Violencia política: cansados de ofrecer la otra mejilla
Luego del bochornoso incidente de Lago Puelo, donde el Presidente fue víctima de una violenta protesta que culminó con los vidrios rotos del vehículo que lo transportaba junto a su comitiva, aparecieron rápidamente a través de las redes sociales las muestras de solidaridad de parte de las principales figuras de la oposición encabezados por el expresidente Mauricio Macri. Gestos que tuvieron algunas consecuencias en el espacio opositor.
Imaginemos estas señales provenientes de una dirigencia opositora, ante hechos similares, pero analizados en distintos escenarios, leyéndolos de acuerdo con el clima político en el que fueron realizados.
Supongamos que los mismos se produjeran en un país donde la convivencia democrática es plena porque se ajusta al correspondiente debate entre dirigentes y sectores de la sociedad que piensan distinto y conviven en el disenso. Allí pasaría absolutamente inadvertidos, porque serían previsibles. Nadie se asombraría por una formalidad más proveniente de una acostumbrada madurez política.
Un segundo escenario se puede plantear si un hecho semejante sucediera en países donde la tensión por el debate público está cargada de rígida tirantez por parte de una dirigencia que no logra ponerse de acuerdo y no transmite capacidad de diálogo hacia una sociedad que aún no está contaminada por esa rispidez. Allí una actitud solidaria y reprobadora de hechos violentos, de parte de un sector de la dirigencia política, sería bien recibida y celebrada por representar un paso importante en la construcción de puentes necesarios para la vida democrática.
Pero hay un tercer ejemplo, donde la rápida reacción de la oposición para solidarizarse con el presidente apedreado y reprobado por un grupo de manifestantes genera enojo en una parte de la sociedad que se siente representada por ellos, que los vota, que acude a cada marcha opositora y que hasta participaría de una elección interna para definir sus candidatos. Una gran mayoría de ciudadanos que se sienten parte de esa oposición pero que, sin embargo, salieron a reprobar en las redes sociales a sus representantes por hacer lo que cualquier dirigente político, que actúa bajo las reglas de un sistema democrático tiene la obligación de hacer: repudiar la violencia política. Este último es lo que sucedió en Argentina este fin de semana.
Este sector de la sociedad, a quienes estas líneas no buscan justificar sino comprender, se encuentra cansado y enojado con la historia reciente. Al punto que inmediatamente recordaron los hechos de violencia política que tienen al kirchnerismo como protagonista como las recordadas fotos de referentes sociales en Plaza de Mayo salivadas por niños, la quema de muñecos de Mauricio Macri en Quilmes, las fotos de Patricia Bullrich donde se sugería ser buscada “muerta”, la del propio Macri con un disparo en la cabeza exhibida en una universidad pública, la actitud patotera de militantes peronistas en distintos actos políticos, como los sindicalistas que golpearon a jubilados en la Quinta de Olivos en la marcha contra el robo de vacunas, el día que, según el Gobierno “llegaron primero”, y el pedido de quema de libros de Beatriz Sarlo con la censura previa a Primer Tiempo, el libro que esta semana presentará un ex presidente.
Estos son algunos de los hechos que se recordaron en las redes estos días destacando el día de las 15 toneladas de piedras que se arrojaron en el Congreso, que estuvo a punto de ser tomado por la turba, mientras se discutía la reforma del cálculo jubilatorio en diciembre de 2017. No pasó inadvertido el recuerdo del actual canciller, Felipe Solá, diputado nacional en aquel momento que, luego de los sangrientos incidentes acaecidos, declaraba a los medios, mirando el cielo con una marcada sonrisa en su cara “Hoy es más primavera que nunca, hoy es un día peronista”, celebrando la barbarie. O al actual jefe de gabinete, Santiago Cafiero, que calificaba como una “victoria” en su cuenta de Twitter que la violencia lograra levantar la sesión parlamentaria. Todo esto, mientras las ambulancias trasladaban a decenas de policías heridos por los violentos manifestantes.
Esta situación nos habla de un deterioro grave de la convivencia política y, lamentablemente, nos da toda la impresión de que ganaron los violentos. Los mismos que antes repudiaban la violencia y exigían a los más vehementes un cambio de comportamiento, hoy se cansaron de esperar y, si bien no comparten sus métodos, no admiten volver a ofrecerse como comprensivos.
Ciudadanos que no quieren repudiar la violencia sin antes discutir cual fue la causa que la generó y que no admiten solidaridad con un adversario político, aún si este es el primer mandatario, sin antes tenerla con las víctimas de los grupos que militan para el Gobierno. Por ejemplo, antes de solidarizarse con el Presidente pedían a sus dirigentes ser igual de diligentes con los vecinos de Lago Puelo, golpeados por una patota de la UOCRA, que responde al Frente de Todos, que provenía de pueblos de la zona que liberaron la zona, golpearon y persiguieron a los manifestantes contrarios a la megaminería para evitar que protesten en la visita del Presidente. No lo lograron, y ese fue el desencadenante de las agresiones. Pero entienden que la violencia fue instalada por ellos y no por “infiltrados” como señalaban desde la comitiva presidencial.
Los pronunciamientos sobre los hechos violentos sucedidos en la Patagonia el fin de semana nos ponen en alerta, hay algo que definitivamente está roto en la sociedad si esta abandona ese pacto implícito de rechazar cualquier forma de violencia en democracia. Lo que hizo la dirigencia de Juntos por el Cambio es lo correcto, intentar calmar, demostrar que pese a las diferencias la violencia no es el camino. Aún a costa del enojo de sus seguidores y votantes. Siempre se debe repudiar la violencia política venga de donde venga.
El Gobierno no respondió a la misma altura, mucho hubiese sumado un tuit de Alberto Fernández agradeciéndole al gesto al expresidente e invitarlo a construir un diálogo político alejado de la violencia. No sucedió, como tampoco sucedió antes, en cada uno de los tantos hechos cargados de violencia, algunos mencionados en esta columna, donde ni siquiera llamaron la atención a los suyos. Como si la violencia política fuese repudiable cuando se ejerce contra ellos y no cuando miembros de su espacio político forman parte de la agresión.
En ese sentido, la pelota está de su lado. El Gobierno nacional debe dejar hablar de vacunas y obras que no se ven y de hacer malabares para justificar la violencia que sufren los formoseños de parte de un Gobierno de su propio riñón, expuesto como ejemplo, o mirar para otro lado cuando las patotas sindicales se adueñan de las calles durante las protestas y agreden a otros que lo hacen en paz, como tampoco hacer silencio cómplice cuando sus seguidores alientan la violencia física o cultural, que va desde una golpiza a manifestantes o hasta llamar a quemar o censurar libros de intelectuales o políticos opositores.
Del oficialismo depende que esa parte de la sociedad vuelva a sentir que ofrecer la otra mejilla, luego de recibir un golpe, vuelva a ser un acto de grandeza y no la resignación inocente de una marcada debilidad política.