Viajar con espíritu altruista
No se ven a sí mismos como turistas sino como viajeros: embarcados en causas humanitarias o ecológicas, o porque buscan tender un puente entre culturas diferentes, una forma alternativa de conocer el mundo dándole un sentido a esa experiencia comienza a entusiasmar a cada vez más argentinos
Hace dos años, después de aterrizar en Soweto, una ciudad a 24 kilómetros de Johannesburgo, Sudáfrica, Enzo Buono, un productor de música argentino, le entregó de forma voluntaria su iPod a un hombre que a todas luces parecía un pandillero. En el aparato corría el video de la canción "Stand by Me", cantada en partes por una decena de personas de distintas razas y desde diferentes países. "Así que esto es lo que hacen", dijo. "Mientras estén en nuestro territorio, los cuidaremos a usted y a sus amigos", masculló, mientras le devolvía el aparato.
La escena le recuerda a Buono, de 43 años, que el viaje que emprendió hace 8 años y que lo ha llevado a más de 20 países con el propósito de unir al mundo con la música tiene sentido. "Aquella vez, el guía no salía de su asombro. Esa era la pandilla más peligrosa de Soweto. No sólo no nos robaron, sino que nos ayudaron. Esas cosas me dan la esperanza de que con la música se puede sentir la unidad y el amor sin ninguna división", cuenta Buono.
La historia empezó en 2002, cuando Enzo tocaba en una calle de Santa Mónica, Estados Unidos, y tropezó con Mark Johnson y Johnatan Walls, directores de cine y miembros de la fundación Playing for Change, quienes estaban trabajando en un documental de músicos callejeros.
Tiempo después, él estaba viajando por todo el mundo produciendo música para unir culturas. Cuando Enzo relata su trabajo, lo hace parecer más simple de lo que es: "Se elige una canción y se graba la base con un guitarrista, por ejemplo. Luego viajamos al destino elegido en cualquier continente, montamos un estudio callejero con nuestra computadora, cámaras y micrófonos. Le ponemos los auriculares al músico para que escuche la melodía de base y tenemos tres horas, que es lo que nos dura la batería, para que cante un estribillo y hacer que funcione".
"Cuando llegue la noche y se oscurezca la tierra, no tendré miedo, mientras estés a mi lado", canta Roger Ridley, un hombre negro, con su guitarra desde Santa Mónica. "Cariño, quédate a mi lado", responde Clarence Beeker, un joven de apariencia humilde frente a su casa en Amsterdam, mientras revuelve su melena, de la que asoman algunas rastas. La canción la completan personas en Brasil, Venezuela, España, México, Rusia, Sudáfrica, Italia y Francia, países a los que viajó Enzo para capturarlos en imagen y sonido.
Viajeros, no turistas
Lentamente, viajeros como Enzo han ido apareciendo en la escena. Como rasgo de una época en la que el "encuentro de culturas" es una posibilidad y a la vez un objetivo altruista, al lado del sol y la playa fueron delineándose otro tipo de posibilidades turísticas, culturales, exóticas y hasta de aventura que animaron a los viajeros a emprender camino hacia lugares en los que la intención no era sólo relajarse o recorrer los imperdibles de las guías turísticas.
En ese sentido, Dean MacCannell, sociólogo norteamericano y profesor en la Universidad de California, autor de los libros El turista y Lugares de encuentro vacíos, asegura que en los tiempos contemporáneos, los viajes representan muchas veces un esfuerzo colectivo por unificar un mundo cada vez más contradictorio y fragmentado. "El acto de viajar nos ayuda a construir totalidades sobre la base de nuestras experiencias dispares", escribe en el primero de esos libros.
Justamente la búsqueda de experiencias directas singulares, extraordinarias y movilizadoras da lugar a una categoría distinta de la del turista: el viajero.
Como dice Ana Correa, autora del libro Ciudades, turismo y cultura, "el viajero trabaja en algo, está activo y procura enérgicamente la búsqueda de gente, de aventuras y de experiencias, mientras que el turista es un buscador de placer, un ser más pasivo que espera que le ocurran cosas interesantes y que todo se le haga a él y para él". El viajero contemporáneo suele tener, además, tanta curiosidad como espíritu solidario.
En estos términos, Sebastián Pedro y Matías Hardy son dos "viajeros" argentinos en todo el sentido de la palabra. Hardy nació en El Colorado, Formosa, hace 34 años, y fue allí en donde sintió de cerca, por primera vez, la escasez de agua. Años después conoció a Sebastián, casi contemporáneo, un ingeniero hidráulico experto en el manejo del agua y oriundo de Tandil. La pasión por las motos, las ganas de emprender un viaje sin muchos límites y la intención de hacer un aporte a la sociedad los unieron en la que consideran la gran aventura de su vida.
El proyecto, al que nombraron "Moto-destino", consiste en recorrer en tres etapas los cinco continentes en moto y documentar, cámara en mano, la problemática actual sobre el agua dulce. El 28 de diciembre de 2009, luego de vender muchas de sus pertenencias, regalar otras tantas y decir adiós a sus parejas y amigos, emprendieron el viaje desde el barrio porteño de Palermo. La primera etapa duró 16 meses: atravesaron 14 países, más de 60.000 kilómetros de rutas en moto, otros 2000 navegando y documentaron cerca de 250 horas de material audiovisual en alta definición. Entre ellas, la imagen imborrable de una familia en Turbo, un municipio de la zona antioqueña colombiana, que todos los días, en burro o caminando, traslada desde un grifo de agua contaminada unos cuantos bidones con el líquido.
En Colombia, el responsable de una empresa de agua que entrevistaron les regaló dos filtros llamados Lifestraw, un sistema sencillo, similar al de un sorbete, que con una vida útil de tres años filtra hasta mil litros de agua. Dos filtros no eran suficientes. Viajaron entonces a golpear la puerta de la empresa que producía el filtro en Washington. "No nos importó nada. Ibamos y nos decían que volviéramos al día siguiente, y así sucesivamente. Un día sucedió. Nos dieron los filtros y pudimos repartirlos en México, en Tlamacazapa, una población de 6500 habitantes que caminaban más de dos horas hasta unos pozos de agua contaminada", cuenta Sebastián Pedro. Los viajeros gestionaron otros 100 filtros para la Argentina. Hoy son parte de los objetos que sin sentido están retenidos en la Aduana. "No es justo que una donación de 10.000 dólares se pierda así", reclama Sebastián.
Los "viajeros con sentido" se proponen muchas veces no tanto difundir un mensaje como rescatar palabras, experiencias y patrimonio que silenciosamente está en peligro. En ese sentido, la socióloga Verónica Giordano afirma que "la repetición de estas experiencias puede convertirse en un fenómeno social que responde al agobio de un ser urbano que busca un nuevo refugio y lo encuentra en la reivindicación de derechos de personas o situaciones excluidas de su cotidianeidad".
En Botswana, Africa, más específicamente en los 52.000 metros cuadrados que comprenden la central Kalahari Game Reserve, Teresa Usandivaras, música y antropóloga argentina, encontró un mundo extraordinario. En la reserva, a la que viajó en ocho oportunidades junto a Carlos Valiente Noailles, un abogado que luego de una visita al continente africano se puso como objetivo entender y documentar la riqueza de los grupos bosquimanos que allí viven, encontró lejos de casa un sentido para conocer una parte de Africa cada año.
Los bosquimanos, cazadores-recolectores, fueron obligados a incorporarse a la cultura hegemónica de su país en 1982. Se les prohibió cazar, se los expulsó de sus territorios y se los forzó a renunciar a sus tradiciones. Casi 1400 personas pasaron por un proceso abrupto y doloroso. "Teníamos que contar la otra historia del desalojo de estos grupos. Las historias pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden reparar esa dignidad rota", dice Teresa, quien recuerda sus travesías entre falta de agua, terrenos difíciles, charlas gestuales con las mujeres bosquimanas, recorridos por aldeas y el aprendizaje de una cultura sabia, respetuosa del ambiente, organizada y con una tradición oral infinita.
El país en bicicleta
Lunas de miel hay de todo tipo. Pero una luna de miel con sentido ecológico, rara vez. Regina Rabellino, arquitecta, y Marcos Canal, contador, son dos jóvenes de Capitán Sarmiento que una semana después de casarse en 2010 emprendieron un viaje de once meses en bicicleta con la intención de transmitir un mensaje de cuidado del medio ambiente.
Desde Buenos Aires hasta Ushuaia, pasando por Chile, el nordeste argentino y Uruguay, esta pareja viajó en dos ruedas por todas las provincias difundiendo entre los locales, algunos colegios y medios de comunicación comunitaria acciones sencillas para cuidar el medio ambiente.
"A nadie le cuesta usar la bicicleta para desplazarse, cuidar y recolectar el agua de lluvia para reutilizarla, utilizar envases retornables o apagar las luces que no se usan. Nosotros queríamos llamar la atención con nuestro viaje en un vehículo que no contamina y de paso ir sembrando semillitas de cuidado con el ambiente", cuenta Regina.
El turismo masivo y convencional que es marca de esta época se ha señalado varias veces como la vía por la cual se busca "lo auténtico". Hay quienes se esfuerzan por andar caminos menos transitados, más alejados del marketing de la felicidad, para encontrarlo.
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