Venezuela: el sorprendente silencio argentino
Un festejo pobre, desabrido, con gusto a poco, es el reflejo de las elecciones fraudulentas en la República de Venezuela, donde sólo el 31 % de la población electoral de 20,7 millones de personas fue a votar para renovar la Asamblea Nacional. El triunfo fue anunciado como si el régimen ilegítimo de Nicolás Maduro hubiera hecho todas las cosas bien, pero no, la convocatoria estuvo plagada de irregularidades.
Es grave para Venezuela esta acción política oficialista que solo defiende el bastión del poder personal y partidario, no a una Nación de la que han huido más de 5 millones de venezolanos a distintos puntos del mundo. Si hubieran podido votar en el exterior el resultado habría sido diferente. Pero Venezuela no es un país normal y no permite el ejercicio democrático, dentro o fuera del país.
Pero la Argentina tampoco es un país "normal", si se visualiza la reacción de 18 países americanos en contra de una elección que calificaron como "fraudulenta" e "ilegal". Nuestro país, que viene peligrosamente perdiendo el rumbo desde hace un año, hizo silencio frente al atropello de Maduro. Esta vez, el régimen kirchnerista evitó apoyar a su compinche ideológico, y ni siquiera felicitó públicamente al mandatario que quiere eternizarse en el máximo poder. Hay silencios que valen más que mil palabras, especialmente cuando los tiempos cambian. Un silencio refugiado en la Casa Rosada, en el Senado y en la Cancillería argentina.
Durante la campaña electoral, el acto eleccionario, el conteo de votos y el resultado final no hubo, en ese país desgajado por un grupo de militares que se adueñaron del poder, la más mínima garantía de derechos constitucionales. El atropello fue muy mal visto y condenado por carecer de la necesaria confiabilidad en el proceso democrático, donde no se ejercieron las libertades, la seguridad y la transparencia, la integridad de los votos, la participación de todas las fuerzas políticas ni la observación internacional. Esos ítems figuran en la declaración firmada por 16 países, entre ellos varios del denominado Grupo de Lima, pero no por la Argentina.
Pareciera que los el avasallamiento permanente de los derechos humanos que realiza Maduro -denunciado por la OEA a través de Michelle Bachelet- es insuficiente para que esa dictadura sea condenada o llamada a la reflexión por sus amigables gobernantes del país del fin del mundo.
La falta de sentimientos y respeto por la democracia hace que los actuales mandantes de la Argentina consideren apropiado que los comicios venezolanos hayan contado con tan solo el 20% de la participación del padrón electoral. Con ese pobrísimo nivel de adhesión era muy lógico que se verificaran centros de votación vacíos.
Acostumbrados a la manipulación numérica, los gobernantes argentinos se conforman con las publicaciones oficialistas donde "brilla" la información venezolana brindada por la presidenta del Consejo Nacional Electoral Indira Alfonzo: sobre un 82,35% de votos escrutados, le daban la victoria a Maduro el 67,6%, de un agónico 31% de asistentes a las urnas. La oposición apenas llegó al 17,95%.
"Aquí estamos, ratificados y recontrarratificados por el amor, el voto y la pasión de un pueblo", declamó contento Maduro, inconsciente de que su poder se deshilacha sin remedio con el paso del tiempo.
No hay peor ciego que el que no quiere ver: el comienzo de "un nuevo ciclo triunfal", lo definió el mandatario venezolano, promotor de la molécula –la DR-10- inventada, según lo anunció él mismo, para neutralizar y eliminar el "100% el coronavirus". Maduro pretende que esa molécula, proveniente de una planta medicinal, sea certificada por la Organización Mundial de la Salud.
Es difícil negarle imaginación al heredero de Hugo Chávez, desde el pajarito parlante hasta la molécula. Y razonablemente, Juan Guaidó puede quejarse de tal dictadura que usa el chantaje, secuestra partidos políticos, censura, fabrica resultados, infunde terror, anuncian un fraude que ellos cometen. Inventos de Maduro. A los argentinos les resuenan algunos de esos términos; afortunadamente el nuestro es un pueblo que tiende a rebelarse y reclama, pelea por lo que es justo y por aquello que le pertenece.
La historia venezolana inicia ahora otro triste capítulo de su propia decadencia, en la que ya ni siquiera se cuentan los pobres, ni los enfermos de Covid-19, el salario dejó de existir, las provisiones escasean hasta para quienes las pueden comprar, la moneda no vale nada. Venezuela existe solo para Maduro y Cabello Diosdado, ellos son quienes ordenan –por decreto y por la fuerza- que en ese país no hay pobres, no hay exiliados, no hay enfermos de coronavirus, no hay muertos de ninguna naturaleza.
Porque la dictadura bolivariana se trata de eso: de inventar una realidad que no existe sin que nadie se rebele.
Diputado de la Ciudad de Buenos Aires (Vamos Juntos)