Viajar a una guerra distinta a cualquier otra
La corresponsal de LA NACION cuenta las peripecias para llegar a Israel en un momento histórico de increíble dramatismo
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JERUSALÉN.- Era un sábado apacible, con la “ottobrata” romana, es decir, el veranito romano, aún en curso. El plan era ir a jugar al tenis, como todos los sábados, mandar una nota programada sobre temas vaticanos y, a la noche, una comida.
Pero me desperté con la noticia, terrible, de la incursión del grupo terrorista Hamas en el sur de Israel y cambió todo. Mientras estábamos mirando la BBC, azorados, justo minutos después de que mi marido me preguntara si iba a ir a Israel, llegó un WhatsApp desde el diario.
“Alo ¿cómo va? Me dice Gail que vayamos evaluando la posibilidad de moverte a Israel. ¿Cómo lo ves?”, preguntó Guille Idiart, uno de los editores de la sección Mundo. Me lo esperaba. “Ok, voy viendo cómo me organizo”, contesté.
Como llevo más de dos décadas cubriendo Israel –la primera vez viajé desde Buenos Aires tras un terrible atentado en el mercado de Mahané Yehuda, en julio de 1997, y después fui varias veces más, para el 50° aniversario de la creación del Estado de Israel, para la Segunda Intifada, crisis, elecciones y demás eventos–, pensé que iba a ser fácil moverme rápido.
Enseguida fui a mi computadora y me compré un pasaje directo Roma-Tel Aviv por ITA (la nueva Alitalia), para partir esa misma noche, a las 22.50. Y empecé a hacer los trámites online para conseguir la acreditación indispensable para trabajar como periodista “visitante” ante el GPO (Government Press Office of Israel). Llamé al párroco argentino de Gaza, el padre Daniel Romanelli, y armé una nota.
Todavía no me había dado cuenta de que no era una cobertura de guerra más en Israel, sino algo muy distinto, porque lo que había ocurrido era un verdadero “11-S”. También le escribí por WhatsApp a Safwat, mi amigo periodista de la Franja de Gaza. Conozco a Safwat desde marzo de 2004, cuando entré por primera vez a esa cárcel a cielo abierto, volviendo de Irak, luego del asesinato del jeque Ahmed Yassin, fundador y jefe espiritual de Hamas. Como trabaja para algunos medios internacionales y tenía a una de sus hijas más pequeñas que necesitaba curarse en Italia, con Safwat, además de vernos otras veces en Gaza, también nos volvimos a ver en Roma, donde incluso alguna vez se quedó en mi casa.
“Hola, estoy llegando mañana a la madrugada a Israel y seguro nos vemos en los próximos días en Gaza”, le avisé. “Ciao bella, qué bueno volver a verte”, contestó Safwat, contento. Tampoco él se daba cuenta de que la represalia que se avecinaba por parte de Israel, después del salvaje asalto de terroristas de Hamas en el sur, no iba a ser como otras veces. Con un mensaje de voz, Safwat me contó que el paso de Erez -la entrada que normalmente los periodistas utilizan para ingresar a la franja, una especie de puesto policial parecido al de la entrada a una cárcel, híper sofisticado, había sido destruido durante el asalto. Y me dio las indicaciones de lo que tenía que hacer para obtener la acreditación con las autoridades palestinas de Gaza. Los dos creímos que entraría allí en los días siguientes, como en guerras anteriores.
Como un reflejo de que todo cambió ese sábado 7 de octubre, nada salió como lo había planeado. Ese mismo sábado a la tarde ITA me advirtió que mi vuelo se había cancelado y reprogramado para el día siguiente, domingo. Un desastre, la idea era llegar lo antes posible. Al día siguiente, domingo, otra vez me advirtieron que mi vuelo se había cancelado y reprogramado para el miércoles 11 debido a la situación, léase, los misiles. Empecé a averiguar otras formas de llegar. Aunque una opción era volar a Amán, Jordania, y de ahí entrar por tierra a Israel, descubrí que había un vuelo el lunes a las 6 de la mañana de Ryanair, una de las pocas aerolíneas que seguía volando a Tel Aviv. Anulé ITA -que me reembolsó todo- y compré un nuevo pasaje para el lunes, solo de ida. Evidentemente las low cost se arriesgan más, pensé. No dormí en toda la noche, temiendo recibir un llamado o un mail que me avisara que se había cancelado el vuelo. Tuve los nervios a flor de piel hasta que ese avión de Ryanair despegó el lunes a las 6 de la mañana de Fiumicino, pese a que todas las principales aerolíneas habían decidido cancelar sus vuelos. La llegada al aeropuerto Ben Gurión, de Tel Aviv, fue fácil. No había casi nadie en los controles.
Esa misma noche, caí en la cuenta de la suerte que había tenido. Me enteré, en efecto, que por la tarde un misil disparado desde Gaza había caído a pocos metros del aeropuerto de Tel Aviv, justo cuando otro Boeing de Ryanair se estaba acercando para el aterrizaje. El jet de la low-cost irlandesa pegó la vuelta y voló a un destino más seguro: Chipre. Y decidió, como otras aerolíneas, cancelar sus vuelos a Israel, destino inseguro.
Pasaron ya varios días. Como yo, después de mucho estrés, ya llegaron a Israel más de 1000 periodistas de todo el mundo para una cobertura seguramente compleja. Muy diferente a las anteriores. Y, probablemente por mucho tiempo, sin posibilidades de entrar a Gaza.