apuñalado en el cuello y perdió un ojo.
¿Por qué vale recordar estas situaciones? Bien, porque nos da una magnitud hacia donde apunta el creciente problema que está impregnando el mundo político, social y, sobre todo, académico, en todo Occidente. Que tomó forma activa, algo poco previsible hace un tiempo para la realidad política pero no para la ficción literaria de escritores como Houellebecq. Las noticias dan cuenta que, desde el ataque de Hamas a Israel del 7 de octubre pasado, cuando al menos 1500 combatientes de Hamas cruzaron la frontera e para atacar a Israel, en un asalto en el que murieron al menos 1200 israelíes, mientras que más de dos centenares de personas, entre ellos mujeres y niños, siguen retenidos como rehenes por el grupo extremista, las acciones de violencia antisemita crecieron en países de Occidente.
La acción defensiva de Israel, en lugar de encontrar una solidaria justificación por parte de algunos sectores progresistas de esta parte del mundo por ser el país atacado y que, como comunidad judía, desde el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial no sufría tantas muertes y terror a pesar de ser un país que vive en conflicto permanente por ser la única democracia en Medio Oriente, se encontró con cientos de protestas en Europa, la mayoría de la mano de las colonias musulmanas. Solo en la semana posterior al ataque de Hamas a Israel, en Alemania, un centro de monitoreo registró 202 incidentes antisemitas relacionados con los ataques de Hamas contra Israel. Entre los casos se encuentran ataques, daños a propiedades, amenazas y comportamiento abusivo. Y esto representa un aumento del 240 % en comparación con el mismo período del año anterior. Hay que sumar las estrellas de David pintadas contra edificios residenciales en Francia, al cementerio judío profanado en Austria o las tiendas y sinagogas judías atacadas en España, donde además se vieron a manifestantes coreando consignas de odio contra los judíos. Como algunos ejemplos aterradores que se dan en Europa a 80 años del Holocausto. Es como si el ataque del 7-10 logró que la barrera social que contenía los brotes antisemitas se levantara permitiendo la actuación de personas que guardaban este odio racial y que esa expresión xenófoba era bien ocultada, pero en realidad nunca dejó de habitar en su interior.
En Estados Unidos las protestas en favor de los palestinos en distintas universidades comenzaron a preocupar al gobierno, y cambiaran la mirada comprensiva que tuvieron en principio las mismas autoridades universitarias. Algunas de las protestas más grandes están ocurriendo en prestigiosos centros de estudio, como la Universidad de Columbia -donde la policía decidió desalojar por la fuerza a un centenar de estudiantes-la de California, la de Texas y la de Harvard, entre otras. En algunas universidades decidieron respetar la libertad de expresión por sobre todo e incluso ofrecieron un lugar en el campus a los manifestantes para que no intercedan en la cotidianeidad académica, especialmente en estas fechas, cuando se realizan los actos de graduación antes de comenzar el verano. Algunas protestas apuntan a impedirlos. Lo curioso es que muchos de los manifestantes adoptaron posiciones antisemitas graves y comportamientos relacionados con el islam, religión que tienen todo el derecho de adoptar, pero no justifica su radicalización violenta y los ataques y “escraches” a estudiantes judíos. En California, se recomienda enfáticamente a los estudiantes judíos no transitar cerca de los espacios donde está la protesta, algo inadmisible desde el punto de vista de la libertad que se pregona en esos claustros. De todos modos, no pudieron evitar los enfrentamientos violentos entre ambos bandos.
Lo que resulta curioso es que muchos de los estudiantes participan libremente de las protestas en defensa de regímenes donde no podrían hacer algo similar. Allí, los derechos de las mujeres están restringidos, los homosexuales son castigados como los peores delincuentes y las minorías religiosas perseguidas hasta su exterminio. Aquellos países en los que se aplica la ley islámica en su forma más estricta y severa, la Sharia, son en los que se presencian las más atroces violaciones a los derechos humanos ya que, en ella, se incluyen castigos muy severos, que van desde las palizas hasta las lapidaciones, pasando por las amputaciones de diferentes partes del cuerpo. Por ejemplo, los integrantes de “Columbia Students for Justice in Palestine” agrupación que motoriza las protestas, no acordarían con estos métodos, por lo que su reclamo se convierte en un acto de protesta exclusivo contra Israel. Es tan delicada la situación que hoy es el tema más debatido en la conversación pública y la política estadounidense.
Argentina tuvo problemas, no tan graves, pero los tuvo en el seno de sus universidades. En la UBA existieron denuncias de estudiantes víctimas de hostilidades en las mesas y en la pegatina de carteles que reclamaban la liberación de los secuestrados por Hamas, donde fueron increpados por otros al grito de “genocidas”. Esto llevó a que se crease la Asociación de Universitarios Judíos, como foro de reclamo y para defenderse del antisemitismo creciente. Y generó una rápida intervención de las autoridades de las facultades donde ocurrieron estos hechos repudiables.
Pero no debemos confundirnos, el problema no es el islam si se practica en paz, como cualquier religión, sino su radicalización violenta, que se hace presente en el antisemitismo creciente, que tampoco es patrimonio exclusivo del mundo islámico. Es un problema de toda la humanidad que tiene deudas pendientes con la historia reciente aún por resolver. Es por eso que es necesario estar alerta con mucha firmeza y equilibrio, sin poner en peligro los valores de libertad y responsabilidad, y comencemos a mirar con preocupación que hoy en Francia y en otros lugares suceden asesinatos por el simple hecho de ser judío, o que en Alemania y en otros lugares se haya vuelto arriesgado ir por las calles con una kipá en la cabeza. Todo esto muestra que la historia sangrienta más cruel del siglo XX quiere hacerse presente, busca su lugar para repetirse y llegará para quedarse si no reaccionamos.
La ficción, en este caso lo hizo Michel Houellebecq, puede ser anticipatoria de una realidad que está por venir. Apoyados en esa premonición literaria, y teniendo en cuenta los incidentes mencionados, sirve advertir que la vida y los derechos humanos deben ser innegociables. Los cambios sociales y culturales suelen darse sin pedir permiso. Son, de algún modo, inevitables, pero sí podemos ser conscientes que no podemos permitir que los mismos lleguen de la mano de la violencia y el terrorismo.