Ver o no ver, el nuevo dilema de Hamlet
En medio de la densa niebla de declaraciones, polémicas y análisis que desconciertan, traban o dilatan las decisiones de inversión, producción y comercialización, estas líneas intentarán llevar claridad.
A 120 días de asumir, el tren de reformas de la nueva administración parece encontrar escollos insalvables -recesión, rechazos de gobernadores y legisladores, paros y movilizaciones- que ponen en duda su llegada a destino. Veamos el camino recorrido y qué nos dice el instrumental sobre lo que sigue.
La inflación ha descendido sistemáticamente mes a mes, quebrando la estacionalidad secular de marzo y navegando ya en el dígito; sólo restan aplicarse recomposiciones -por única vez- de tarifas. Los tipos de cambio libres no sólo se han estabilizado sino que están convergiendo con el valor oficial.
El gobierno ha conseguido hilar tres meses consecutivos de superávits trillizos -primario, financiero y comercial- y se encamina a obtenerlos nuevamente en abril. Más allá del carácter excepcional -sin precedentes históricos a nivel planetario- de estos jalones, lo cierto es que le han permitido acumular un excedente de $ 2 billones por sobre la meta trimestral con el FMI y recomponer la posición de reservas netas, que han vuelto al terreno positivo (el rojo heredado también constituyó una rareza sin antecedentes en el mundo).
La convergencia cambiaria ha cortado con la práctica de importar para ganar la brecha y, a la vez, con la subfacturación de exportaciones. Paralelamente, la tendencia de fondo de los commodities con una China recesiva, no luce alcista. Esto asegura que los dólares comerciales seguirán entrando, y en cantidad, pues no hay razones para retener mercadería.
Por otra parte, los rendimientos off shore declinarán ante la perspectiva bajista de la tasa de interés internacional. Si lo unimos al tipo de cambio estable, tener la plata afuera perderá atractivo. Entretanto, la tasa doméstica -también en baja y negativa en términos de inflación- es marcadamente positiva en relación al tipo de cambio. Y los rendimientos de los bonos. Todo esto da soporte al ingreso de divisas financieras.
Si el apretón fiscal -con reducciones del orden de 40 % real en el gasto primario- fue fuerte, el apretón monetario no le va en zaga. Desde diciembre, el M2 (oferta monetaria: efectivo+ cuenta corriente + cajas de ahorros) ha venido creciendo en torno a la mitad del ritmo de inflación y la base monetaria ha crecido a un cuarto de la velocidad del M2 . Esto significa que aquello de “no hay plata” no es sólo una realidad fiscal, es por encima de todo, un dato fáctico monetario: hay menos pesos -muchos menos- para comprar la misma cantidad de bienes y servicios que antes. Y esta escasez tiende a acentuarse con el correr de los días.
La diversidad y magnitud de las bombas que dejaron armados los dos Fernández y Sergio Massa fue descomunal. Hay aún mucho trabajo por delante para la brigada antiexplosivos. Pero lo ya realizado es formidable. Baste decir que el valor en dólares de los pasivos remunerados del BCRA ha caído a poco más de la mitad de lo que llegó a ser. Por su parte, la relación entre la carga de intereses anuales de esos pasivos y el valor de las reservas internacionales brutas se ha desplomado a un quinto de lo que fue. Hay aún que acabar con el disparate de los puts sobre las tenencias de bonos de los bancos y devolverle al sistema bancario su razón de ser, perversamente trastocada. Los bancos deben dejar de ser engranajes del motor inflacionario y meros pasamanos de fondos para financiar al sector público; deberán, por fin, analizar riesgos y fondear la inversión, la producción y el consumo. Se acabó el negocio de ser ventanilla de captación del emisor de moneda -”riesgo cero”- y que este les pague una dulce remuneración por los fondos que reciben en depósito, incluso por los que no reconocen tasa a sus clientes.
En cuanto a la relación con el FMI, el abultado excedente frente a la meta comprometida y los avances logrados en materia de inflación obligan a refrendar con hechos el apoyo al programa argentino. Tanto más, a la vista del explícito y entusiasta respaldo de los EE.UU. ante el drástico alineamiento de nuestra política exterior.
¿Qué significación tiene todo lo antedicho? Menos dinero frente a una misma cantidad de bienes y servicios implica que la caída de precios es obligatoria, inesquivable. Con una demanda en contracción, la respuesta lógica e inteligente debe ser estudiar con cuidado la ecuación de costos para proceder a una rebaja de precios que permita recuperar ventas y, de paso, ganar clientes a competidores. No hacerlo, conllevaría recortes de recursos, más inmovilización y pérdida de mercado. Cuanto más rápido se ajusten a la baja los precios, más rápido responderá la demanda. Quien se adelante estará en mejor posición competitiva para cuando llegue la reactivación. Pues la inflación en baja no tardará en cruzarse con ajustes racionales convenidos en paritarias, lo que pondrá fin al deterioro de los salarios reales.
¿Pero puede un gobierno sin musculatura legislativa ni territorial salir adelante? ¿Qué posibilidad de éxito queda si diversos sectores -desde sindicatos a empresarios, desde piqueteros a medios de comunicación- se unen en agitar el descontento? Hasta ahora, ni lo uno ni lo otro han rozado la imagen ni el apoyo de que goza el gobierno y han dejado en claro que la preocupación de esos sectores se limita a mantener sus prebendas. Día tras día el Ejecutivo no para de eliminar regulaciones, sobrecostos y kioscos, exponiendo, a la vista de todos, un inacabable entramado de peajes y robo masivo a los ciudadanos.
Las elecciones de medio término apuntan a ser fatales para aquellos grupos de interés. Estando esos comicios tan cerca en lo político pero tan lejos en lo económico, ¿puede el gobierno mantener su rumbo, aun cuando las reformas no lleguen en el tiempo o con el alcance planeados? En apenas sesenta días, Milei impulsó centenares de desregulaciones y reformas estructurales. La necesidad de ellas es tan imperiosa -el caso de la modernización laboral- que incluso gobernadores díscolos están dispuestos a apoyarlas. Por otra parte, los más alejados de la Casa Rosada son los más urgidos de fondos, lo que los lleva a mirar con creciente simpatía el famoso capítulo fiscal de la ley Bases. Si ésta llega a ver la luz, la reactivación se precipitará y quien haya recortado capital de giro y perdido mercado frente a sus competidores, quedará relegado. Incluso en el caso -hoy improbable- de que las reformas se trabasen, el gobierno habrá acumulado un excedente fiscal que le concederá margen para moverse, sin contar ingresos de fondos (privados y multilaterales).
El tren de reformas no se detendrá. El conductor tiene convicción y determinación sin igual y su ímpetu es realizar el itinerario que lo colocó al comando de ese tren. Un tren bala. A quien se interponga lo llevará puesto el tren de la historia. Mejor, subirse a él.
Ya no se trata de “ver para creer” sino que de creer para ver. Han llegado las fuerzas del Cielo.
Economista