Viernes de siluetas
Los Simpson nos marcaron como generación y se convirtieron en una forma de relacionamiento; ¿qué se hace con aquellos que no les gusta?
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Hay dos clases de personas: las que entienden a qué se refiere el título y las que no. Las primeras son felices, pueden relacionarse con otras y conforman una gran logia mundial, como los Masones o Los Magios. Las segundas no saben ni papas. Si usted no entendió nada de todo esto pertenece al segundo grupo y puede dejar de leer. En esta columna no se admiten personas que no les gusten Los Simpson… bueno, solo se admite una.
¿Cómo se constituyó esta red global de fanáticos? Quizás haya que darle las gracias a Telefe y a sus eternas repeticiones, las mismas que años después impusieron a Casados con hijos. O a FOX, que durante más de veinte años, todos los días a las 20.30, se despachaba con un capítulo. Cada uno lo veía en su televisor, no importaba si era marca Panaphonics o Sorny. Y no hacía falta ni leer la TV Guía, ni suscribirse a la TV Guía ni escribirle a la TV Guía. Así fue que, poco a poco, Los Simpson se arraigaron en el inconsciente colectivo con sus frases y escenas. Su popularidad creció a tal punto que otras series, con personas de carne y hueso, se encontraron con un duro competidor. Así lo analizaron dos caballeros de la materia (gris, gris, gris) como fueron los famosos críticos Alan Sepinwall y Matt Zoller Seitz. En su libro TV (The book), eligieron los 100 mejores programas de toda la historia de Estados Unidos, desde The X-Files hasta Seinfeld, pasando por Breaking Bad y Sex and the city. Cuentan ahí que intentaron abordar el tema de varias formas posibles y siempre concluían que, sea por humor o drama, inteligencia o giros argumentales, Los Simpson eran la respuesta ante la pregunta de cuál era el mejor show.
Pero más allá de eso, lejos de la bibliografía y cerca del día a día, ¿cómo puede saber un fanático que está ante la presencia de otro? Quizás la forma más rápida sea cuando, ante una situación cualquiera, se ejemplifique a partir de un capítulo de Los Simpson. “Es como cuando Smithers se va de vacaciones”, “Es como cuando Bart tiene el casino”, “Es como cuando rescatan al limonero de Shelbyville”. Ahí las miradas se cruzan como las de dos enamorados y quizás alguien les diga: “Lisa quiere a Nelson”. Pero, ¿por qué se conecta tanto? Quizás haya detrás una forma de vincularse a partir de un momento de felicidad que se vivió en soledad, en aquellos años donde no había redes sociales ni lugar para compartir la emoción, y que ahora años después emerge como un recuerdo divertido que vale la pena compartir. O tal vez Los Simpson sean una reminiscencia a la infancia, como una especie de Carozo y Narizota pero para los que transitaron su juventud en los 90.
Tampoco hay que quedarse en el análisis desde el corazón, porque como en toda familia siempre hay discusiones. No se llega al extremo de decir cosas como “Píntame la cocina” u “Oblígame”, pero existen grietas entre los fanáticos. Básicamente hay dos grupos (y no, no son quienes discuten por la clave telefónica 636 o 939). Son quienes comulgan con los capítulos nuevos y quienes no. Hay un grueso de fanáticos que quedó obnubilado con los episodios hasta la temporada 15, cuando FOX todavía no había roto relaciones con los doblajistas originales, y se divertían con la voz de… ¿Beto Vélez? Sí, Beto Vélez, que le daba su impronta a Homero. Son los mismos melancólicos que miran por arriba del hombro a la película, estrenada en 2007, y le reconocen el mérito de haber intentado un proyecto del que se habló durante años y que, una vez concretado, regaló guiños a los primeros capítulos. Sin embargo, estuvo lejos de enamorarlos como la película de Tomy y Daly a Bart. ¿Qué decir sobre los que disfrutan los capítulos nuevos y hasta no les importa escuchar las voces de los nuevos doblajistas? Como diría la madre de Skinner, creadora de los viernes de siluetas: “En lo que a mí respecta yo no tengo ningún hijo”.