Viene un mundo mejor
Los profetas de la crisis y la descomposición mundial están equivocados. Se viene un mundo mejor.
Veamos. Se termina el conflicto con Cuba. Las FARC suspenden sus hostilidades. Lo mismo hicieron los etarras en España. Los gobiernos de centroizquierda y centroderecha coinciden en sus políticas de ajuste presupuestario, lucha contra la corrupción, bajas tasas de inflación e intereses financieros, independencia de sus bancos centrales (que no es lo mismo que "neutralidad": cuidan el valor de la moneda, pero también operan sobre el nivel de actividad económica).
Cuatrocientas de las 500 empresas Forbes (las más grandes del mundo) están instaladas en China, mientras China invierte el 36% de sus reservas en bonos del tesoro norteamericano.
Los Estados Unidos están bajando su déficit en cuenta corriente por un crecimiento de su productividad y de sus exportaciones, y limitando su dependencia energética gracias al aumento de su producción de petróleo fósil, así como el fracking de gas y petróleo. China recorre el camino inverso: llegará en cinco o seis años al equilibrio de sus cuentas externas desde el superávit que hoy tiene por la consolidación de su mercado interno y la extraordinaria apertura de las importaciones, especialmente de Taiwan, Corea Japón y Australia.
Son justamente China y los EE.UU las dos locomotoras del despegue económico del próximo quinquenio.
Falta que Rusia siga el camino elegido por el "nacionalista" Mori en la India y la "izquierdista" Dilma en Brasil de confluir con Washington, Pekín y Berlín. La "aventura ucraniana" terminó y hoy debe resolver la caída del rublo y recuperar la confianza de consumidores e inversores. Lo hará.
No todo son flores: está pendiente el desarme nuclear, que ya logró bajar de 15.000 ojivas nucleares (EE.UU. y hoy Rusia) a las 1500 que tiene cada uno. No es suficiente. Aún alcanzan para hacer desaparecer el planeta en forma instantánea (cada una es 100 veces más fuerte que las que se tiraron en Hiroshima y Nagasaki).
Además, es fundamental alcanzar el acuerdo global sobre cambio climático en diciembre de 2015, en París. El acuerdo suscripto en noviembre entre los EE.UU y China - los dos países representan el 50% de la emisión de gases de efecto invernadero- abre la esperanza de una dura reducción de ambos de cara a 2030. Los anuncios unilaterales de la UE de limitar para esa fecha sus emisiones en un 40% respecto de las de 1990 son muy promisorios.
Tanto en Oriente como en Occidente se han terminado los fanatismos religiosos. Seguramente, el próximo restablecimiento de relaciones diplomáticas entre China y el Vaticano, la "unidad ecuménica" de las distintas ramas del cristianismo y la reconciliación definitiva con el judaísmo hablan de un mundo que sabe darle "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".
Pero falta Medio Oriente. Ahí está el conflicto entre Israel y Palestina, Estado Islámico, la guerra civil siria, la vuelta de un régimen militar en Egipto. Seguramente una "operación pinzas" entre China y los EE.UU., acompañada por la UE y los grandes emergentes, será determinante para incorporar a este sector del mundo a este nuevo orden internacional multipolar, pacífico y dispuesto a resolver los temas de pobreza, marginalidad y violencia que aún padecemos. Corea del Norte no escapará a esta lógica.
África está empezando a crecer, recuperando el interés inversor (especialmente por parte de China, que ocupó el lugar que dejaron vacante las viejas potencias coloniales europeas).
Son pocos los que todavía no entienden "las nuevas reglas de juego". Los atentados terroristas en París expresan el autismo de los extremistas, y la reacción unánime del mundo repudiándolos son la confirmación de una nueva comprensión universal que no acepta más las acciones ni los argumentos de los extremos.
En nuestra región queda Maduro aislado, y la Argentina marcha, inexorablemente, a su plena incorporación al mundo en sólo un año. Pero tenemos un especial motivo de orgullo para mirar al futuro: el vocero principal de este "nuevo mundo" es un argentino: el papa Francisco. Él es literalmente el Pontífice, hacedor de puentes, y el mensajero de un "nuevo amanecer" que debe concertar los esfuerzos en terminar con las desigualdades que ofenden a la naturaleza humana.
Hoy las convergencias ideológicas, la superación de los prejuicios y la experiencia acumulada sirven para abonar un camino que la mayoría quiere transitar.