Reseña: País de arena, de Cristina Siscar
Viaje a una tierra sin certidumbres
El viaje es la forma narrativa por excelencia, el escenario privilegiado de la búsqueda. Es la posibilidad de perderse definitivamente, o bien de encontrar la punta de algún ovillo, una certeza que dispare nuevas incertidumbres. De esas ambigüedades vive con frecuencia la literatura, y Cristina Siscar (Buenos Aires, 1947) se vale de esa plataforma para trabajar lo alegórico con rigurosidad y sutileza poco comunes.
Claro que el viaje de Dante, el protagonista de País de arena, es del todo singular: llega a una tierra lejana, detrás del rastro o la promesa –diluida tras cinco años de espera– de reencontrarse con una mujer, pero ese canto de sirena lo deposita en un desierto, un vacío casi absoluto en el que solo sobreviven pequeños oasis, ilusiones desmesuradas de otras vidas, un contrasentido brutal en ese páramo en que la mayoría de la gente se esconde o se transforma virtualmente en fantasma. Y sin embargo Dante descubre focos de resistencia, y en ellos se recuesta, o se redescubre. "Quizá lo que le daba fuerza a un extranjero era la creencia de que nacía de nuevo", se dice en determinado momento en País de arena, pero el diálogo con la novela entera dispara resonancias mucho menos confortables.
Con precisión de acupunturista, y al margen de algún tópico más rutinario –el shopping como paraíso vulgar y falaz–, la novela de Siscar, en la que entre otras cosas la desaparición del tren va borrando del mapa ciudades enteras, propone un paralelo angustiante no solo respecto de épocas bastante recientes sino con el presente y sus no tan inciertas posibilidades futuras.
País de arena
Por Cristina Siscar
Paradiso. 156 páginas. $ 380