Vergüenza poco ortodoxa
Vergüenza. Fue mi primera sensación. No la única, por supuesto, pero sí la principal.
Llegué a dudar si había quedado prendido el televisor en Netflix y estaban dando un nuevo capítulo de la serie "Poco ortodoxa". Pero no, no era ficción, lamentablemente era verdad. Y sucedía en Buenos Aires.
Vergüenza. Tampoco sabía (aún no lo tengo claro) si era una sensación de vergüenza ajena o de vergüenza propia.
Es que evidentemente estos casamientos -ilegales, lamentables, condenables e impresentables- fueron casamientos judíos, por lo que podría sentir "vergüenza propia", pero a la vez, y éste no es un dato menor, fueron realizados por una corriente extremista y fanática con la cual no tengo ningún nivel de cercanía, más bien todo lo contrario. ¿Sería entonces "vergüenza ajena"? Puede ser. De todos modos, eso es irrelevante.
Lo que no lo es, es el daño causado por este grupo de gente. Enorme desde todo punto de vista. El principal, por supuesto, es el posible daño a nivel sanitario, que puede conducir -por si fuera poco- a tener que lamentar la muerte de alguna o algunas personas. El nivel de inconciencia, de falta de responsabilidad y de ética es realmente increíble.
Merecerían un aplauso especial los rabinos que organizaron los festejos, que se ve que han obtenido su ordenación rabínica en un curso a distancia de dos semanas de duración, ya que es de lo más básico de la ley judía no solamente el respeto al sistema legal del país del que se es ciudadano, sino la vehemente prohibición de poner en riesgo la vida de uno mismo y las del resto de los seres humanos. Con colegas así, confieso que hasta me da vergüenza compartir la vocación que porto. Por suerte para esos rabinos, yo soy un rabino hereje, demasiado moderno, ostensiblemente pluralista, y abierto en extremo, casi un peligro dirían...
Claro, por eso tuvimos que decidir (como prácticamente todas las comunidades judías) la suspensión provisoria de todos los casamientos, bar y bat mitzvá y de todo tipo de ceremonias y encuentros, como obviamente corresponde en esta cuarentena.
La falta de vergüenza nos convierte en sinvergüenzas. Y cuando los sinvergüenzas son parte de la familia, uno no quiere salir de su casa para no ponerse colorado, porque se siente sinvergüenza por contagio, como si fuera otro virus, pero portador de la misma letalidad.
"Vergüenza" en hebreo se dice "bushá", una palabra que comparte raíz con otro vocablo que denota la "ropa", precisamente porque uno de los sentidos por los que utilizamos nuestras vestimentas es para cubrir nuestras intimidades. Lo sabemos ya desde Adán y Eva, que pretendían esconderse de la presencia divina en el Jardín del Edén porque se sentían desnudos. En cada boda judía -por si fuera poco- se hace alusión a aquel paraíso, y supongo que así se escuchó en esos casamientos porteños.
Pues he aquí que allí hay mucha gente que ha quedado más que expuesta, evidenciando que íntimamente le preocupan muy poco el resto de los mortales. Necesitarán mucha "teshuvá", mucho "arrepentimiento" para empezar a reparar lo dañado, más allá de las derivaciones judiciales que les correspondan.
Mientras tanto no somos pocos los "paisanos" a los que, a Dios gracias, todo esto nos da mucha vergüenza. Una vergüenza poco ortodoxa.